La dura realidad se impone y la cuesta de enero se nos antoja empinadísima. Unos pensarán «que nos quiten lo bailao» y el resto, que sí pero no, que en lo sucesivo hay que tener más cabeza y menos corazón. Y es que el personal se va dando cuenta del hipnotismo en el que cae con tanta publicidad encubierta o a plena luz.

Durante el relax de las fiestas hay un denominador común en la mayoría de las personas, y este es el de formular un buen propósito para el nuevo año. Un grupo amplio dice: «Voy a mejorar mi salud; estaré más tiempo con la familia; haré más deporte...». En tanto que un grupo pequeño piensa más en la cartera: «voy a subir la electricidad; seguiré con la congelación salarial; voy a crear una nueva comisión por uso de las oficinas bancarias...». Sí, amig@s, los hay para todo. Solo que los primeros, al pensar con el corazón, como este es voluble, las buenas intenciones se van adaptando al tiempo y sus circunstancias, cosa que no le pasa al grupo minoritario. La cabeza fría y calculadora es lo que tiene, siempre se enfoca en los resultados, sin importarle los medios.

Para muestra, vean su próxima factura de luz y gas y me comprenderán. Acérquense a la ventanilla del banco y se sorprenderán cuando les digan que hay nuevas comisiones y mejor usen los cajeros automáticos. Ni se les ocurra reivindicar subida salarial porque se exponen a escuchar que las exportaciones caen en picado y, si no, que observen a India y China con su durísima competencia por los costes tirados de mano de obra.

Podríamos seguir desgranando los buenos propósitos de unos u otros, pero ¿a dónde nos lleva? Pues eso, a reconocer que somos unos ingenuos y unos redomados sentimentales y que otro año más seguiremos sin poder cumplir nuestros buenos deseos. Mi consejo para el nuevo año es que como el corazón y la cabeza no tienen por qué ser enemigos irreconciliables, pues conviven bajo el mismo techo, habrá que utilizarlos según sea el de enfrente, allegado u oponente. Urte berri on eta Zorionak guztiei!!!