Ingo NIEBEL
BERLÍN

El Heinkel de Franco que bombardea en Alemania

Desde hace décadas la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, lleva moviendo de un museo a otro, un bombardero Heinkel He 111 «made in Spain». Tras años desmontado en un arsenal ha vuelto a ocupar un lugar público. Ahora forma parte de una exposición militar un tanto inusual que hace reflexionar sobre las «imágenes de enemigo».

Cualquier museo que se llama militar se halla bajo la sospecha generalizada de ser un lugar que glorifica las gestas del ejército en cuestión, heroificando lo de «caído en combate». Si la verdad es la primera víctima de una guerra, como se dice, la verdad histórica es la última. A ello se añade una fuerte porción de hipocresía y falsedad porque por lo general el material bélico se suele exponer de tal forma que aparece tan inofensivo como un coche expuesto en la sala de venta de concesionario.

En 1990 descubrí el Heinkel He 111 en el museo privado de la Luftwaffe, que en aquella Guerra Fría aún llevaba oficialmente el adjetivo «federal». Aunque el museo era «privado» estaba ubicado en el cuartel de Uetersen. La exposición correspondía a la anterior descripción, libre de cualquier toque científico que suele caracterizar los museos alemanes. Más bien parecía que un niño gigante había volcado su caja llena de juguetes de guerra para exponerlos de cualquier manera. Entonces el bombardero apareció pacíficamente, como si estuviera aparcado. En el letrero se leía todo tipo de detalles técnicos, como que era «un regalo de la fuerza aérea española». ¿Gernika? Nada de eso. Tampoco se mencionaba que era un CASA C-2.111B, o sea «made in Spain», construida en licencia después de 1945.

Quince años más tarde aquel museo fue trasladado al antiguo aeropuerto militar de Gatow en las afueras de Berlín. En aquella ocasión, acompañando al corresponsal de ETB en Bélgica, recibimos el permiso de filmar el Heinkel con las alas desmontadas en el arsenal, con un futuro bastante incierto. El resto de la exposición seguía el patrón de la anterior.

Otra década pasó, hasta que en septiembre volví a Gatow, curioso de saber qué habría pasado con el Heinkel HE 111, y muy, pero muy convencido de que la Luftwaffe, que ahora lleva en su título oficial el adjetivo «alemana», seguiría como siempre. La sorpresa fue grande cuando vi el Heinkel en todas sus dimensiones expuesto en el hangar. En el mismo momento mi cliché empezaba a desmoronarse. Para empezar, el arma letal de Franco, de nuevo con la cruz gamada en su cola, «volaba» gracias a los tres pilares de metal que lo mantenían en el aire. Para más inri, los diseñadores habían abierto las puertas inferiores del avión, por donde salían las bombas. Dos de ellas estaban cayendo, e impactarían en cualquier momento contra el suelo si no fuera por los cables que los mantenían en el aire. El Heinkel de Franco estaba bombardeando, en Alemania.

El bombardeo de Gernika

En aquel momento recordé el día cuando Teresa Amesti Uribarri, la tía de mi mujer, me relató como de niña había vivido el bombardeo de Gernika desde un caserío cercano. En concreto me contó que un alemán voló tan bajo que podía ver su cara. Casi a la misma altura me hallaba yo ahora. En 2012 publiqué el testimonio de la tía Tere en “Gernika. Memoria de un pueblo bajo las bombas y el fuego”, un libro hecho con Juantxo Egaña y publicado por Astero.

Mi «imagen de enemigo» quedó hecho añicos cuando me percaté de otros aspectos más. Los detalles técnicos, que no falten, habían pasado al segundo plano, ahora el texto del letrero sí destaca el uso letal. Repasa brevemente el historial del bombardero desde la Guerra de 1936 a la Guerra Mundial mencionando también que con ello los españoles atacaron a los marroquíes en 1957. Doce años más tarde, el Ejército de Aire franquista regaló este modelo a la Luftwaffe que ahora luce el look ficticio de una unidad de 1940.

Yendo aún más lejos, los responsables de la exposición han colocado el avión en la punta de un triángulo visual en cuya base se hallan dos vitrinas con sendos uniformes. Uno es del azul grisáceo pálido que solía llevar el comandante en jefe de la Luftwaffe nazi, el mariscal del Reich Hermann Göring. En vez de ponerle cara al uniforme lo habían colocado ante la foto de la Dresde destruida, y a sus pies otra de una víctima calcinada portando una esvástica en su brazo. Una exposición pacifista no lo habría hecho mejor.

El otro uniforme, azul marino de un general mariscal, era del que en 1937 fuera el jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, Wolfram von Richthofen. El letrero informa que era uno de los responsables del bombardeo de Gernika como también del de Wielun (Polonia, 1939) y de otros tantos más.

Este cambio de las Fuerzas Armadas alemanas, la Bundeswehr, a la hora de enfrentarse a su pasado nazi, no es casual, sino coherente, guste o no. En el museo militar matriz de Dresde, se recuerda el bombardeo de Gernika con una bomba incendiaria de las centenares que Richthofen mandó a echar sobre la villa aquel 26 de abril. En 2017, la Luftwaffe inauguró un monolito en honor a las víctimas del bombardeo en su base aérea de Wunstorf. La entonces escuadra dotó a la Legión Cóndor con los aviones y el personal que destruyeron Gernika.

Personas e instituciones pueden cambiar. A veces hacia lo mejor. Pero la nueva derecha alemana quiere borrar todo eso, volviendo a la glorificación e hipocresía. Y en el plano político quedan las operaciones militares en curso que aún no han entrado en el museo.