Mariona Borrull
Periodista, especialista en crítica de cine / Kazetaria, zinema kritikan berezitua

Muerte por morición

Richard Harmon es Erik en «Destino Final: Lazos de Sangre», un estreno de Warner Bros.
Richard Harmon es Erik en «Destino Final: Lazos de Sangre», un estreno de Warner Bros.

Dieciséis años después de que el estudio New Line prometiera que, ahora sí que sí, “The Final Destination” (en castellano, “El destino final”) sería la última entrega en esta muy rentable saga de comedias gore, y solo catorce después de que cambiaran de idea para hacer otro destino final, el “Destino Final 5”, una precuela, por lo que el final venía antes del principio (por lo que técnicamente la cuarta sí se mantuvo como la final, final)… Llega otro destino final.

“Destino Final: Lazos de Sangre” vuelve a salvar a un grupo humano de la muerte, solo para que La Muerte vuelva a por sus descendientes, décadas después. Nada ha cambiado en la fórmula, y el tren sigue en marcha. El tráiler de esta sexta entrega, con un “ahorcamiento por séptum” de lo más escabroso, se ha erigido como el avance más visto de la historia con más de 178 millones de visualizaciones en sus primeras 24 horas en línea.

El éxito de “Destino Final” puede explicarse con grandes teorías sobre la necesidad de clausura cognitiva. La psicóloga Maria Konnikova aplica a la narratología el odio inherente del ser humano hacia la ambigüedad y la incertidumbre, alegando que convertimos cualquier relato, de una sucesión de eventos encadenados temporalmente, en una ráfaga de preguntas y respuestas necesariamente conectadas; una satisfactoria fábrica de interrogantes que auguramos resolver. Y, si en la vida el mayor interrogante es la muerte, cómo no, en la ficción La Muerte tiene que ser aquella respuesta que anticipamos con deseo.

En fin, lo que sobre el papel suena a perogrullada filosófica, en la pantalla se traduce en el rimbombante camión de los helados de una saga como “Destino Final”. Adoro recordar el origen de la franquicia: el creador Jeffrey Reddick ideó la fórmula a mediados de los noventa, pensando en venderla como episodio autoconclusivo de “Expediente X” porque no creyó que esto de “no morir, y luego morirse” fuera a dar para más. En el tratamiento de Reddick nadie moría escuarterado, empalado, atropellado, hervido o doblado por la mitad como un Looney Tunes, sino que se suicidaban atraídos sin remedio por La Muerte. Tampoco había adolescentes. Pero New Line tenía muy presente el éxito de “Scream”, sobre todo entre el público teen. Así que quiso copar las salas con una fórmula comercial y joven (lo cual ya suena a caspa, ¿verdad?).

Oh, y como no querían perder a nadie con un asesino invisible, abstracto (Freddy, Jason o Michael Myers visten una máscara reconocible, ¿pero cómo caracterizas la muerte?), pidieron a Reddick que añadiera antes de cada ejecución la imagen de una monstruosa calavera derritiéndose que explicara que la culpable de la muerte era, en efecto, La Muerte. Y que estaba muy enfadada. Al final, el presupuesto estipulado para la broma convenció a los productores del intelecto de la platea.