Víctor ESQUIROL
I AM NOT A SERIAL KILLER

Cuentos macabros del sangriento Midwest, donde viven los monstruos

Si me permiten la anécdota, ahí me encontraba el año pasado, en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, a punto de devorar la sexta película de una jornada que no terminaría hasta que dicho marcador no hubiera alcanzado los dos dígitos. Habíamos superado el ecuador de aquella magnífica 49ª edición, y el cansancio empezaba a hacer mella. Era necesario aferrarse a cualquier buena señal que nos ofreciera el universo. De modo que fui a abordar a una de las programadoras. «¿Qué vais a ponernos ahora?», pregunté. Ella sonrió y contestó: «Mi película favorita del festival».

Claro, ¿qué iba a decir cuando estaba a punto de presentar en público dicho film... junto a su director? Solo que no, aquello no fue una respuesta políticamente correcta, sino artísticamente incontestable. “I Am Not a Serial Killer” fue claramente una de las grandes revelaciones de Sitges, y ya puestos, una de las más brillantes perlas a descubrir en el panorama internacional.

Desde Irlanda nos llega la adaptación para la gran pantalla de la novela homónima de culto escrita por Dan Wells, suerte de thriller terrorífico en el que un adolescente problemático se autoerige como detective al cargo de la investigación de una serie de misteriosos asesinatos que tienen aterrorizado a su pequeño y aparentemente pacífico pueblo. Detrás de las cámaras tenemos a un Billy O’Brien en plenas facultades. La elección de filmar la acción en –preciosos– 16mm es solo la carta de presentación de uno de los ejercicios de género más inspirados de los últimos años. En él, el joven y sombrío talento del protagonista Max Records choca frontalmente con la veteranía de un Christopher Lloyd monstruoso en todos los sentidos. El resultado es un neo-noir sorprendente. Con una sicología de personajes siempre inquietante y una ambientación que solo puede dar la magia (negra) del cine. Una película casi perfecta.