Miguel FERNÁNDEZ
Sofía

OSTAVKA, CINCO AÑOS DE LAS PROTESTAS QUE NO CAMBIARON NADA EN BULGARIA

Entre 2013 y 2014, las movilizaciones populares derribaron dos gobiernos en Bulgaria. Sin embargo, aquella ilusión de cambio resultó más de lo mismo: Boyko Borisov. Cinco años después, una vez digerida la realidad, participantes de aquellas protestas hacen balance de los éxitos y los fracasos de Ostavka (dimisión en búlgaro).

Sabían que otros que se manifestaban junto a ellos no deseaban lo mismo pero se tranquilizaban pensando que todos querían algo parecido. Ese colectivo heterogéneo agrupaba a diferentes generaciones búlgaras cansadas de la corrupción y la falta de oportunidades. La gota que desbordó la paciencia de algunos, la excusa esperada por otros, fue la subida del precio de la electricidad. Era enero de 2013, y Bulgaria se convirtió en un torrente de indignación: miles de personas protestaron en Sofía y otras ciudades, decenas acamparon frente a la Asamblea Nacional, para demandar la dimisión del entonces primer ministro conservador Boyko Borisov. El lema era Ostavka, y Borisov se apartó, sin oponer resistencia, en febrero.

En un invierno inusual en ese tranquilo país, la sociedad, encabezada por pensionistas, grupos de izquierda y nostálgicos de la Gran Bulgaria había forzado a dimitir al mismísimo Borisov. Sofía era una fiesta democrática. Sin embargo, la alegría duró poco: en verano emergieron nuevas protestas.

Los manifestantes, ya sin la izquierda búlgara, diluida entre liberales, proeuropeos y organizaciones LGTB-I, pedían la dimisión del recién elegido Ejecutivo socialista, que había entregado la Inteligencia a un político relacionado con el crimen organizado.

Meses después, sin el apoyo parlamentario necesario ni la confianza popular, el Ejecutivo convocó elecciones para octubre de 2014. Tras ellas, como un boomerang, Borisov recuperó el poder. En 2017, además, lo revalidó.

¿Fueron las dos oleadas un solo movimiento o dos protestas diferentes unidas por el lema Ostavka? «Las relaciones no fueron fáciles. La gente era distinta. En invierno había un fuerte componente ecológico por la privatización de la costa del mar Negro. Yo era parte de ese movimiento, pero no del de Siderov (líder ultraderechista). En junio, la situación era diferente: Había gente de las protestas de invierno pero no de la izquierda búlgara», apunta Konstantin Pavlov, que se define como un indignado. Para Mira, licenciada en Filosofía, no existe duda: «Sentí la conexión de una sociedad que lucha contra un Estado. Había quienes insistían en un cambio pacífico. Otros creían que teníamos que incluir a la Policía porque la necesitamos de nuestro lado. Había muchas ideas, una conexión con las protestas que comenzaron con los indignados en España».

Ostavka es para Pavlov el segundo acontecimiento más importante desde la caída del comunismo. Asegura que salió a la calle en las dos oleadas, recorriendo Sofía hasta llegar a la estatua ecuestre del zar Alejandro II. Frente a la Asamblea Nacional, repetía junto a otros la palabra Ostavka. Años después, en 2017, cofundó el partido Da, Bulgaria! («¡Sí, Bulgaria!»), que sobre todo representa a proeuropeos y liberales del movimiento. En coalición con DEOS y Los Verdes, en las elecciones parlamentarias de 2017 obtuvieron el 3% de los votos, un punto por debajo del corte electoral. Era complicado aunar el sincretismo de Ostavka para derrotar a un robusto sistema oligárquico.

Pavlov, miembro de la comisión de argumentación de Da, Bulgaria!, lo ejemplifica: «No somos ni de izquierda ni de derecha, solo queremos reformas valientes que cambien el sistema. Las protestas eran heterogéneas y nuestro movimiento es heterogéneo. Hay núcleos de izquierda que dicen que no estamos abordando las necesidades básicas de la gente. Nos llaman liberales despreocupados. En cambio, los conservadores dicen que no se puede hacer una revolución sin moralidad, y esa es la cristiana, contraria a los postulados LGTB-I. Y luego están los liberales, que nos dicen que nos hemos olvidado de los mercados».

En una librería nacida en noviembre de 2014 gracias a las personas que unió Ostavka, Pavlov reconoce un éxito limitado. Parece hastiado, pero no derrotado: «Estoy cansado después de años de lucha. Espero que con este partido todo quede más estructurado. Durante las protestas se notó esa carencia: no estaban bien organizadas. Nos acusaron de protestar contra todo sin tener propuestas. Exigíamos democracia, pero nos decían que no éramos una alternativa real». De momento, su opción parece consolidarse: en las elecciones europeas del 26M su coalición alcanzó el 6% de los votos.

Si los miembros de Da, Bulgaria! eligieron la vía política para enfrentarse al sistema, otros grupos optaron por luchar en paralelo. En el centro social Fabrika Avtonomia, gestionado por grupos de izquierda, Ivo, Mira, Pavel, Darina y Dimitri, este último un seudónimo, reconocen los limitados logros de Ostavka. Un problema fue la unidad. Otro, el objetivo de las protestas. Pese a ello, hay éxitos. Ivo, fornido periodista de 40 años, se explica: «Las protestas nos han dado espacio para crear algo nuevo o al menos intentarlo: conseguimos ser personas activas».

Las protestas, según los testimonios recogidos en Fabrika Avtonomia, estuvieron marcadas por la desunión, por ese virus que son las separaciones generalistas entre prorruso y proeuropeo y entre capitalismos y socialismos. Por un lado, había ultraderechistas cercanos a Volen Siderov que atacaban a anarquistas que pedían crear grupos anticapitalistas. Pero los liberales, que encabezaban las marchas de verano, conciben la izquierda radical como autoritaria, pensando en la era comunista de Todor Zhivkov. Por lo tanto, más allá de una mejor democracia, lo único que les unió fue la palabra Ostavka. «Mucha gente solo tenía ese objetivo: terminar con el Gobierno», lamenta Ivo.

Borisov y la oposición

Los movimientos indignados crecieron en el mundo a medida que se evidenciaba la crisis económica de 2008. Aquí la reacción la desencadenó la subida de la tarifa eléctrica, aunque luego derivó en críticas contra la corrupción, la ausencia de un Estado de derecho... Demandas comunes en otros estados de los Balcanes, donde las movilizaciones desencadenan dimisiones que no alteran las estructuras oligárquicas: en Macedonia del Norte, Rumanía o Albania se cambian nombres, pero las mismas siglas y apellidos continúan dominando la actividad política y empresarial.

Boyko Borisov, primero bombero, luego jefe de seguridad de Zhivkov y del exrrey y exprimer ministro Simeón II, se convirtió en 2005 en alcalde de Sofía. En 2009, como líder del proeuropeo Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB), llegó a primer ministro. Conocido como «Batman», dicen de este karateka que tiene relaciones con la mafia, como reflejó un cable filtrado por WikiLeaks del antiguo embajador de EEUU en Bulgaria, John Beyrle. Balanceándose entre las influencias rusa y europea, a Borisov lo define su pragmatismo.

Su granero de votos es estable: un 39% en 2009, un 30% en 2013, un 32% en 2014, un 33% en 2017 y un 31% el pasado 26M. Además, la abstención electoral, en un histórico 46%, y la oposición juegan a su favor: Siderov, quien pedía su dimisión en 2013, es ahora parte de su coalición de Gobierno, y los partidos minoritarios, que suelen portar la llave de gobierno, cambian de posición ideológica dependiendo de los intereses particulares. Delyan Peevski, miembro del Movimiento para los Derechos y las Libertades, representante de la minoría turca, controla el 80% de la prensa escrita. Pese a ser oposición, Peevski se ha beneficiado de suculentas privatizaciones en la era Borisov. En un ejemplo del rechazo generalizado, su nombramiento como jefe de la Inteligencia en 2013 desencadenó las protestas de verano que derrocaron al Gobierno de coalición socialista.

Salirse del sistema

La escasa deuda pública, el bajo desempleo (6,1%) y el crecimiento (en 2018 fue del 3,2% con respecto al PIB) muestran una imagen idílica de Bulgaria. Puede que el puesto 111 en el índice elaborado por Reporteros Sin Fronteras, cuando en 2013 estaba en el 87, se asemeje más a la realidad. El problema, se deduce, es la distribución de ese crecimiento.

Los búlgaros, hastiados, siguen emigrando a Europa o no están dispuestos a formar familias bajo las actuales condiciones. Desde la caída del comunismo se han perdido 2 millones de habitantes. Quedan 7. En 2050 se estima que no habrá ni 6. Valentin tiene 38 años. Escapó de Sofía hace más de un lustro porque no cree posible un cambio en el sistema dominante. En Belashtitsa, a 20 kilómetros de Plovdiv, dirige un proyecto autosuficiente. Se llama 'EcoandEthic', y persigue un desarrollo ético y ecológico. «El comunismo y su corrupción se fueron y la democracia con su corrupción llegó. Nada ha cambiado. No soy antisistema, pero el sistema actual no es lógico y por eso me alejo de él».

Junto a otros aliados, Valentin ha reformado una casa familiar con materiales ecológicos. En este centro colaborativo, el eslogan es «Inclúyete en la creación». «Este proyecto es para quienes quieran vivir así. Aquí todo el mundo tiene un terreno: podrían utilizarlo», dice como solución Valentin, harto de comer pan. Es delicioso, pero cansino si es la base de la dieta. Es el precio que él ha decidido pagar hasta que su proyecto encuentre la estabilidad que solo puede proporcionar el resto de la sociedad. Una sociedad que tiene muchos indignados que ansían una Bulgaria distinta. Por el momento, en este país tan verde, tan lleno de espacios naturales para perderse, los caminos discurren en paralelo. Pero tal vez vuelvan a cruzarse un día y empiecen otra vez pidiendo una dimisión.