Nagore BELASTEGI
REPERCUSIONES DEL DIVORCIO EN LOS NIñOS

CUANDO LOS HIJOS DEJAN DE SER PRIORIDAD DE UNA PAREJA ROTA

PARA NINGÚN NIñO ES PLATO DE BUEN GUSTO LA SEPARACIÓN DE SUS PADRES, PERO SUS EFECTOS PUEDEN SER MENORES CUANDO LOS ADULTOS DECIDEN ANTEPONER LOS INTERESES DE LOS HIJOS A LOS SUYOS PROPIOS. AUNQUE PAREZCA EVIDENTE, NO TODOS LOS DIVORCIOS TERMINAN ASÍ Y EN OCASIONES LOS NIñOS SUFREN MÁS DE LO DEBIDO.

«Ser una familia es una tarea de superhéroes en los tiempos que corren», aseguró Mercé Cartié, del equipo de Asesoramiento Técnico Civil-Familia de Barcelona, ayer en su intervención en un curso de verano de la UPV/EHU. Para comenzar una sesión muy dinámica, puso una secuencia de la película “Señora Doubtfire” en que se ve a los padres discutiendo mientras los niños escuchan con cara de tristeza. Avanzó así cuál sería el tema que trataría: las repercusiones que la ruptura de pareja tiene en los niños y el tipo de relación que pueden tener los padres en estos casos.

«Hay muchos tipos de familias: monoparentales, homoparentales, reconstituidas, de adopción, de acogida…», recordó, pero lo común a todas ellas es que sirven a los menores para transmitirles la identidad, para la socialización, para el aprendizaje diario y para garantizar su seguridad, entre otras cosas. El niño aprende una base en la familia y así se preparar para salir al mundo. Cuando ocurre una separación, ese mundo se derrumba para el niño. «El divorcio es un proceso, no un suceso. La mayoría son de mutuo acuerdo y la mitad tiene hijos menores. Después suele haber un periodo de crisis que dura dos años hasta que se llega a una estabilización», explicó.

Según esta experta, el divorcio suele verse como algo malo pero puede ser bueno si la pareja está sufriendo y así deja de hacerlo. Se trata de un conflicto que hay que resolver, y si se hace de forma correcta no supone mayor problema para los menores. El problema surge cuando el conflicto se cronifica. En un divorcio, los padres no están bien emocionalmente y por eso es posible que, momentáneamente, dejen de atender a sus hijos tal y como lo hacían hasta ese momento, pero esto suele solventarse en caso de un divorcio funcional. En estos casos, las disputas entre los progenitores suelen ser transitorias, sienten dolor por la pérdida y el resto de familiares perciben que no pueden posicionarse. Cada parte reconoce cuál es su responsabilidad y, pasado un tiempo, ambos capaces de adaptarse a la nueva situación. En cambio, en un divorcio disfuncional las disputas son permanentes y existe una necesidad de rivalizar.

«Dentro de la familia existe la parentalidad y la conyugalidad. En un divorcio la conyugalidad termina pero la parentalidad continúa, y eso es lo que va a unir de por vida a los progenitores», explicó Cartié. Puede ocurrir que los padres tengan un grado de conflicto alto y una cooperación alta, de modo que existe un resentimiento mutuo pero se ponen de acuerdo en las cuestiones sobre los menores. O bien un conflicto alto y una cooperación baja, donde se critican continuamente y son crueles, y no les importa que los hijos estén presentes. Si el conflicto es bajo y la cooperación también, ocurre que los progenitores apenas tienen relación, ni siquiera para decidir las cosas que influyen a sus hijos. Y la mejor situación es cuando los padres tienen un conflicto bajo y una cooperación alta; son los casos en que mantienen contacto sobre todo para decidir lo referente a los menores.

Cómo se siente el niño

Ante un proceso tan importante no todos los niños reaccionan igual. Depende de su edad, género y temperamento. Los niños suelen estar tristes porque experimentan la pérdida. Por eso es importante explicarles juntos lo que pasa –«un mensaje coherente, que no tiene por qué ser la verdad jurídica»– y cómo serán las cosas a partir de ese momento, y también hacerles saber que verán a los dos progenitores.

Los niños también tienen miedo al abandono. Una custodia compartida implica ver a los dos progenitores por igual, pero si no se da el caso, el niño puede pensar que igual que uno se ha alejado puede hacerlo el otro algún día. Se sienten enojados también, pues todo ante ellos se desmorona sin poder evitarlo. Los niños más pequeños pueden sentirse culpables e intentar mejorar comportamiento para que así sus padres vuelvan a estar juntos, mientras que los más mayores pueden culpar a uno de los dos.