Nora FRANCO MADARIAGA
Opera

Dos grandes Divas

El aria “Casta Diva” es una de esas piezas que, gracias al cine, la televisión y sobre todo a la publicidad, están en nuestra memoria sonora colectiva; y ese archivo sonoro inmaterial tiene la voz, probablemente, de María Callas. Un alto listón donde comparar a cualquier otra cantante que ose acercarse a la exigente partitura que Bellini escribió para la protagonista de su ópera.

Consciente de lo arriesgado e inusual de esta gesta, el público abarrotaba el auditorio del Palacio Euskalduna con gran expectación (y una cierta dosis de morbo, no lo vamos a negar) para asistir al debut como Norma de Anna Pirozzi, soprano napolitana asidua a las temporadas de ABAO y querida por el público bilbaíno.

La Pirozzi se jugaba su credibilidad como Norma en este aria, prácticamente su primera intervención. Y no defraudó. Con aplomo, haciendo alarde de fiato, de filados y de madurez vocal, desgranó una “Casta Diva” tremendamente personal que la consagraba en el papel.

Pero Norma es mucho más que un aria, por muy conocida que sea. Es un rol complicado, tanto vocal como dramáticamente, que requiere de una voz rotunda, un dominio absoluto del belcanto y un reflejo vocal de la multitud de momentos anímicos de la protagonista que la soprano consiguió sostener hasta el final con control y confianza a partes iguales, a pesar de pequeños, casi imperceptibles, momentos de duda, cansancio o inseguridad.

Sin embargo, a la misma altura en protagonismo y dificultad, aunque mucho menos valorado, se encuentra el papel de Adalgisa, que la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé defendió con maestría. Con una voz fresca, potente y sedosa, de bellísima línea y agudo fácil, destacó en sus arias pero brilló especialmente en los delicados y expresivos dúos.

Por su parte, el tenor Gregory Kunde resolvió su papel como Pollione con mucho oficio y un gran legato, aunque fue quien más adoleció los tempos ligeramente apresurados del Maestro Rizzo, más pendiente de la orquesta que de los cantantes, en detrimento del canto fluido y delicado que requiere una ópera belcantista.

Estupendo Tagliavini como Oroveso, sólido y creíble, aunque se echó de menos una voz un poco más oscura. Bien Mentxaka y Esteve, así como el coro, que bordó los momentos sotto voce.

La puesta en escena de Livermore, sin llegar a estorbar, resultó poco convincente y demasiado lóbrega, creando una atmósfera opresiva que no dejó lucir completamente el nacimiento de, no solo una, sino dos grandes Divas.