Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Moonlight»

Control absoluto para el tabú absoluto

El año pasado la Academia de Cine de Estados Unidos se metió en el enésimo berenjenal. El famoso hashtag que rezaba “Oscars so White” no bajó de la categoría de trending topic hasta que Chris Rock, presentador de aquella gala, se despidió para que bajara el telón del Dolby Theatre. Todo surgió, recordemos, por las quejas de un actor demasiado añorado de tiempos pasados (Will Smith) y de un colectivo (el afroamericano) que sí tenía motivos para sentirse discriminado.

Un año después, y con el racismo institucionalizándose a ritmo de decretos firmados por Donald Trump, la Academia parece haber aprendido la lección. En esta ocasión, son tres las películas que optan a los máximos honores y en las que dicha comunidad puede verse representada. Los títulos son “Figuras ocultas”, “Fences” y el que ahora nos concierne, “Moonlight”. Este último es, además, el que ahora mismo parece gozar de más posibilidades de cara a la conquista de los grandes premios. Lo avala, de momento, un largo recorrido de triunfos en otros reconocimientos, tales como los Globos de Oro o los Bafta, además de ser la película más encumbrada por la crítica en esta temporada.

No es para menos. El nuevo trabajo de Barry Jenkins coge algunos de los elementos más característicos del black-cinema y evita caer en sus tics más clásicos. Es la potencia... pero con control. Y esto que la historia narrada (grosso modo, la de un chaval que descubre que es gay) incitaba al berreo. Pues no, Jenkins se enfrenta a la homosexualidad (un auténtico tabú en la América negra) con elegancia e inteligencia (emocional, sobre todo). Tanto en la escritura como en la puesta en escena, destaca el sabio uso de las elipsis, el hipnótico trabajo fotográfico, lo cuidadas que están las interpretaciones, la energía que transmite la cámara... Todos los elementos rindiendo al máximo nivel, y la emoción que surge por –gloriosa– acumulación.