Iraia OIARZABAL
BILBO
Interview
CÉSAR RENDUELES
SOCIÓLOGO Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

«El elitismo se nos ha metido en el cuerpo, también a la izquierda»

Nacido en Girona en 1975, es profesor de Teoría Sociológica en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de obras como “Sociofobia” y “Capitalismo canalla”, nos presenta un potente discurso de izquierdas pero sin renunciar a la autocrítica.

Invitado al II Congreso de Economía Social y Solidaria que estos días ha tenido lugar en Bilbo, César Rendueles comparte con GARA sus reflexiones sobre el ciclo político actual: la situación del neoliberalismo y de la izquierda, con sus retos y contradicciones.

Partiendo del título de su charla, “Postcapitalismo: oportunidades, desafíos y falsas promesas”, ¿cómo describiría ese postcapitalismo?

Precisamente muchas veces uso la palabra postcapitalismo, que es bastante cursi en realidad, para no tener que definir cómo va a ser ese postcapitalismo. Pero algunas cosas sabemos. Por ejemplo, que va a consistir en un proceso de democratización de ámbitos de nuestra vida en común que permanecen al margen de la deliberación democrática, como la economía. Sabemos que va a implicar procesos de emancipación sobre ámbitos de nuestra vida que hoy permanecen sometidos a intereses materiales o políticos de las élites. Y sabemos también que va a tener necesariamente en cuenta algunas limitaciones materiales, medioambientales, relacionadas con la finitud del planeta en el que vivimos.

Durante su ponencia ha expuesto dos ideas sobre el neoliberalismo. Por un lado, afirma que «el libre mercado es un zombi, pero sigue ahí». Por otro, sostiene que, aunque las crisis se presentan como oportunidades para el cambio, la mayoría de las veces vienen a reforzar el sistema imperante.

El neoliberalismo como proyecto político está agotado. Puede parecer que no porque realmente sus partidarios siguen teniendo la sartén por el mango en las intituciones políticas, económicas e incluso en las académicas, hasta el punto de que muy poca gente se define a sí misma como neoliberal, aunque lo sea, porque es la normalidad. La economía neoliberal es la economía, la economía ortodoxa. Sin embargo, estoy convencido de que es un proyecto agotado, que tiene muy poca capacidad para interpelar a grandes grupos sociales. El neoliberalismo triunfó cuando consiguió convencer a millones de personas de que ese proyecto representaba sus intereses: con Margaret Tatcher, Ronald Reagan, Felipe González, que anticipó la tercera vía en España... Hoy eso no pasa. Lo mejor que tiene que decirnos Rajoy es que no se les ocurre nada mejor. Carece de nervio político. Puede dar lugar, eso sí, a procesos políticos aún más terribles.

Sí creo que se ha producido un giro a la izquierda, al menos en el plano moral o biológico. Hoy debatimos asuntos públicos que hace muy poquito tiempo en términos históricos nos resultarían inimaginables. La alcaldesa de Barcelona es la antigua portavoz de la PAH, algunas de la ciudades más grandes del Estado español están gobernadas por el Ayuntamiento del cambio. Ahí está Pamplona.

Apuntaba al comienzo de su charla que estamos en una especie de montaña rusa en la que pasamos del pesimismo a la esperanza. ¿Está relacionado con los ritmos en los que está discurriendo ese cambio?

Lo que pasa es que una cosa es que se haya producido un cambio de sensibilidad y de sentido común, y otra cosa es articular la toma del poder, la construcción de poder popular. Creo que una limitación muy importante es nuestra incapacidad para intervenir en el ámbito laboral. La dinámica del cambio político se ha quedado a las puertas de los centros de trabajo. Si no se consigue intervenir ahí, es muy difícil que cambios sociales profundos se produzcan, porque no consigues ofrecer una alternativa a la gente en lo que son sus condiciones materiales de vida.

Movimientos como el 15M o Occupy Wall Street son algunos de los ejes de ese cambio, pero también señalaba usted que las izquierdas no han sido capaces de ofrecer alternativas realistas y amigables y que el ciclo político posterior a la recesión está siendo muy limitado.

Es un poco injusto, realmente. No hemos sabido porque es realmente difícil. La victoria del neoliberalismo ha sido brutal, aplastante. Ese triunfo yo creo que muchas veces no lo entendemos bien. Pensamos que la gran victoria del neoliberalismo es haber conseguido enriquecer a unas pocas élites. Su gran victoria es convertirnos en una sociedad muy individualista, muy despolitizada.

Es verdad que las izquierdas no han sabido ofrecer una alternativa relacionada con las condiciones materiales de vida porque ese terreno de discusión había sido completamente evacuado de la discusión política con mucho éxito por los neoliberales desde finales de los años 80. ¿Cómo movilizas a una masa precaria?

En ese contexto, ¿en qué lugar quedan los sindicatos?

Se nos olvida que el motor de algunas de las grandes transformaciones políticas y sociales del siglo XX fueron en buena medida movimientos de trabajadores. Lo cual también explica algunas de sus limitaciones, porque eso invisibilizaba el trabajo reproductivo y de cuidados no asalariados. Hoy no tenemos nada parecido. El debate político está muy ideologizado y tiene muy poco que ver con el día a día de conseguir el sustento. Insisto, la gran victoria del neoliberalismo ha sido hacer que eso sea imposible. Tenemos que idear mecanismos de intervención que no sean una mera reproducción de los dispositivos sindicales clásicos, pero que incidan en ese mismo sentido de conseguir que ganen poder de negociación y capacidad de solidaridad las clases trabajadoras empobrecidas.

También ha incidido en los intereses de clase media frente a esa masa trabajadora.

En los últimos años hemos hablado mucho del 99% frente al 1%. Hay un punto de realidad ahí, hay una pequeña élite global que ha aumentado sus beneficios estratosféricamente a costa de los demás. Pero eso a veces también oculta que hay una masa social que suele ser entre el 25 y el 30% de la población a la que no le va tan mal en este escenario. El problema es que son muchos millones de personas y esa masa de población tiene un gran peso en los programas de los partidos políticos y en medios de comunicación. Eso hace que identifiquemos los intereses e ideales de ese sector de la población con el conjunto de la sociedad. Superar eso es muy complicado porque implica asumir que ese 30% va a tener que hacer sacrificios y cambiar su manera de vivir.

¿Explica esto algunos acontecimientos recientes como el Brexit, el nuevo Gobierno del PP o la victoria de Trump?

Uno de los secretos mejor guardados de todos esos procesos que estamos viviendo y que dan como una especie de depresión política es que hay mucha gente que no participa. Esto se nos olvida siempre. La victoria del PP está en buena medida basada en que a los que peor les va en la crisis han participado muy poco en este ciclo político. Ahí hay un desafío muy grande: movilizar a gente que ahora mismo no se siente interpelada por ninguna opción política. Se habla del exilio de ingenieros y médicos, pero se olvidan los camareros o cajeros, por ejemplo. Estos entran en la normalidad del precariado.

¿Se refiere a que se ha instaurado cierto elitismo?

Sí, exactamente. El elitismo se nos ha metido en el cuerpo, también a la izquierda. Si no conseguimos movilizar a sectores de la población que son prácticamente los perdedores de la crisis es muy difícil impulsar el cambio político. Porque, en cambio, las fuerzas conservadoras, quienes quieren mantener las cosas como están, sí son capaces de movilizar a los suyos. Ese 30% sí que se moviliza. Porque tienen miedo, lógicamente. Los cambios son arriesgados y a veces se fracasa y se va a cosas aún peores.

Hablando de capacidad de movilización, hoy en día parece algo indisoluble a la expansión de las redes sociales. En una de sus obras habla de «sociofobia» y «ciberfetichismo». Términos interesantes en estos tiempos.

«Sociofobia» es un término que usé para designar el miedo a la democracia. Esa cosa de que no nos acabamos de creer que la democracia es posible. Se nos ha metido muy en el fondo esa desconfianza en la capacidad deliberativa. Llamaba «ciberfetichismo» a la pretensión al menos durante un tiempo muy difundida de que la tecnología era una solución para ese problema. De que ante los déficits de democracia, ante los problemas políticos, lo mejor que podíamos hacer era buscar una solución tecnológica que nos aportaba una especie de muleta que nos permitía remediar esos problemas. Yo creo que no es así. Muchas veces buscamos en esa especie de magia tecnológica soluciones que hace que no afrontemos las raíces reales de los problemas que tenemos.

Tenemos que verlo al revés. No desprecio para nada las posibilidades de las distintas tecnologías pero tenemos que hacer lo contrario. Impulsar cambios políticos que nos permitan aprovechar esas posibilidades. Creo que es un cambio que ya se está produciendo.

Curiosamente el ciclo político que estamos viviendo ha rehabilitado un espacio comunicativo que se daba prácticamente por desahuciado como es la televisión. Sabemos seguro que la tecnología va a tener peso en los procesos de cambio social, pero siempre hemos sido muy miopes para identificar las tecnologías que realmente están transformando las cosas. Así que yo creo que hay que mantener cierta distancia respecto a cierto futurismo muy cosmopaleto en realidad.

En definitiva, hablamos de cambios en profundidad: en hábitos de consumo, de producción, modos de vida, de trabajo, de relaciones que están basadas en esquemas donde la desigualdad entre hombres y mujeres es permanente... ¿Estamos preparados?

Yo creo que sí, y que además venimos preparados de serie con un bagaje igualitarista más profundo de lo que pensamos. La humanidad ha vivido muchos más miles de años en un entorno igualitarista que en un entorno de desigualdad. Pensar que es imposible desarrollar en un entorno industrial, democrático, ilustrado, emancipado... ese tipo de relaciones me parece bastante extraño.

No soy un reaccionario, creo que ha habido avances morales muy importantes y no tengo el menor deseo de vivir en una sociedad tradicional. Pero sí creo que el igualitarismo realmente está mucho más arraigado en nuestros corazones. Ser desiguales lleva a tener vidas degradadas, dañadas.