El juego en el que las aerolíneas se apuestan hasta el uniforme
El balance del Mundial de Rugby 2015 solo puede ser positivo, se mire desde el prisma que se mire. El espectáculo deportivo ha logrado enganchar a muchas personas que nunca se habían asomado a este juego, mientras que el resultado económico permite a World Rugby seguir ayudando en la financiación de las distintas federaciones.

Finalizó el Mundial 2015, pero antes de bajar definitivamente la persiana demos un último repaso. El torneo ha sido un éxito desde todos los prismas: deportivo, económico, mediático… 2.477.805 personas han presenciado en directo algún partido, a las que hay que sumar las decenas y decenas de millones que los han seguido por televisión.
Bernard Lapasset, presidente de World Rugby, ha anunciado que su organización ha obtenido un beneficio de 210 millones de euros, que durante los próximos cuatro años servirán para ayudar en la financiación de las diferentes federaciones.
Este Mundial ha mostrado en líneas generales una apuesta por el rugby alegre y ofensivo, con más juego a la mano, más ensayos (271 en 48 partidos) y menos racanismo táctico. No ha habido partidos decididos a base de patadas a palos. Se han colmado las expectativas de quienes ya eran aficionados y se ha enganchado a quienes por vez primera se asomaban al planeta oval. Han descubierto un deporte diferente, espectacular aunque un poco complicado y con una idiosincrasia particular.
El peculiar Bill Shankly, entrenador del Liverpool, defendía la grandeza del fútbol aseverando que se trata de algo más importante que un asunto de vida o muerte. Por el contrario, el espíritu del rugby radica en que se trata de un juego, en el que existen otras cosas más importantes que un mero resultado. Por ejemplo el respeto. Es por ello que en las gradas hemos visto mezcladas a las aficiones, con cervezas en la mano, sin que haya habido incidente alguno.
Valga como anécdota ilustrativa la curiosa apuesta entre las compañías aéreas Qantas –patrocinadora de Australia– y Air New Zealand, que se habían jugado que el personal del equipo perdedor llevaría la camiseta del equipo ganador en un vuelo. Dicho y hecho, la tripulación del trayecto QF143 de Qantas entre Sidney y Auckland –pilotos y auxiliares– trabajó ayer sonriente con la camiseta negra de sus eternos rivales.
Seguir creciendo pero sin perder esas esencias –o al menos dejándose en la gatera el menor número posible de pelos– es el gran reto.
«Todo al negro», titulábamos la previa allá por mediados de setiembre. Los All Blacks han cumplido con el pronóstico y han revalidado el título logrado hace 4 años. Su rugby total no es imbatible, pero casi. De los últimos 61 partidos –los dos mundiales y todo el periodo intermedio– solo se han visto superados en 3 ocasiones. Con este fin de ciclo pierde algunas piezas importantes como Dan Carter, designado el domingo mejor jugador del mundo en 2015. Pero los relevos ya están preparados. Por ejemplo, se va Ma'a Nonu y en su puesto entra un maduro Sonny Bill Williams que ha pasado de «enfant terrible» a yerno que toda suegra querría tener.
Primero fue su foto consolando al sudafricano Kriel en semifinales, y luego el gesto de regalar su medalla de oro a un niño de 14 años que saltó al campo durante la vuelta de honor para abrazar a sus ídolos y que fue placado por un miembro de seguridad.
Otro ejemplo es la irrupción de Milner-Skudder, que en diez meses ha pasado de debutar en el Super Rugby a ser titular en el equipo de Steve Hansen y nombrado mejor jugador revelación del mundo. El técnico, por cierto, ya ha anunciado que no seguirá cuando en 2017 finalice su contrato.
La subcampeona Australia ha recuperado el prestigio perdido. En apenas doce meses, Michael Cheika ha convertido lo que era una jaula de grillos en un equipo competitivo. En el periodo anterior, las polémicas y los malos resultados iban de la mano. Cuando se marchó Ewen McKenzie el balance desde el anterior Mundial era de solo 21 victorias en 40 partidos.
Cheika completó su equipo con el exapertura Stephen Larkham para dirigir los tres cuartos y con el extalonador argentino Mario Ledesma para la melé, su punto más débil. Creó una columna vertebral con jugadores que ya tenía a sus órdenes en los Waratahs, diseñó un plan de juego y puso a sus peones a remar juntos en una misma dirección. Además, la Federación relajó sus criterios y permitió que Giteau y Mitchell retornaran a la selección, dos jugadores fijos en el quince titular.
Sudáfrica completa el podio, pero la tercera plaza sabe a poco en el país. Los Springboks afrontan una renovación que ya ha dado sus primeros pasos en este torneo, pero la duda reside en saber si Heineke Meyer será el hombre designado para liderar el proceso. La respuesta, a primeros de diciembre.
La Argentina de Daniel Hourcade, cuarta, ha sido otra de las triunfadoras. El plan para aspirar a lo más alto en Japón 2019 se ha adelantado cuatro años y los Pumas han demostrado ser ya una de las grandes.
En cuartos se quedaron una Irlanda de la que se esperaba más y que parece la antigua España futbolística, incapaz de rebasar esa barrera; una Francia ridiculizada por Nueva Zelanda que abre una nueva etapa con Guy Novès; una Gales que cayó con la cabeza alta a pesar de las lesiones y una Escocia que rozó la gesta como premio a su estilo sureño sin complejos.

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