Raimundo Fitero
DE REOJO

Supremos

Es la última instancia judicial, la cúspide de la legalidad, de la justicia, allá dónde el escándalo es supremo y la vergüenza torera ni se la espera. El Tribunal Supremo es el que tiene a los políticos catalanes encarcelados, por sus santos cojones, donde se inventan rebeliones y sediciones, porque son los dueños de la barraca. Donde cambian sentencias porque deben saber mucho, pero cuando se les ocurre hacer algo de justicia, tardan veinticuatro horas en cambiar, suspender, porque una llamada de una Botín, de cualquier Botín, de cualquier banquero con mando en sus cuentas corrientes y en sus destinos tiene más jurisprudencia que todo el Aranzabal.

La banca ha dado un golpe de estado silente, ha demostrado su influencia, ha hecho notar quiénes son los que mandan, los que ponen y quitan decretos de alquiler. Han dado un paso más que don Vito Corleone, que entendió que eran más eficaces los abogados que los pistoleros, ahora son más importantes los jueces ambiciosos, que los abogados ambiciosos y que los políticos de granel. Vuelvo a hacer referencia a Don Wislow, mi autor preferido por todo lo que sabe sobre el narcotráfico, y en sus novelas se explica tanto sobre lo que sucede en ciertas realidades, que esta congelación de una sentencia que ponía a la deleznable banca española en la necesidad de perder ganancias y restituir lo que habían robado, parece fruto de un modus operandi mafioso muy sigiloso. 

Un Estado entregado a los banqueros, a las iglesias y las eléctricas, que son en parte propiedad de los bancos, se queda sin  dignidad. De explicar alguien lo que sucede, porque da la impresión de que Zipi y Zape, el lobotomizado Sánchez y el rey del oportunismo Iglesias, pintan menos que Maximino en Haro. Supremos indecentes. Volvamos al carril. La solución es la revolución. Abajo el Capital.