Ya estamos como todos los años, con Marijaia pisando los talones cuando aquí todavía quedan concurso de marmitako, despedida a los gigantes, festival piromusical, última parranda nocturna, Irrikitaldi y ganarle al Madrid. ¡Sin empujar kontxo, que corra el aire, que ya llevamos ocho días de apretón en achuchón! Empezó todo antes, cuando en el campus de la uni crecieron caravanas como perretxikos en la Ultzama. Pero no eran setas, no; en capacidad reproductiva, de tú a tú con el mejillón cebra y la avispa asiática. En un par de días ya los teníamos en Lorea, Igara, Errotaburu... y si te descuidas cogen Murgil Tontorra y nos colonizan hasta la montaña suiza de Igeldo.

A media docena de alienígenas por vehículo, echa cuentas. Así que llegar a una barra de bar de la Parte Vieja en hora punta ha sido como cruzarse la bahía y la calle San Martín detrás del tren turístico. Keep calm and ajo y agua. Y eso cuando no te toca justo delante el típico apasionado de las culturas locales que quiere saber qué lleva cada uno de los 37 pintxos, y se le une un camarero que no pasó del «My name is Pello» en EGB.

Haciendo balance, uno no sabe si ha sido más difícil cruzarse el sábado a media tarde el Boulevard sin chocarse con una manifa, ver el domingo a Alex Sardui o Eñaut Elorrieta sin dejarse los ojos, hallar una rendija humana el lunes para asomarse al abordaje, encontrar el martes en marea alta veinte centímetros cuadrados playeros libres de humanoides... Dicen los que lo vivieron que lo más parecido al infierno ha sido el concierto de Fangoria, aunque al menos así los bailoteos de nuestro alcalde pasaron algo más desapercibidos y eso que es buen kankarro. Portzierto, ¿quién puede seguir sosteniendo que es un soseras un tío capaz de montarse en el terrorífico Rocket del Paseo Nuevo?

Pues eso, que pa habernos matau. Ahora que no se entere nadie de que anteayer había 18 kilómetros de cola en Biriatu, no sea que el mejillón haga costra y nos atropelle también regatas y Santo Tomás.