Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

La épica de la esperanza

Hoy no hacen falta presentaciones. Silencio en la sala, se apagan las luces, se enciende el proyector y la imagen luce en 35 gloriosos milímetros. No hay duda, Aki Kaurismäki ha vuelto... si es que alguna vez se fue. “The Other Side of Hope” es su primer largometraje en seis años, y otra joya en su carrera. Desde la fría Finalndia nos llega otra ola de calor humano para reivindicar al cine como el más acogedor de los refugios. De crisis humanitarias nos habla el maestro, y de cómo solucionarlas. Sin discursos panfletarios ni malas caras, sino con esa actitud ante las perrerías de la vida, que no dista demasiado de genios inmortales tales como Charles Chaplin o Buster Keaton. Este es el nivel. Toca reír, pero también estremecerse ante el horror de la intolerancia (o peor, de la indiferencia) que despierta ese desconocido que necesita tu ayuda. Ante esto, nada mejor que ese sentido de la solidaridad que el finés capta como pocos. Si Kaurismäki no gana este año el Oso de Oro, entonces no lo ganará nunca. Poco importa, en realidad. El hombre está por encima de esto.

El  resto de la jornada en la competición se ha saldado con una mediocridad y un desastre. Primero Hiroyuki Tanaka, “Sabu” para los amigos de la Berlinale. Su ‘Mr. Long’, es como un refrito del universo fílmico de Takeshi Kitano. Y es que en esta historia de un asesino a sueldo que se resarce de sus heridas en un pueblo de parias, no es difícil ver ecos de “Kikujiro”, “Hana-Bi” o de aquellos relatos yakuza. Todo queda ahí, en forma de pálido reflejo del original. Sin aquel carisma, ni ternura, ni gravedad. A Sabu, incapaz de sacar la narración de la suspensión, el referente le viene grande, y a él se le ve pequeño.

Peor le han ido las cosas a Sally Potter, quien con “The Party” lo tenía todo para triunfar... pero ni así. Planteada como una obra de teatro, la película nos presenta la enésima reunión de amigos, ocasión ideal para que estos se tiren mierda los unos a los otros. La función está planteada como una comedia, lo delatan sus continuos intentos de hacer reír al espectador. Con lo que sea. La sanidad pública, la política... Lo mismo que un DJ pinchando discos sin ningún criterio. Potter ejecuta tan mal su texto que condena cada gag al desacierto. Con el agravante del despilfarro de potencial de un reparto estelar que aquí no luce ni a tiros.

Por último, parada obligatoria en la sección Berlinale Special. James Gray lleva a Europa su última película, “Z. La ciudad perdida”, biopic sobre el explorador Percy Fawcett, obsesionado con la búsqueda de una mítica ciudad oculta en la selva amazónica. El film es una catarata de épica humana que solo se hallaba en los grandes clásicos. Por ejemplo, David Lean. Pues ahí vuelve a estar el nivel. Y ahí nos quedamos nosotros, empapados por el espíritu aventurero de los pioneros; avasallados por la maestría de un Gray al que le sale todo redondo. Emociona, por pura perfección.