Ainara LERTXUNDI
EXPOSICIÓN «EL ÉXODO ROHINGYA» DE MSF EN DONOSTIA

EL DRAMA ROHINGYA TRAS SU MASIVO ÉXODO A BANGLADESH

El 25 de agosto de 2017, miles de rohingyas comenzaron su huida a Bangladesh. En tan solo un mes, el Ejército birmano mató a 6.700 miembros de esta etnia apátrida. La exposición “El éxodo rohingya” organizada por MSF en Donostia recoge las historias de muchos de estos refugiados. Más de un año y medio después, siguen en una situación de «vulnerabilidad extrema», resaltan a GARA la enfermera Sonia Cámara y el periodista Igor García, quienes han estado en los campamentos de Cox’s Bazar.

Entre el 25 de agosto y el 24 de setiembre de 2017, el Ejército birmano mató a 6.700 rohingyas, según la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF). Al menos 730 tenían menos de cinco años. Otros 720.000 rohingyas emprendieron la huida a Bangladesh en medio de una fuerte represión. Allí se unieron a las más de 200.000 personas que huyeron por los mismos motivos en décadas pasadas. Bangladesh acoge hoy día a 930.000 rohingyas en el distrito de Cox’s Bazar.

La gran mayoría no tiene el estatus de refugiado, carece de acceso a la educación y sus movimientos fuera de los campamentos están restringidos, lo que dificulta que puedan hacer uso de la atención médica y otros servicios, tal y como subraya MSF, organización médica que presta sus servicios en los improvisados campamentos, construidos sobre un terreno montañoso.

Con el fin de llamar la atención sobre la extrema vulnerabilidad en la que viven casi un millón de personas y rescatar del olvido la situación de esta minoría apátrida, MSF ha organizado la exposición “El éxodo rohingya”, que aúna imágenes y testimonios de las víctimas de este éxodo masivo. La selección de fotografías de Anna Surinyach se podrá ver hasta el 30 de mayo en Aiete Kultur Etxea de Donostia.

La muestra incluye un vídeo de realidad virtual. A través de esta inmersión visual, quien visite la exposición podrá vivir como si estuviera en uno de los campamentos. «Trabajamos y comunicamos sobre realidades complejas que, a menudo, quedan muy lejos de la ciudadanía. La inmersión visual nos permite generar en el espectador la impresión de estar ahí, donde están las personas afectadas por esta crisis. El resultado es una experiencia más empática y una mayor inmersión en la realidad abordada en el reportaje. La mayoría de las personas sienten una experiencia emocional muy intensa y toman conciencia sobre la necesidad de ofrecer asistencia a las personas golpeadas por este éxodo».

Casas hechas con bambú y plástico

Sonia Cámara conoce bien la realidad de estos campamentos, donde trabajó como enfermera de MSF desde noviembre de 2017 hasta febrero de 2018. «Teníamos tres clínicas, una en cada campo, en las que brindábamos asistencia básica y de emergencia. Dos de ellas estaban abiertas las 24 horas. Contratamos médicos locales y nuestra misión consistía en supervisar los equipos. Vivíamos en una casa ubicada fuera de los campamentos, a los que íbamos a las ocho de la mañana en coche y cada quien iba al puesto que tenía asignado hasta la puesta del sol, allá por las cinco de la tarde. Volvíamos a casa, donde seguíamos haciendo labores de estadística, reportes, planificaciones... Además, al tratarse de una situación de conflicto, la política de seguridad era muy estricta», relata a GARA sobre su día a día.

Entre las necesidades más urgentes, destaca la sanidad e higiene, ya que las casas están fabricadas con bambú y plásticos.

«El terreno sobre el que están asentadas no es como el que podemos encontrar en otros campamentos de refugiados como en Grecia; el suelo es de barro, con lo cual los deslizamientos son frecuentas en época de lluvias. En un contexto así es muy difícil hacer un tratamiento de aguas, por lo que hay muchas enfermedades relacionadas con el consumo de agua contaminada. También atendimos muchas quemaduras en mujeres y niños pequeños causadas por el hecho de cocinar en espacios reducidos dentro de las casas, enfermedades relacionadas con el aparato respiratorio y de la piel. Además, al carecer de servicios sanitarios en Birmania, ya venían con enfermedades crónicas y mal alimentados. Por todo lo que han vivido antes de llegar a los campamentos –matanzas, persecuciones, violaciones…–, están fuertemente traumatizados. Hemos atendido a mujeres que han llegado solas con sus hijos después de ver cómo fusilaban a su marido, a madres que habían presenciado la violación de su hija, a mujeres en avanzado estado de gestación que tuvieron que cruzar ríos en su huida o a las que se le ahogó un hijo porque no sabía nadar. Las secuelas sicológicas son enormes», subraya.

Todo ello se traduce en «episodios de shock, somatización de enfermedades, parálisis corporales...», añade.

Cámara pone en valor la actitud de Bangladesh que, «aun siendo un país pobre y superpoblado, los ha acogido. No sé qué hubiera ocurrido si no lo hubiera hecho. Pero la situación es de total incertidumbre, están igual o peor que cuando llegaron», remarca.

«Los rohingyas son muy trabajadores, nos ayudaron en todo lo que necesitábamos. Es gente muy fuerte, aprende muy rápido y son muy agradecidos. Pese a todo lo que han pasado, están por la labor de seguir adelante y de luchar», afirma.

Demanda la implicación de la comunidad internacional y que se muevan fichas en el tablero geopolítico a favor de los rohingyas, porque «por mucho que las ONG prestemos ayuda, en el caso de MSF a nivel sanitario, si siguen en las actuales condiciones, es pan para hoy y hambre para mañana», concluye.

Igor García, responsable de Comunicaciones de MSF para África del Este, recuerda que el éxodo que se vivió en agosto de 2017 fue «el más rápido y voluminoso que se ha vivido en las dos últimas décadas tras el genocidio de Ruanda. Fue todo un caos. Al principio no había infraestructuras de salud, ni servicios disponibles… Obviamente esas primera semanas fueron caóticas».

Al igual que Cámara, resalta el hacinamiento, la falta de higiene y de agua potable, y el peligro que representa la inminente llegada de las lluvias monzónicas en junio.

Garantizar un retorno seguro

A nivel de expectativas políticas, lamenta que «siguen igual o peor que hace un año. No hay condiciones para un retorno digno y seguro. Muchos nos trasladan su deseo de volver a lo que fue su hogar, al estado de Rakain, en Birmania, pero con la garantía de que no volverán a sufrir episodios de violencia y persecución. No olvidemos que se trata de una comunidad apátrida, que no tiene derecho a la ciudadanía y no ha habido avances por parte de Birmania para otorgarles un derecho tan básico como ese y, además, los hogares de muchos de ellos fueron destruidos o quedaron muy afectados. Bangladesh los ha acogido bien, pero en la mayoría de los casos no tienen reconocido un estatuto de refugiados, lo que les deja en una situación de extrema vulnerabilidad».

Preguntado por la situación a día de hoy en Rakain, señala que «es muy difícil de saberlo porque no hay ojos observándola. El acceso de las organizaciones humanitarias a los territorios donde todavía quedan rohingyas, entre 500.000 y 600.000, es muy limitado. La violencia que se originó en agosto de 2017 prácticamente vació el territorio birmano de rohingyas; hoy en día hay más en Bangladesh que en Birmania. Eso es una muestra obvia de hasta dónde llegó la violencia y la represión. Casi todos los rohingyas con los que hemos hablado en Bangladesh han vivido directa o indirectamente niveles altísimos de violencia; o bien han sufrido la pérdida de familiares o bien ellos mismos han sido víctimas de violencia física, sexual o de otro tipo. Una de las actividades más importantes que llevamos a cabo es la atención a la salud mental con terapias grupales e individuales. Vemos que hay una gran desesperanza y falta de expectativa. Hemos detectado muchos casos de estrés postraumático, pesadillas, insomnio, flash-backs... Está comprobado que, cuando la salud mental está muy debilitada, la vulnerabilidad del paciente es mayor y es más proclive a contraer enfermedades».

Lamenta que esta crisis «esté perdiendo espacio en los medios de comunicación» y pide una mayor presión internacional tanto para mejorar las condiciones de vida de quienes aún viven en Birmania y del millón de refugiados que están en Bangladesh.

«Hay que garantizar que este núcleo poblacional pueda seguir teniendo acceso a servicios básicos de salud, alimentación, refugio…», insiste. Recuerda que esto no empezó en 2017 sino que «los rohingyas llevan décadas sufriendo de manera cíclica episodios de tensión, de violencia».

«¿Cuál es la solución?», se pregunta. En su opinión, pasa por que «haya más presión y mayor atención. Como Médicos Sin Fronteras hemos pedido repetidamente que se mejore el acceso a estas comunidades en Birmania para poder comprobar de primera mano cuáles son sus principales necesidades humanitarias. No vemos que se produzcan avances sustanciales para un regreso digno y seguro. Es difícil ser optimistas a corto o medio plazo».