El mito de Aokigahara en su más torpe visión occidental

El productor Jason Blum no va a ser el único avispado capaz de extraer la máxima rentabilidad a las inversiones mínimas en el cine de terror, así que el guionista David S. Goyer hace valer su experiencia dentro del fantástico para explotar también el género de los sustos, con un presupuesto de diez millones de dólares que ya ha triplicado en la recaudación en taquilla. Seguramente no ha querido dirigir “The Forest” porque ya lo intentó no hace mucho con “La semilla del mal” (2009), película de ambiente diabólico que fue masacrada por crítica y aficionados. Así que ahora le pasa el muerto, nunca mejor dicho, al debutante Jason Zada, que es quien se cae con todo el equipo en su fallida aventura iniciática.
Ya se sabe que los remakes hechos en Hollywood de películas japonesas de fantasmas, lo que allí se conoce tradicionalmente como “keidan”, han sido en general bastante olvidables. “The Forest” se contagia de lo peor de tales versiones infructuosas, al introducir de forma intermitente unos muertos espectrales a los que llama “yuurei”, y que nunca llegan a provocar verdadero pánico. Todo ello contemplado desde una muy alejada perspectiva occidental, que repasa mitos antropológicos nipones como los expuestos en el clásico “La balada de Narayama” (1958 y 1983), sobre los ancianos que van a morir a la naturaleza para dejar de ser una carga.
Esperemos que el último trabajo de Gus Van Sant “The Sea of Trees” (2015) encuentre distribución, porque nos permitirá comparar su visión particular del mito del bosque de Aokigahara con la más bien turística que se ofrece en “The Forest”. Y me refiero a ese turismo del morbo que lleva a los extranjeros a visitar el misterioso lugar a los pies del monte Fuji, elegido por los japoneses y japonesas para quitarse la vida. Natalie Dormer llega allí para buscar a su hermana gemela desaparecida, una profesora de inglés con la que se siente hondamente interconectada.

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