XANDRA ROMERO
SALUD

Las emociones tras tus comidas

A menudo creemos que podemos controlarlo todo. Nos han enseñado que si queremos algo, lo conseguiremos, y este mensaje no es real. Lo mismo ocurre con la alimentación; creemos que podemos controlar lo que comemos, las calorías, la cantidad etc. Sin embargo, nos olvidamos de algo: las emociones y su efecto en nuestra forma de alimentarnos. Y es que las emociones no se pueden controlar, como mucho aprendemos a gestionarlas mejor o peor pero no se pueden evitar o controlar.

A lo largo de la historia, diversos estudios han examinado las asociaciones entre las emociones y la alimentación, en concreto la sobrealimentación. Al parecer, muchos científicos coinciden en que una de las bases de esta relación entre las emociones negativas (miedo, tristeza, enfado) y las sobreingestas, se gesta en la infancia. Así, un artículo de 2018 llamado “Emotional Feeding and Emotional Eating: Reciprocal Processes and the Influence of Negative Affectivity” examina cómo comer más en respuesta a un estado de ánimo negativo, se observa de forma habitual en los niños. Por eso, para este estudio, tomaron una muestra de niños de 4 años a los que se hizo seguimiento a las edades de 6, 8 y 10 años. Se analizó la asociación entre la forma en la que los padres alimentaron a sus hijos en función de las emociones negativas que estos expresaban y la alimentación emocional del niño o lo que el niño acaba eligiendo en función de sus propias emociones negativas.

Los resultados revelaron que niveles más altos de alimentación emocional guiada por los padres predijeron niveles más altos de alimentación emocional en los hijos y viceversa.

No es de extrañar que los autores hayan llegado a estas conclusiones; llevamos toda la vida tomando leche calentita por la noche o cuando estamos enfermos o tristes porque nos recuerda al cariño y la calma maternal. Tampoco hemos dejado de premiar y castigar a los niños con la comida. Si dejas de llorar, de gritar, o si, en definitiva te portas bien, tienes de premio una chocolatina, un helado o similar. No es raro entonces, que de adultos, cuando nos sentimos igual, nuestro niño interior asocie el dulce con la calma. También ocurre, a veces, que a uno le apetece algo dulce pero, si no siente que haya hecho algo digno de merecerlo (no se ha “portado bien”), puede sentir culpabilidad al comerlo.

Pero, ¿cuáles son los mecanismos que habitan tras estas emociones? Pues la realidad es que, a pesar de la importancia de los procesos afectivos en la conducta alimentaria, tal y como estamos viendo, sigue siendo difícil predecir cómo afectan las emociones a la alimentación. Sin embargo, un curioso estudio de revisión llamado “How emotions affect eating: a five-way model” establece un modelo en el que encuentran cinco clases de cambios en la alimentación inducidos por las emociones teniendo en cuenta las características individuales y emocionales de las personas.

Así, se refieren en primer lugar al control emocional de la elección de alimentos, es decir, que según sean las emociones negativas y positivas, la elección de alimentos que hacemos es significativamente diferente. En segundo lugar hablan de la supresión emocional de la ingesta de alimentos; por ejemplo, ante un estado de tristeza profunda, somos capaces de percibir las señales de hambre pero, no hay deseos de comer. En tercer lugar hablan del deterioro de los controles cognitivos de la alimentación; un ejemplo de esto sería un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) en el que, con el tiempo, se dejan de reconocer las señales de hambre y saciedad de forma adecuada. El cuarto tipo de clase se refiere a comer para regular las emociones que también podríamos explicar con el ejemplo de cuando comemos algo dulce para clamar la ansiedad. Y, en último lugar, la modulación de la alimentación congruente con las emociones. Para entender esta última clase, lo explicaré a través de los resultados de otro estudio: “Chocolate eating in healthy men during experimentally induced sadness and joy”, en el que encontraron que un grupo de hombres sanos aumentaba su ingesta de chocolate cuando estaban felices y la disminuían cuando estaban tristes. Esto, que resulta contradictorio con el resultado de otros estudios, respalda dos tipos de cambios de la alimentación inducidos por las emociones: la modulación congruente con las emociones de la alimentación y la alimentación para regular las emociones.

Por lo tanto, nos encontramos con que las emociones pueden regular la alimentación y la alimentación puede regular las emociones, así que, cuando pensemos que podemos controlar lo que comemos en cantidad y elección, a menudo debemos recordar que no es así, porque es imposible dilucidar qué mecanismo relativo a nuestras emociones está detrás de dicha ingesta. Lo que sí podemos hacer es intentar ser conscientes de ambas: emociones y elecciones.