Mikel CHAMIZO
Opera

Buenas voces para no echar demasiado en falta la escena

La reducción de presupuesto, esa guillotina que no deja de pender sobre la Quincena Musical desde que comenzó la crisis, ha evitado que este verano el festival pudiera programar una ópera escenificada. Por fortuna en Donostia, que desde el próximo curso tendrá su propia temporada de ópera, el canto lírico ha cobrado cierto protagonismo en los últimos años y la de la Quincena ha dejado de ser la única cita operística del año. Quizá por esa razón, en el “Don Giovanni” que escuchamos el sábado la escena no se echó tanto de menos.

El elenco vocal era espectacular y cualquier contraparte teatral, a no ser que fuera de campanillas, quizá hasta hubiera molestado. La propuesta semiescénica que se inventó Salva Bolta, con los cantantes sin caracterizar e interactuando con bastante libertad personal sobre una plataforma alta al fondo del escenario, acompañados tan solo por unas sencillas proyecciones de vídeo, fue suficiente para evocar lejanamente una representación real y protegernos de la aridez de una ópera cuando se representa en formato de concierto. Otra cuestión distinta es por qué Bolta, o quien fuera, decidió realizar ciertos cortes en la partitura pero finalizarla con el sexteto moralizante que a menudo se suprime.

Christopher Maltman es uno de los grandes intérpretes de Don Giovanni de la última década. Ha cantando el papel recurrentemente desde 2008 en el Festival de Salzburgo y su rendición al personaje es asombroso: sin dibujarlo como un héroe ni un villano, de su Don Juan emana la personalidad amoral de este mujeriego extremo con total convicción y naturalidad. Gracias a la voz enorme de Maltman adquiere, además, un perfil muy bravucón y fiero pero coherente con sus momentos más tiernos, porque Maltman no incurre en ninguna trampa al cantar legato o a media voz. La de Don Giovanni y Maltman es una de las simbiosis personaje/actor más logradas de los últimos años, y a pesar de que lo canta en los mejores escenarios del mundo, en Donostia fue generoso y dio lo mejor de sí mismo. El espectáculo giró en torno a él y esto ya es un logro fiel a los deseos de Mozart y Da Ponte.

Irina Lungu lleva solo un año cantando Doña Anna y su construcción del personaje fue plana en comparación con la de Maltman, pero cantó sus arias con brillantez, tomando riesgos –lo que motivó un par de fallos de afinación– y con una voz que corría sonora por el espacio del Kursaal. Donna Elvira tiene algunas de las arias más difíciles de la ópera y en su presentación con “Ah! Chi mi dice mai” Nicole Cabell parecía más atenta a la corrección técnica que a expresar la tormenta interior de esta mujer despechada por Don Giovanni. Estuvo mejor en el segundo acto. José Fardilha fue un Leporello no hilarante pero creíble y por eso se le perdonaron ciertos desmanes vocales. Toby Spence, como Don Ottavio, se mostró como un tenor mozartiano de pura cepa. Su timbre no es el más hermoso, pero la delicadeza de su línea de canto fue notable. Por último, aunque en absoluto la última, la única vasca, Miren Urbieta como Zerlina, supo estar a la altura de semejante elenco y demostrar por qué es una de las cantantes jóvenes con más proyección del Estado español.