David MESEGUER
Fafin (Siria)
NEWROZ EN KURDISTÁN (II)

LOS HASAN, EL ROSTRO DE LA TRAGEDIA EN AFRIN

La historia de éxodo y resilencia de un profesor de inglés y su familia a quien la ofensiva militar turca expulsó del cantón kurdosirio de Afrin hace justo un año. Ahora, sobreviven como desplazados en la cercana región de Shehba junto con otras 150.000 personas.

Ivan y Jan juegan con un fusil de plástico mientras su padre rebusca entre las prendas que abarrotan una gran maleta de color gris. Después de registrar con detenimiento el interior de la valija, Hasan Hasan acaba sacando unos pantalones de color crema y una camisa roja con estampados. «Una de las ventajas de ser desplazado es que decides muy rápido con qué ropa saldrás hoy a la calle», bromea este profesor de inglés de 48 años originario de Miske Jorín, una pequeña aldea de la región kurdosiria de Afrin.

«Aun me cuesta asimilar que toda la vida de mi familia esté dentro de estas tres maletas. La huida fue tan precipitada que tuvimos que dejar atrás muchos recuerdos y objetos con un gran valor sentimental», señala Hasan mientras prepara la ropa que se pondrá después de un desayuno a base de humus, tomates, zátar —una mezcla de especias muy consumida en Siria—, faláfel, pepinos y té.

Cuando la bebida más popular de Oriente Medio está lista, Ivan de 7 años, Jan de 11 y Elizabeth de 16, junto con Hasan y su mujer Hevin de 40, se sientan en el suelo alrededor de un gran mantel sobre el que están dispuestos los platos. Después darle un sorbo al vaso de té, Hasan rompe un trozo de pan y lo moja con un aceite casi transparente para después untarlo en zátar.

«Qué deshonra que alguien de Afrin como yo deba desayunar con aceite de girasol», exclama el profesor bajo la atenta mirada de su familia. «Aquí en Shehba el precio del aceite de oliva está por las nubes y no podemos permitírnoslo», añade este hombre alto, delgado y con un frondoso bigote que antes del exilio era propietario de más de 400 olivos, el principal cultivo y motor económico de esta región montañosa del noroeste de la provincia de Alepo.

La escena es una potente metáfora del destierro al que, como los Hasan, fueron forzadas más de 350.000 personas de Afrin a causa de la invasión turca, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Situada tan sólo a 20 kilómetros al norte de la ciudad de Alepo y colindante con el cantón de mayoría kurda, la región de Shehba se convirtió hace un año en el nuevo hogar de casi 150.000 desplazados después de que la Federación Democrática del Norte de Siria y el Gobierno sirio llegaran a un acuerdo para asentarlos. Otros miles de personas se desplazaron a ciudades como Alepo o hacia los territorios de Rojava que quedan en la margen derecha del Éufrates.

La pesadilla de los habitantes de Afrin comenzó el 20 de enero de 2018 cuando Turquía y milicias sirias opositoras de corte islamista lanzaron la operación «Rama de Olivo» sobre la región con el pretexto de «limpiar la zona» de las Unidades de Protección Popular (YPG), que Ankara considera la extensión siria del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Después de dos meses de ofensiva, 2.000 combatientes y 300 civiles muertos, Turquía se hizo con el control de la ciudad de Afrin el 18 de marzo.

Comprometidos con la revolución

«Gracias a nuestros líderes y a la organización popular, Afrin se convirtió en un refugio de prosperidad y seguridad hasta que Erdogan decidió atacar la región», explica Hevin, la mujer de Hasan, que ahora trabaja en una especie de juzgado de paz que dirime matrimonios, divorcios y todo tipo de disputas familiares en Shehba. «Antes de la invasión, tenía decenas de estudiantes en mi academia de inglés. Muchos de ellos eran árabes de otras partes de Siria que habían llegado a Afrin buscando cobijo. Las clases que impartía me permitían ganar un buen sueldo», detalla Hasan que ahora trabaja como intérprete y redactando informes en inglés para la Media Luna Roja kurda.

El período de bonanza y estabilidad que señalan Hevin y su marido, comenzó en julio de 2012 cuando en medio de la guerra civil siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD) —la principal formación política de los kurdos de Siria, cercana ideológicamente al PKK— apostó por una tercera vía basada en el autogobierno y la autodefensa.

«Fueron cinco años y medio muy ilusionantes. Después de casi cinco décadas de dictadura del Partido Baaz, poder autogobernarnos fue un sueño. Los consejos locales tomaban decisiones, en la calle había seguridad y la economía de la región prosperaba aunque toda Siria estaba en guerra», recuerda Hasan con nostalgia. «Aparte de mi casa en Miske Jorín, tenía otra vivienda en la ciudad de Jendires. Vivíamos bien, sin lujos, pero nunca nos faltó nada», subraya desde su nueva y semidestruida casa en el exilio que comparten con dos familias más.

Éxodo hacia el exilio

Caprichos del destino, la casa que la familia ocupa desde el pasado marzo en la población de Fafín, está a escasos 300 metros de la escuela de infantería donde el docente hizo el servicio militar. Mientras que en la planta baja duermen las familias de Mohamed y Lazgin, un farmacéutico y un abogado de Jendires amigos del profesor, en la planta superior lo hacen los Hasan con un espacio privado que se reduce a una habitación, un baño sin agua corriente y una terraza. Son cerca de 30 personas conviviendo en una casa en la que los plásticos cubren el espacio de las ventanas porque estas fueron arrancadas.

«Nunca pensé que este momento llegaría tras el rol tan importante que hemos jugado en la lucha contra el Daesh. Compartimos muchos valores con Occidente y no entiendo cómo la comunidad internacional nos ha dejado abandonados ante el genocida de Erdogan», denuncia el profesor de inglés antes de entrar a explicar en detalle cómo vivieron el ataque turco y el difícil momento de abandonar Afrin.

El drama de los Hasan y de los habitantes de la región kurdosiria comenzó el 20 de enero de 2018 con los primeros bombardeos de la artillería y la aviación turca. Como Miske Jorín y Jendires estaban muy cerca de la frontera con Turquía, la familia decidió refugiarse en Marrata, una aldea a solo cinco kilómetros de la ciudad de Afrin. «Aunque teníamos una milicia muy preparada, no pudo hacer nada contra la tecnología de los drones y los aviones turcos. A pesar de presentar una firme resistencia, veíamos con preocupación cada aldea que el enemigo capturaba y cada kilómetro que avanzaba», comenta Hasan mientras comparte un cigarro con su mujer en la terraza.

«De Marrata nos fuimos a Afrin cuando un bombardeo hirió levemente a nuestro hijo Ivan mientras jugaba en un descampado cerca de la casa donde nos refugiábamos», señala Hevin, tras darle una calada al cigarrillo. En la capital de la región, la familia se alojó durante seis días en un apartamento de un amigo de Hasan. «A pesar de ser un edificio muy robusto de seis pisos, las bombas caían a poco más de cien metros y temíamos por la vida de nuestros hijos».

«La noche del 16 de marzo me di cuenta de que la mayoría de los vehículos estaban abandonando Afrin porque los atacantes habían penetrado en el casco urbano. Subí a la azotea para ver si había luces de automóviles moviéndose por Yabal Ahlam (la Montaña de los Sueños), la única ruta de escape hacia el sur a través de un camino muy empinado y en mal estado», rememora.

Cuando se encontraba en la parte superior del edificio, una gran bola de fuego emergió por encima de un hospital cercano y se produjo una estruendosa explosión. «Caí al suelo y, al recuperarme, bajé a toda prisa por las escaleras llenas de cristales. Mis hijos estaban llorando. Les dije que se apresuraran a subir al coche. Sólo tuvimos tiempo de coger algo de ropa, mantas, el ordenador y algo de comida», recuerda el profesor.

«Había una interminable hilera de coches, camiones, autobuses, tractores, coches y motocicletas, que intentaban abandonar la ciudad; estaban repletos de gente con sus pertenencias. Muchas personas también huyeron a pie, ya que la ruta estaba colapsada y había sido dañada por los bombardeos turcos». La montaña de los sueños se convirtió para muchos en una auténtica pesadilla. Alrededor de 30 horas tardaron los Hasan en recorrer los 30 kilómetros que separan Afrin de Nubul, una ciudad de mayoría chií de la provincia de Alepo controlada por fuerzas leales a Bashar al-Assad. Pocos días después, los Hasan llegaron a la región de Shehba.

Situación en Afrin y reflexiones

Las autoridades kurdas en el exilio estiman que sólo el 20% de la población original se ha quedado en Afrin, lo que según el derecho internacional constituye un auténtico episodio de limpieza étnica. Un vacío que Turquía ha llenado con miles de milicianos islamistas y sus familias provenientes de otras partes de Siria. Muchos desplazados kurdos en Shehba que mantienen el contacto con familiares o vecinos, todavía residentes en Afrin, denuncian detenciones arbitrarias, ejecuciones, desapariciones forzadas, violación de mujeres, confiscación de propiedades y saqueos, perpetrados por los grupos islamistas que operan en la región y a los que Turquía, dicen, deja hacer.

«Mis padres, de 85 años ambos, un hermano y una hermana se han quedado en nuestra aldea. De momento están bien, pero tienen miedo y se han ido a vivir todos juntos a la casa de mi hermano», indica Hasan, que trata de ayudarles haciéndoles llegar dinero a través de una empresa de envío de divisas.

A la dureza del exilio, se une la nostalgia. Elizabeth, la hija de la familia, se pasa horas pegada al teléfono móvil hablando con amigas repartidas por toda Siria que ya no ve desde que Turquía lanzó la ofensiva. «Las echo de menos. No sólo nos han expulsado de casa, también nos han robado la vida que llevábamos», se sincera la adolescente.

«Tengo miedo de que nuestra situación se alargue y nos convirtamos en desplazados de por vida. No soy demasiado optimista en que alguien nos ayude. Todo dependerá de la voluntad del régimen, con el consiguiente permiso de Rusia e Irán, para recuperar el territorio con una ofensiva militar», señala Hasan. Según las autoridades sanitarias, la incertidumbre del exilio ha disparado el volumen de trastornos de salud mental y el consumo de ansiolíticos.

«A pesar de que podría estar en Alepo dando clases de inglés y viviendo en un hogar digno, de momento quiero hacer todo lo que pueda para mi gente. En la Media Luna Roja kurda me siento útil, pero todo dependerá de mis hijos. Ahora están escolarizados, pero las condiciones de vida aquí son muy duras. Veremos cuál es nuestro límite».