Jaime IGLESIAS
MADRID
Interview
LUCRECIA MARTEL
CINEASTA

«Toda persona necesita estar un poco al margen de la ley»

Nacida en Salta en 1966, su nombre saltó a la fama con «La ciénaga» (2001), su ópera prima como directora. Poseedora de una mirada singular que busca trascender los arquetipos narrativos, ha estado casi una década alejada del cine. Ahora regresa con «Zama» una poderosa fábula ambientada en la América colonial que, tras presentarse en Venecia, ha suscitado el aplauso de la crítica internacional.

“Zama” es la adaptación de la novela homónima de Antonio Di Benedetto, un clásico de la literatura argentina del siglo XX, escrito en la década de los 50, sobre el que, durante años, pesó el estigma de ser infilmable.

La propia complejidad de la obra, a la hora de evocar un proceso de pérdida de identidad, y la singularidad de su lenguaje, disuadieron a muchos cineastas. No obstante, Lucrecia Martel (Salta, 1966) percibió en el texto un reflejo de aquellos temas que la interesan como directora y de la mano del actor mexicano Daniel Giménez Cacho se lanzó  la aventura de ponerlo en imágenes.

Usted irrumpió en 2001 con una película como «La ciénaga», que dio carta de naturaleza al nuevo cine argentino y, de paso, la encumbró como una de las voces más singulares del panorama latinoamericano, algo que tuvo continuidad con «La niña santa» y «La mujer sin cabeza». Sin embargo, llevaba casi una década sin ponerse tras la cámara. ¿Por qué?

Bueno, la verdad es que nunca he sentido urgencia por rodar, entre otras porque no creo que exista un público que aguarde expectante mis películas. Hay una cierta fantasía respecto de mi obra anterior: se insiste mucho en que soy una cineasta de culto con un cierto prestigio crítico, pero mis tres largometrajes precedentes apenas tuvieron galardones importantes cuando fueron seleccionados por los festivales en los que participaron. Y eso creo que es algo que me ha favorecido porque me ha permitido administrar mis tiempos y lanzarme a rodar única y exclusivamente cuando siento que tengo algo que decir y no impelida por la necesidad de presentar algo nuevo. A la hora de crear es importante respetar una cierta ecología. No me parece algo especialmente valioso el hecho de ser productivo, es más, pienso que hay muchos cineastas que filman demasiado.

Entonces, ¿estos nueve años de silencio obedecen a que sentía que no tenía nada que decir?

Creo que confluyeron varias cosas. Por un lado, durante algún tiempo estuve trabajando en la adaptación del cómic “El eternauta”, un clásico de la ciencia ficción argentina, un proyecto que, por diversas razones, no salió adelante.

Después de aquello me embarqué en una travesía por el río Paraná y fue durante la misma cuando leí “Zama”. Enseguida vi que allí había una película. En e, año 2012 tuve lista la primera versión del guion pero hasta 2015 no empezamos a filmarla. La propia complejidad del proyecto hizo que tuviéramos una postproducción bastante larga y, además, luego coincidió con que enfermé. Y bueno, así hasta el pasado festival de Venecia donde, por fin, pudimos presentar la película.

¿Qué fue lo que le atrajo de la novela de Antonio Di Benedetto? Durante años se consideró un texto imposible de adaptar al cine.

Pero ¿sabes por qué ocurre eso? Porque tanto en la literatura como en el cine se le da excesiva importancia al argumento, al punto de considerarlo el elemento narrativo más importante y eso es algo con lo que, para nada, estoy de acuerdo. Para mí aquello que modifica tu percepción como lector o como espectador no es el argumento de una obra sino el lenguaje desde el que dicha obra está narrada. El argumento es una estructura necesaria para organizar el tiempo interno del relato pero nada más. Pensemos en el clásico argumento sobre las repercusiones que tiene en alguien ser rechazado por la persona a la que ama. Eso es algo que han utilizado desde Dostoievski hasta los destajistas de la novela rosa. Dicho de otro modo: el argumento no define la singularidad ni las posibilidades de una obra. Yo mientras leía “Zama” tuve una inspiración clarísima de que en aquella novela había una película y la tuve, precisamente, porque no presté apenas atención a la trama sino a la forma que está narrada, algo que me hizo pensar en el enorme desafío que supondría traducir esa riqueza literaria al lenguaje audiovisual. Aquello fue un estímulo.

¿Cuáles fueron las principales dificultades a la hora de llevar a cabo ese trasvase?

Bueno, supongo que mis dificultades fueron mínimas si me comparo con quienes recibieron el encargo de adaptar “El código Da Vinci”. Solo un genio hubiera podido hacer una buena película partiendo de una novela tan ajustada a un sistema narrativo hegemónico, conservador e inútil, tan apegada al concepto de mainstream. Yo me limité a controlar la euforia de saber que adaptar “Zama” me conducía a un esfuerzo creativo enorme y a partir de ahí me dediqué a buscar las estrategias de representación que me permitieran crear secuencias donde quedase relejado ese soliloquio tan particular que sostiene narrativamente la obra de Di Benedetto. Y creo que eso lo conseguí aislando los diferentes puntos de interés que existen en la novela y centrándome en el conflicto de identidad que vive el protagonista y en las distintas trampas que se le plantean en torno al mismo.

Ese es un conflicto que planea por toda su filmografía. De hecho, la metáfora sobre los peces a los que el agua hunde, que está al inicio de «Zama» y que sirve para definir a su protagonista, sería válida también para los personajes de sus tres películas anteriores.

Es que al igual que hay peces a los que el agua rechaza, yo creo que hay personas a las que la vida rechaza. Son muchos los individuos que han asumido con tanta fuerza los imperativos sociales que su identidad ha terminado por quedar diluida en la obediencia ciega a esos mandatos. Lo que llamamos sociedad no es sino una invención, una creación para facilitar nuestra convivencia e impedir que nos matemos entre nosotros. Nos ofrece unas garantías, sí, pero también nos constriñe enormemente y nos impide nuestra plena realización como individuos. Yo creo que toda persona necesita estar un poco al margen de la ley.

¿Cree que esos mecanismos de represión tienen hoy en día más peso que antes?

Yo creo que sí. Pensemos en el caso terrible de todas esas mujeres que están denunciando haber sido acosadas. Ellas, cargadas del derecho y de las razones que asisten a las víctimas de este tipo de delitos, apelan a la denuncia pública para señalar y desacreditar a quienes abusaron de ellas. Pero a mí me resulta aterrador el modo en que este asunto ha calado en la opinión pública hasta el punto de convertir cualquier denuncia, automáticamente, en una condena. Sentenciar a personas sin que medie juicio alguno se ha transformado en una suerte de nuevo mandato social que asumimos en solidaridad con las víctimas pero, ¿quién nos protege contra una utilización torticera de dicho mecanismo? Por ejemplo, si hay una productora que se quiere sacar de encima a un determinado actor por cuestiones X, tal y como están las cosas, ¿no le bastaría con pagar a alguien para que denuncie a esa persona y aprovechar todo el ruido mediático para deshacerse de ella? ¡Ojo! No digo que algo así se haya producido, digo que es muy fácil que se produzca.

Volviendo a «Zama», llama la atención que frente a esa tradición de películas que relatan la ocupación colonial española de América como una aventura individual protagonizada por personajes en busca de sí mismos, su película cambia radicalmente el enfoque y lo que narra no es la historia de una búsqueda sino de una pérdida.

Sí, eso es algo que ya está en la novela y fue justo el elemento que más me interesó. Para mí, construir un relato en torno a la afirmación de la propia identidad del héroe, no deja de ser una proyección de ese pensamiento hegemónico que subyace en nuestro sistema de valores. Frente a eso, yo creo que nada resulta tan subversivo como buscar desprenderse de la propia identidad o, dicho de otro modo, intentar alejarse de lo que uno cree ser. Y en cierto sentido, ahora que lo pienso, creo que esa es una actitud que llevo desarrollando durante toda mi vida en el sentido de que nunca me aproveché del interés que suscitaron mis anteriores películas para trabajar a favor de construirme una reputación o una identidad como cineasta que me permitiera posicionarme en la industria. Nunca creí en eso, como tampoco he creído en los festivales de cine, me parece que son necesarios para la distribución de las películas pero no tienen nada que ver con el valor de lo próximo que puedas hacer, entre otras cosas porque los festivales, que nacieron para dar visibilidad a aquellas propuestas realizadas en los márgenes de la industria, se han convertido en una exaltación de lo que la misma industria produce.

¿En qué medida, con esta película, ha querido articular un discurso anticolonial?

La razón de ser de la colonización siempre fue el imponer una homogeneidad en el sentir y en el pensar de aquellos pueblos que eran sometidos y, sinceramente, creo que ese es un fenómeno que se sigue dando en nuestros días a través de la globalización. Yo creo que es de esa identidad impuesta de la que deberíamos empezar a desprendernos y sí, “Zama” es una película que habla de ese proceso de despojamiento.

 

¿Y cómo guía uno a los actores por ese camino? Porque, a la hora de afrontar su trabajo, la mayoría de intérpretes demanda información que le haga asumir la identidad de sus personajes...

En este caso, la opción que manejamos es que el resto de actores tuviera mucha más información sobre Zama que el propio Daniel Giménez Cacho, que era el encargado de interpretarlo. La idea era que la mirada del actor estuviese, en todo momento, imbuida de un sentimiento de sospecha, el propio de quien percibe que se le ocultan cosas. Y esa mirada da un aire de misterio a cada secuencia que acaba siendo más revelador que aquello de lo que la secuencia trata.