IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Soñarse a solas

Las cosas difíciles son más difíciles a solas, las cosas que asustan, asustan más a solas; la alegría es menos vívida si no se comparte con nadie, y la tristeza es más densa si no hay ningún hombro cerca. Si prevemos que no vamos a poder contar con nadie, la mera idea nos pone un poco más alerta, sumándose a la preocupación, la complicación o la planificación que podamos tener. Esta idea es como un ruido que se añade a la cacofonía mental de un problema que nos supera. Por el contrario, cuando pensamos en que tendremos a alguien con quien contar, esa energía puesta en cubrirse a uno mismo las espaldas, se libera; sumándose a los recursos para afrontar la situación.

Nuestro nivel de cortisol y adrenalina en sangre –hormonas que nos preparan para la acción pero que nos hacen consumir mucha energía si no–, fruto de la respuesta natural de estrés, va disminuyendo con los encuentros a medida que nos escuchan y nosotros podemos compartir nuestra dificultad con ellos; bien sean parejas, amigos o familiares y colegas. Tan relevante es esta cuestión que pensamos en ello y lo evaluamos incluso aunque no tengamos una perentoria necesidad de compañía en ese momento. ¿A quién tengo?¿A quiénes puedo acudir si pasa algo complicado? ¿Con quién salgo a celebrar la vida?...

A veces, nos hacemos estas preguntas y las respuestas son plenamente satisfactorias; otras, parcialmente y otras completamente insatisfactorias. En el primer caso, la tranquilidad y la paz reinan y nos podemos arrojar a nuevos riesgos. En el segundo, quizá nos movamos entre evaluar por qué y cómo hacer que la cosa mejore y el temor a no poder acrecentar los apoyos hasta un nivel suficiente. En el tercer caso, las fantasías más locas se apoderan de nuestra mente, lo cual hay que manejar a veces. Mucha gente que dice que tiene miedo a estar sola, o que se siente sola, a menudo lo que están compartiendo sin decirlo abiertamente es su imaginación –basada o no en hechos probados–. Las fantasías sobre lo que puede pasar si uno enferma, si le despiden, si no encuentra pareja o si un progenitor muere, a menudo son mucho peores que la realidad, porque cuando fantaseamos con estas eventualidades, no tenemos con nosotros la energía que produce nuestra capacidad de adaptación para resolver o manejar esas situaciones. Energía que solo se liberará cuando suceda, y que nos empujará a actuar y a protegernos cuando llegue el momento.

La fantasía también tiene a veces el cometido de ponernos en lo peor, y así tener margen de reacción en el caso de que el escenario más peligroso se diera. Por último, nuestras fantasías de soledad al mirar a las situaciones difíciles que nos pueden esperar en el futuro, traen también recuerdos del pasado. La confusión y desamparo que vivimos en aquella ocasión en que no hubo nadie para mí, o lo hubo y se fue, o iba y venía sin poder predecir cuándo, se pega a la recreación del escenario futuro, impregnando las vivencias que imaginamos, lo que tendremos que hacer y las dificultades, de esa misma sensación. Sin embargo, si uno hace recuento, será difícil no tener a nadie nunca.

Será difícil no encontrar incluso desconocidos interesados en nuestro bienestar (organizados en asociaciones de voluntarios por ejemplo). Pero sin ponernos tan extremos, será difícil no poder encontrar ni una sola persona que esté dispuesta a escucharnos y albergue deseos de que estemos bien. Lo que sí puede suceder es que no haya alguien que nos comprenda o consuele totalmente, una sola persona a la que no tengamos que explicarle nada de nuestro mundo interno y lo pille todo a la primera. Quizá tengamos que compendiar la comprensión, el consuelo, la reparación y la alegría de diferentes fuentes, ninguna de ellas completamente impecable, ninguna de ellas completamente inútil. Sea como fuere, buscar compañía y participar de ella es nuestra responsabilidad.