Dabid LAZKANOITURBURU

Dos líderes y dos dilemas, uno británico y otro global

Theresa May era, como el desaparecido premier David Cameron, favorable a la permanencia, con condiciones, de Gran Bretaña en la UE, pero le está tocando gestionar el Brexit.

Jeremy Corbyn nunca ha ocultado su euroescepticismo, que entronca con la vieja tradición laborista que forzó, y perdió, el referéndum de 1975 para la salida de la Unión, pero le está tocando a su vez gestionar la oposición al Brexit.

Ambas paradojas resumen el marasmo en el que lleva instalada la política británica desde el referéndum de junio de 2016. Y apuntan a un dilema muy británico, el que opone la virtud profundamente democrática de respetar lo que los británicos, de forma ajustada pero diáfana, votaron hace dos años –el adiós a la UE–, a la necesidad de contemporizar y buscar un acuerdo que vuelva a reeditar la fórmula del «cheque británico». Y que deje a Londres a medio camino, en su sempiterna condición de isla enamorada de sí misma, pero forzada a compartir costa con el «resto del continente».

A ese dilema se suma, en el caso de Corbyn, otro y en este caso global. El que enfrenta a los que defienden un mundo multicultural y abierto frente a los que, perdedores de la globalización, apuestan por la introspección y un cierre de filas que les devuelva la perdida sensación de seguridad. Y superar ese dilema es el reto, pero no solo para Corbyn.