Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Caso Murer: El carnicero de Vilnius»

El juicio que consolidó el continuismo nazi en Austria

Hay lecciones de historia que explican el presente mejor que cualquier reportaje de actualidad, por eso “Murer: Anatomie eines prozesses” es una película-espejo que, más que sentar en el banquillo de los acusados a una figura individual como la de Franz Murer, lo hace con toda una nación. Y también este thriller político de ambiente judicial realizado por el veterano cineasta Christian Frosch sirve para comprender el ascenso de la ultraderecha en el viejo continente de norte a sur. El totalitarismo rehuye el debate ideológico, por eso nunca maneja cuestiones objetivas, sino que se reafirma en sus más delirantes falacias con toda la naturalidad del mundo. En el juicio celebrado en la ciudad de Graz en 1963 contra Murer quienes se dicen patriotas austriacos defienden al exterminador nazi y lo jalean, mientras que la parte contraria, formada principalmente por testigos supervivientes, reconstruye el relato de sus horribles crímenes.

Austria siempre salvó a Murer para proteger su pasado nazi de corriente continuista. El activista de la memoria histórica Simon Wiesenthal, interpretado en la película por el gran actor Karl Markovics, ya consiguió llevar al Carnicero de Vilnius ante las autoridades soviéticas en 1948, pero la pena de muerte le fue conmutada por trabajos forzados que no llegó a cumplir, a causa de un tratado austriaco de extradición. Y cuando pudieron condenarle en su propio país fue directamente absuelto.

Murer mostró ante el tribunal que le juzgaba una imagen nacionalista de campesino de Estiria, lugar considerado el corazón verde de Austria. El ejemplar padre de familia al que su mujer llevaba tarta Sacher a la cárcel, convencida de que nunca sería condenado por su país. De hecho así fue, porque murió tranquilamente a los 82 años en su granja de Gaishorn. Sus vecinos se sentían orgullosos de él, y siempre fue recibido como un héroe y preservador de la raza.