Víctor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Ocho horas con Lav Diaz

En 1976, Bertolucci presentaba las más de cinco horas de “Novecento” en el festival de Cannes. La película no se llevó ningún premio de ahí porque ni siquiera estaba en la competición. Por deseo del propio director, a quien le parecía que el tamaño podía nublar el juicio y por ende, las nociones comparativas. Llámese arrogancia; llámese lógica.

Cuarenta años después, la Berlinale presentaba, esta vez sí que a concurso, una película de medidas desproporcionadas. La sesión estaba programada en dos partes, cada una de cuatro horas; con un break de una hora entre ambas. Hagan las cuentas. Los hubo quienes las hicieron a priori y por esto, decidieron saltarse la cita... Perdiéndose así no la película, sino la experiencia que justificaba todo el festival. Este y cualquier otro del mundo. Lav Diaz presenta, “A Lullaby to the Sorrowful Mystery”. El título nos habla de una canción de cuna, y tocó luchar, claro, contra el sueño, y contra todos los elementos de la coherencia racional, a fin de llegar hasta el alma inabarcable de un film sobre, precisamente, el alma humana. Se requiere tiempo (elemental) para llegar allá. También el poder (de)formador de la memoria para que autor y espectador dialoguen y lleguen a un mutuo entendimiento. Esto podría ser el nacimiento de una nación... desde la muerte. Durante 8 horas, vemos a gente morir. Agonizar. Nosotros, igual, pero a cambio de un premio que lo vale. Ante nosotros, el cine en toda su esplendorosa y literalísima inmensidad. Y la competición se revalorizó.

Por increíble que parezca, sobró tiempo. Para desconcertarse con la belleza poética de Chao Yang en “Crosscurrent”, para maravillarse ante la precisión quirúrgica en la disección sentimental por parte de Tomasz Wasilewski en “United States of Love” y para sonreír, sorprendidos, con la iraní “A Dragon Arrives!”, de Mani Haghighi. Buenas noticias todas ellas, algunas, buenísimas... pero pequeñas (¿minúsculas?) al lado de Diaz. El tamaño sí importa.