Los signos de los tiempos

Recientemente, un colaborador del periódico me confesaba que había decidido no tocar ciertos temas en sus columnas debido a la reacción que estos debates generaban en las redes sociales. En él había una mezcla de resignación, hastío y un cálculo muy razonable: no podía dedicar las energías que requeriría sostener uno de esos debates virtuales, entre otras cosas porque tiene una responsabilidad y esta no es su prioridad. Tampoco quería no responder, aunque dudaba del resultado del esfuerzo dialéctico. Pero el hecho es que no trata temas sobre los que, en mi opinión, podría aportar una visión interesante.
Evidentemente, no temía la censura del Estado –conoce lo que es ser represaliado por sus ideas–, sino el acoso de personas con las que, en principio, comparte ideología. Quizás esa premisa es falsa. Quizás no sean talibanes de este tema o sectarios de aquel otro, sino simplemente talibanes y sectarios, siendo un tema concreto el enganche vital con el que descargar su fanatismo liberticida. Quizás.
En todo caso, se demuestra el interés del fenómeno, y “Arden las redes” es un buen libro al respecto. Se trata de un texto original y bien documentado sobre el fenómeno que Soto Ivars bautiza como poscensura. Si la censura se ejerce de arriba abajo, en vertical por parte del Estado, la poscensura se ejerce en horizontal, entre iguales y en forma de linchamiento virtual. El autor considera que hay tres factores principales: las redes, la crisis de legitimidad de los medios de comunicación y la mezcla de corrección política y guerras culturales.
Soto Ivars confiesa que dudó si realmente había podido captar tan bien una tendencia actual. Una vez escrito, dejó un tiempo para verificar que la realidad de las redes se correspondía con su idea. Y se dio cuenta de que sí, que seguramente se había quedado corto. Esa cautela aporta sensatez, pero ralentiza la lectura cuando el autor, que escribe muy bien, se refrena.
El texto es implacable con la izquierda, seguramente por cercanía, y en cierta medida da por perdida a la derecha, aunque intenta salvar argumentos o personas que en las guerras culturales han caído en esa trinchera. Eso hace que a veces hable desde un punto que incomoda más allá de que uno se dé por aludido, por mucho que se compartan sus tesis y ejemplos. Proyecta lo que le duele al escritor sin abandonar el tono objetivo, y creo que eso chirría.
El autor intenta trascender esas guerras culturales y mostrar cómo estas actitudes minan el entendimiento y la opinión pública. Defiende firmemente que la corrección política tiene el riesgo de negar realidades que no por dejar de mencionarlas dejan de crecer, como el racismo y la misoginia que han acabado por encumbrar a Trump. Discutible pero interesante.
Creo que el libro falla al hablar de redes sociales en general, porque las dinámicas de Twitter y Facebook, por ejemplo, son distintas. “Arden las redes” es sobre todo “Arde Twitter”. Los riesgos de Facebook son otros, no menores pero otros.
Al lector vasco le sorprenderá que, puesto a hacer la genealogía de la censura en el Estado español desde la muerte de Franco, no se citen los cierres de “Egin” y “Egunkaria”, ambos considerados ilegales por los tribunales españoles, e irremediables, en el primero con fuertes condenas de cárcel para sus responsables como parte de una particular «guerra contra el terror» y en el segundo con una denuncia de torturas que llegó hasta Estrasburgo, que finalmente condenó a España por no investigar el trato a Martxelo Otamendi.
Esto no le resta razón, solo un argumento. A sus ejemplos españoles se les puede sumar cuando le quitaron el carnet de feminista a Itziar Ziga o dijeron que Otegi había traicionado a los presos estando él encarcelado. Vamos, que refleja bien un tema universal, un signo de los tiempos.

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