Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Lo que hice por mí

Una de las leyes de la física newtoniana dice que toda acción genera una reacción de signo contrario. Pero quizá esta ley no solo haga referencia al mundo físico ya que, psicológicamente, en ocasiones podemos observar la misma relación entre lo que ‘nos’ hacemos y el resultado que obtenemos. En particular si nos dedicamos a intentar cambiar en nosotros, en nosotras, aspectos de nuestra personalidad o de nuestro comportamiento que no nos gustan o nos hacen mal.

Es habitual encontrarse con quien diga en referencia a sí: «Lo he intentado cambiar pero soy como soy». Y es que, cuando nos forzamos a cambiar algo sin entenderlo, sin conocer su origen, solo de forma mecánica, y nos violentamos para ello, lo habitual es que nuestra mente genere esa especie de fuerza contraria para mantener el estatus quo. «Me gustaría no obsesionarme tanto», «querría poder estar tranquilo con eso», «me cuesta sentarme a preparar las cosas que tengo que hacer». Y es que, algunas de las cosas que hacemos son malos hábitos, rutinas sin mucha importancia pero que se establecen en torno a un desequilibrio que ajustar, como un desequilibrio en la dieta, por ejemplo, o una reorganización de horarios.

Sin embargo, otras de esas maneras, digamos, son el reflejo de patrones más constantes y antiguos, que cumplen funciones en nuestra identidad y comprensión de lo que es estar en el mundo. Las primeras, son las que están sujetas a cambio a través de la disciplina, la organización o el sistema; y se resistirán al cambio a través de la búsqueda de la comodidad, o la inercia. Las segundas son las que generarán una fuerza de signo contrario mayor.

Tomemos por ejemplo el preocuparse de más sobre el resultado de las cosas que nos pasan. Si simplemente nos decimos «bueno, pues no te preocupes tanto», la reacción inmediata más o menos consciente será que la tensión aumente después de intentarlo unos minutos. Una tensión casi física como tendría una especie de síndrome de abstinencia. Esa tensión resultante es la reacción de la que hablamos. Y es que quizá, la preocupación ha jugado un papel importante en mi vida, quizá he tenido que prepararme para giros inesperados y quizá lo he tenido que hacer a solas. Quizá la preocupación incluso me equilibra si pienso que es mi manera de controlar las cosas que, de otro modo, se escaparían de las manos.

Sin entender esto, es difícil relajar la tensión, sin reconocer su utilidad, es difícil buscar alternativas más sostenibles o sanas, sin compartir y valorar las causas por las que empecé a preocuparme de más será difícil encontrar el descanso de que ya no haga falta con esa intensidad -el propio deseo de cambio ya apunta a que hay una alternativa que imaginamos posible hoy-.

A través de aceptarlo y apreciar ese aspecto que no nos gusta, pero que nos sirvió en algún momento, podremos relajarnos lo suficiente como para despedirnos de un rasgo de identidad, y realmente cambiar.