David GOTXICOA
FESTIVAL DE JAZZ DE GASTEIZ

SOY TINA BROWN, ¿ME CONCEDEN UNOS MINUTOS PARA HABLARLES DE JESÚS?

LA PRIMERA JORNADA DE JAZZ EN GASTEIZ OFRECE UN SALDO FAVORABLE EN TAQUILLA. JASON MARSALIS CONVENCIÓ EN EL TEATRO PRINCIPAL, Y EL GRUPO DE TINA BROWN SEDUJO A UN PÚBLICO NUMEROSO, ENTREGADO A UN ESPECTÁCULO CORRECTO DONDE ABUNDARON ALGUNOS CLICHÉS.

Gasteiz es una ciudad de costumbres populares arraigadas. A sus ciudadanos y ciudadanas les encanta acudir a romerías: la romería de San Prudencio en Armentia, la romería de Olarizu, la romería del Azkena Rock Festival… Y la romería del jazz, por supuesto. Eventos a los que hay que ir, con independencia de los hábitos o creencias de cada cual. Debo confesar que el martes llegué a Mendizorrotza con algo de retraso. El concierto acababa de comenzar pero, no obstante, el público ya participaba en el espectáculo batiendo palmas con entusiasmo, entregado desde el inicio. Y qué cantidad de público. Y qué calor. Inmediatamente me instalé en un lateral del pabellón, junto a algunos compañeros de la prensa. «¿Cómo lo ves?», incité a Carlos. «¿A ti qué te parece? Todo el mundo está encantado por supuesto», resolvió él. «Claro, han venido a aplaudir», satiricé yo.

Por lo general, cuando el góspel sale de la iglesia pierde su pátina litúrgica y se convierte en un gran espectáculo. En este otro contexto, donde la técnica prima sobre el sentimiento y otros ingredientes que se antojan indisociables de esta cultura, la música o la emoción se acercan más a un ejercicio de estilo. Los espectadores quieren experimentar un pellizco del éxtasis y la intensidad con que la cultura afroamericana exterioriza su fe en Dios. Cuando participan en un concierto de góspel, esperan recibir a cambio todos y cada uno de los tópicos que les son familiares de esta música. «Hallelujah, hermano». Y también esperan que les inviten a aplaudir: «Put your hands together», etc. Cuanto más aplaudan, mejor lo habrán pasado.

Así que, tras el inevitable final con “Oh happy day” y el pabellón entero puesto en pie —un broche coherente con todo lo anterior— habría que concluir que el público disfrutó muchísimo. Y sí pero no, vayamos por partes. Tina Brown y sus Gospel Messengers son un proyecto honesto, son exactamente lo que parecen: la calidad de las voces en estos combos temáticos (sic) es siempre incuestionable. Bastante mejor ellas que ellos en el caso que nos ocupa, por cierto. En fin, que son buenos, y lo saben.

No se cortan a la hora de abarcar y exhibir todo el registro disponible, lo que en ocasiones deja un regusto rancio a sobreactuación. Algunas agrupaciones viven instaladas en el efectismo pero, por más que se busque, cuesta esfuerzo encontrar una sombra de originalidad en sus propuestas, algo que las distinga de tantas otras similares. Y lo más doloroso, cuesta encontrar alma en sus interpretaciones, a pesar de la energía con que se aplican a ello.

Personalmente, aprecio más góspel y alma en la obra de Horace Silver, Cassandra Wilson, Mavis Staples, Charles Mingus o Lizz Wright que en los Mensajeros de Tina. Subjetivo que es uno. La lideresa recuerda vagamente a Aretha Franklin, pero carece de su expresividad y chispa. En anteriores décadas dejó un puñado de grabaciones correctas con una impronta soul, que mostraban algunas virtudes y bastantes de los defectos estéticos de la época. Qué daño hicieron aquellas producciones, infestadas de teclados y moderneces. En este nuevo siglo, trata de encontrar su lugar en un género al que su voz se acomoda mucho mejor a medida que esta va madurando…

Pero su concierto fue excesivamente lineal. Turnos para repartir protagonismos, momentos para los gorgoritos operísticos sobre armonías bien empastadas, tesituras de goma, duelos de agudos… y palmas, muchas palmas. Sentado frente al teclado, el director musical Frank Menzies estuvo excesivamente plano y presente, incapaz de regular los clímax ni los silencios. Ni siquiera la participación del pianista Eric Reed en el arranque de la segunda mitad de la noche logró romper algo la monotonía general, en el número que compartió a solas con la gran protagonista de la noche.

No me malinterpreten si echo mano de un ejemplo un poco extremo, pero la lucha libre poco tiene que ver con Pressing Catch. Ambas disciplinas tienen mucho en común, pueden ser y son un espectáculo, pero hay algo en su esencia que las diferencia sin ningún género de dudas. Admiro a Estrella Morente y es una gran cantante, pero no es la Niña de los Peines. O dicho de otro modo, no veo el homenaje a Mahalia Jackson en Sister Act. Creo que ven a dónde queremos llegar.

Por otro lado, a fuerza de repetirse hay palabras que terminan por vaciarse de contenido, se convierten en fonemas, muletillas. La acumulación de este tipo de recursos no ayuda a involucrarse emocionalmente en el discurso. “Hallelujah” o “Tirititraun”, tanto da… Pero los críticos somos unos discrepantes profesionales, y el público es soberano. No se atisban cambios al respecto en el horizonte.

Marsalis

En la sección Jazz del Siglo XXI, el cuarteto que lidera Jason Marsalis había ofrecido horas antes un concierto bien distinto. El vibráfono es uno de los instrumentos más cool que se han inventado: mitad set de percusión, mitad órgano, las notas se elevan, mezclan y desvanecen con un distintivo y prístino timbre metálico. Pura elegancia, ideal para colorear las partituras de Henry Mancini y otros magos del lounge, estilo popularizado también bajo el apelativo de «música de cóctel». Aquellas eran melodías inofensivas, para favorecer la conversación y el acercamiento pero, gracias a Bobby Hutcherson, Milt Jackson o Gary Burton, el vibráfono reclamó para sí un lugar más digno entre las voces solistas del jazz. Eso sí, sin llegar a disputar nunca la hegemonía del saxo, el piano o la trompeta como monarcas del género. Por cierto, que en el Estado español hay un consumado especialista de este instrumento al que nos gustaría ver más a menudo tocando en festivales: Arturo Serra. Va por usted, maestro.

Dicho todo esto, aunque el pequeño de los Marsalis sea en realidad baterista —y se encuentre aún lejos de la excelencia de los nombres que acabamos de enumerar— se defiende con soltura con las mazas. Su disco “21st Century Trad Band” está lleno de buenos momentos, y su puesta en escena en el Teatro Principal fue excelente. Según fue avanzando el minutaje, las manos del líder ganaron en agilidad y velocidad, sin perder de vista una correcta gestión de los espacios del grupo: durante los solos de Austin Johnson (piano), Marsalis se hizo a un lado sin prestarle apoyo rítmico y, cuando el vibrafonista tomó la voz principal, aquel le acompañó sin estridencias, evitando así rozar demasiado el registro sonoro que comparten ambos instrumentos, y superponer capas donde pudieran confundirse uno y otro.

Empujado por una solvente sección rítmica —algo parco el contrabajista, mucho más interesante David Potter a los parches— Jason Marsalis fue graduando la intensidad de menos a más, alternando guiños a la tradición, con la reivindicación de los “Hot 5” y “Hot 7” de Louis Armstrong por ejemplo, y refrescantes atisbos de modernidad. Los arrebatos de swing y los elegantes medios tiempos dejaron un agradable sabor de boca, e incluso cumbres como la soberbia intro que precedió a “Interzone”, lo mejor de la tarde. En este tema, Marsalis se atrevió a percutir con dos pares de mazas, desafío que resolvió satisfactoriamente. Un buen comienzo.