Víctor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Lampedusa, Oro en el mar

Ypor si todavía había dudas al respecto, esto es la Berlinale, un festival que, como dijimos en la previa, se define no solo por las (sobre-)dimensiones, sino también, y especialmente, por el contenido de los números. En la era de la intoxicación informativa y de los desplazamientos masivos de personas, también es de agradecer que sigan existiendo reductos de locos (hablamos de cine, no lo olvidemos) que apuesten, ante todo, por la locura esa de la decencia humana. Hasta aquí, todo bien. El problema, por aquello de criticar, es que nos encontramos en uno de los supuestos templos del cine de autor, donde debería recompensarse la excelencia artística. Y sí, en teoría así es... hasta que se demuestre lo contrario.

Un año más, Dieter Kosslick, director del certamen, se encargó de recordar, por activa y por pasiva; por tierra mar y aire; antes, durante y después... que en Berlín, el compromiso social pesa más que en cualquier otro sitio. Un rápido vistazo a los palmarés anteriores daba buena fe de ello. El del año 2016 (el de 66ª edición, vaya, que se dice pronto) no iba a ser la excepción. Se nos recordó en muchas ocasiones, también, que el tema estrella en esta ocasión iban a ser los refugiados. La actualidad (más bien urgencia) manda. La gravedad, también. A partir de aquí, solo se tenía que hacer la más simple de las sumas... Y efectivamente. El Oso de Oro cayó, como no podía ser de otra forma, a Gianfranco Rosi, quien por cierto venía de ganar el León de Oro en Venecia con “Sacro Gra”, su último trabajo hasta la fecha.

El conjunto de fallos emitidos por el jurado presidido por Meryl Streep obedece, básicamente, a esa obsesión tan patentada (y tan cobarde) de los grandes festivales para repartir mimos. Se busca que nadie se vaya enfadado de aquí, que nunca se sabe cuándo querremos que vuelvan. A partir de ahí, ya podemos sacar interpretaciones salomónicas. Hablemos, pues, de la posición intermedia más o menos óptima entre discurso y cine; entre conciencia y arte. “Fuocoammare” no era, ni de lejos, la mejor película presentada este año en la Berlinale, pero sí fue la que mejor supo trasladar las –sangrientas– páginas de la actualidad a la pantalla del Palast. De esto se trata aquí, aunque para ser justos con los encargados de repartir los galardones, debe decirse que este palmarés se las ha ingeniado para cubrir, bastante bien, las miserias del pobre nivel competitivo de este año. Y no era fácil. Hablemos ahora de árboles y bosques. Fijándonos exclusivamente en el nombre de los ganadores, hasta se podría decir que este fue un buen año para la cita alemana.

Ahí queda inmortalizada la colosal “A Lullaby to the Sorrowful Mystery”, de Lav Diaz, quien consiguió llevarse el premio Alfred Bauer (ese reconocimiento extra-oficial al mayor ego del festival), o el Oso de Plata a la Mejor Dirección para Mia Hansen-Løve, autora de “L'avenir”, la que seguramente haya sido la película más incontestable de todo el concurso. No podía faltar el recuerdo al impecable guion de Tomasz Wasilewski para “United States of Love”, o la mención de prestigio al impresionante trabajo fotográfico de Mark Lee Ping-Bing en la china “Crosscurrent”, o el detalle para con “Hedi” (Mejor Actor y Mejor Ópera Prima), un film tan pequeño como honesto. Es decir, un film muy “Berlinale”.

Las excepciones a la cordura generalizada las pusieron Trine Dyrholm (Premio a la Mejor Actriz en la involuntariamente hilarante “La comuna”) y la fallida “Death in Sarajevo”, de Danis Tanovic, a quien visto lo visto, ya le dan galardones (este, el Gran Premio del Jurado, ni más ni menos) por puro decreto. «Por su compromiso», han declarado los miembros del jurado. Lo dicho, esto es la Berlinale.