Raimundo Fitero
DE REOJO

El límite

Hemos andado mareando la perdiz durante estos meses opinando sobre el límite del humor. El problema está en saber dónde colocamos el límite de la tolerancia, de la democracia, de las leyes que retuercen todo lo que sea libertad de expresión, información u opinión. Una de las evidencias del retroceso democrático es comprobar el humor que se hacía hace quince o veinte años atrás. Muy salvaje. Sin condicionantes. Muy incorrectos, pero no existía la epidemia de los «ofendiditos» que ahora denuncia cualquier mirada brusca, patológica o simplemente diferente a su colectivo social concreto.

Dos límites me tienen ocupado, el de la insuficiencia política del trifacio, que están provocando una suerte de catarsis fascista, basado todo en la mentira y la intransigencia. En algún momento la sociedad, los otros partidos, deberán pararles los pies. Movilizarse contra estas algaradas callejeras. Dejarlos en estado de impunidad van a hacer mucho daño.

El otro límite, es el límite del dolor, de la degradación, de la deshumanización. Me refiero al caso de familia portugaluja Lorente Tallaetxe, en la que la madre, Maribel sufre alzhéimer, detectado desde hace diecisiete años, pero que ha ido avanzando y le pidió a uno de los hijos que cuando no los reconociera, cuando no pudiera abrazarlos, le ayudaran a emprender el viaje definitivo. Este era el límite de Maribel, ahora en estado muy avanzado de la enfermedad. Están en campaña para recoger firmas que presentarán el lunes en el Parlamento español para lograr una ley de eutanasia. He escuchado a su hijo diciendo que cómo es posible que una ley condene a su madre a pasar por este calvario.

El derecho a la muerte digna no debería tener matices y ante casos como el mencionado con un protocolo sencillo, acotar el límite de dolor de una familia.