IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
ARQUITECTURA

Topografías de juego

En una anécdota oída al pedagogo italiano Francesco Tonucci, este contaba que en una escuela le pidieron consejo sobre qué hacer para que un patio de colegio fuera usado de una manera adecuada por los niños y niñas. Viendo que, en otro lado del colegio estaban trabajando con una excavadora, Tonucci sugirió que hicieran un agujero, y apilaran junto a él la tierra sobrante, creando un desnivel por donde subir y bajar. Al tiempo, el italiano volvió y pudo comprobar cómo su idea había sido un éxito.

Las “topografías artificiales”, como se las conoce en el mundo del diseño urbano, parten de la base de que el plano horizontal convierte un espacio en un continuo, y por lo tanto se cae en el peligro de estar haciendo una plaza anodina, fría, donde no apetece estar. Al romper con esa horizontalidad, creando pliegues, fosos, grietas, laderas y vaguadas, conseguimos dotar al espacio de interés, de dinamismo, de distintas zonas.

Puede que esto nos suene a palabrería moderna, pero este mecanismo ha estado presente en casi todos los parques de nuestra vida; comenzando desde esa cosa tan decimonónica como el quiosco, que no es sino un montículo, pasando por topografías tan evidentes como los estanques de patos, con pasarelas y puentes incluidos, llegando a los parterres de hierba que hacen de transición entre distintas cotas.

El estudio chino Atelier Scale está especializado en intervenciones en zonas muy urbanas, con poco contexto circundante, zonas de nueva creación en la China capitalista del siglo XXI. Usando elementos concretos, el estudio consigue una cosa bastante singular: conseguir espacios atractivos para la infancia sin usar ni un elemento tradicionalmente asociado con esta, como toboganes, columpios, etc.

Atelier Scale, con sede tanto en China como en EUA, utiliza rampas que suben y bajan, atravesadas por huecos que generan túneles por donde los más pequeños pasan y viven sus aventuras. En la obra “The Fold” (El pliegue) plantean una topografía artificial donde podría parecer que la tierra se ha roto debido a un movimiento de una placa tectónica, donde solo las barandillas, siempre de un color brillante, marcan la dirección y lo límites.

Esto nos podría hacer plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo hemos llegado a dar por bueno los parques infantiles rebosantes de plataformas, juegos, toboganes, columpios e incluso tirolinas, pero sin un árbol donde subirse? Con los parques infantiles se podría hacer una radiografía de un proceso social de, por un lado, volcado hacia la infancia, preocupación por ella, y por otro lado, de desposesión de la autonomía de los niños y niñas. Vayamos por partes.

Los parques infantiles se dotan de infraestructuras que, comparativamente, son las más caras de la ciudad. En esas zonas se instalan juegos que, por sus prestaciones –resistencia a los golpes, seguridad de uso– son muy caros, y además la demanda de zonas cubiertas es muy alta, con lo que debemos sumar una cubierta o aterpe que nos permita guarecernos del mal tiempo. Todo eso demuestra que, pese a tener un índice de natalidad paupérrimo, la infancia está en primer orden dentro de nuestras prioridades.

¿Dónde está, por lo tanto, el problema? Existe la sensación de que los parques vehiculizan la autonomía infantil, la acotan y la domestican. Parece que el juego en la ciudad está limitado a esa zona, y que fuera de allí aparece proscrito. Incluso se llegan a ver lugares con vallados perimetrales y cancelas de entrada y salida. Si a eso sumamos los bancos para padres y madres, concienzudamente colocados en los límites, para controlar de forma panóptica las idas y venidas de los pequeños, llegamos a la conclusión de que no existe motivación para fomentar la autonomía infantil.

Desdibujando fronteras. Siguiendo con el ejemplo de Tonucci, en ocasiones se debe de recurrir a los elementos naturales si se quiere contar con un juego de calidad. En ese sentido, sería más conveniente invertir en elementos naturales, en árboles, césped, turba, tierra y grava, antes que en hormigón y caucho. Y aunque bien es cierto que en ocasiones los proyectos de áreas infantiles se desarrollan en zonas pequeñas y muy urbanas, que admitirían mal un arbolado de porte, en la mayoría de los casos este aspecto se ve como un complemento más que como una necesidad.

El trabajo de Atelier Scale no es diseño urbano para la infancia, pero es atractiva para ella, así como para muchas personas más. Hace de la ciudad un entorno jugable, desdibujando las fronteras entre los parques infantiles y la ciudad “normal”.