Pablo L. OROSA Johannesburgo
LA COSTA DE LA HEROÍNA (Y II)

EL PRIMER PEAJE LO PAGAN LOS SUBURBIOS DE SUDÁFRICA

BANDAS LOCALES RIVALIZAN CON ORGANIZACIONES PROCEDENTES DE TANZANIA Y NIGERIA POR EL CONTROL DE LOS BAJOS FONDOS DE JOHANNESBURGO, PRETORIA O CIUDAD DEL CABO, DESDE DONDE LA HEROÍNA PONE RUMBO A EUROPA TRAS COBRARSE UN REGUERO DE VÍCTIMAS EN SUDÁFRICA.

«Esos tipos no duermen. Se pasan el día ahí, vendiendo droga». Por ahí, un punto inexacto entre un edificio al que ya no le quedan paredes y otro impoluto con cristaleras de colores, ha visto pasar Leslie a todos los estratos de los bajos fondos de Johannesburgo. A los chavales del apartheid que venían a pillar un pico cuando sus padres todavía imponían la segregación en Sudáfrica; a los otros blancos, extranjeros y con querencia por la cocaína, que llegaron en masa con la democracia y la liberalización económica; a los negros, migrantes muchos, jóvenes sudafricanos de las barriadas todavía más, que son hoy los principales consumidores del nuevo reinado de la heroína.

Por esos tipos, Leslie se refiere a los nigerianos, que es como en Sudáfrica se llama popularmente a cualquier narcotraficante. Algunos son nacionales del país más poblado del continente, otros simplemente intermediarios asimilados a sus bandas y que coparon el negocio durante años, hasta la llegada de las redes tanzanas. En esta parte de Hillbrow, todavía son ellos los que dirigen el negocio, aunque han tenido que bajar los precios ante la competencia: la bolsa para un pico ha pasado de 50 a 30 rands (algo menos de 2 euros), hay ofertas para nuevos consumidores y descuentos para los habituales. Una bolsa gratis por cada cuatro compradas.

La competencia es feroz. Se rumorea que en Pretoria, a menos de una hora en tren, los domingos regalan bolsas de heroína para quien quiera probarla. «El problema es que muchos de los que lo hacen se vuelven adictos», confiesa Leslie, quien ha visto a muchos compañeros descender el mismo infierno: dejar el instituto, ponerse a vender en cualquier esquina, morir de VIH o de un puto tiro.

«Aquí todo el mundo quiere ser Pablo Escobar. Vestir de Gucci y tener un coche de alta cilindrada, pero no se lo pueden permitir». Ahí es donde se jode todo, subraya el joven, trasunto involuntario de Santiago Zavala, que acompaña a Leslie. En Hillbrow no conviene andar solo.

Escenario criminal

El hampa sudafricana lleva más de una década librado su particular revolución. El arresto en 2016 del mafioso de origen checo Radovan Krejcir trasladó a Johannesburgo lo que ocurría en Ciudad del Cabo, «el más atrincherado y violento» de los escenarios del narcotráfico en el país, desde hacía ya varios años.

El statu quo en el que bandas locales y las mafias nigerianas se repartían el mercado de la cocaína quedó alterado con la aparición de la conexión tanzana y la irrupción de la heroína: «Han eclipsado a las redes nigerianas como principales proveedores y es posible que hayan establecido una relación con comerciantes paquistaníes que obtienen el producto de Afganistán (…) Más que enfrentarse a las pandillas locales –apunta la analista Simone Haysom– han establecido con ellas una relación de venta al por mayor».

Perseguidas en su país por el presidente Magufuli, las bandas tanzanas han invadido el mercado sudafricano de heroína barata, lo suficiente para desplazar a la cocaína y a la metanfetamina –aquí llamada tik– como productos estrella. Los 185.000 consumidores de heroína que Sudáfrica decía tener en 2015 son hoy una cifra irrisoria. «La heroína –señala Haysom– se ha convertido en una commodity que sustenta la economía criminal en Sudáfrica». Un negocio que ha convertido a las mafias tanzanas «en el grupo más poderoso de los bajos fondos de Ciudad de Cabo», según Global Initiative against Transnational Organised Crime.

El mercado de la heroína ha crecido mucho y con él las cifras de VIH y las tasas de criminalidad. «El Gobierno debe reconocer que se enfrenta a una crisis provocada por la heroína», insiste. Pero no lo hace, escudándose en subterfugios lingüísticos: en Chatsworth habla de un problema de sugar. En Ciudad del Cabo, de unga, y en Johanesburgo, de nyaope, obviando que en todas esas combinaciones la heroína es el problema principal. «Sin afrontar –continúa– que las zonas urbanas están sometidas a la violencia por la competencia de las pandillas por el mercado de la droga». Los nigerianos controlan cocaína, crack y metanfetaminas. Los tanzanos, la heroína.

«En Sudáfrica, el consumo de heroína ha traído consigo un aumento de la criminalidad. Por un lado, porque los adictos financian su hábito recurriendo a asaltos, robos u otros delitos, pero sobre todo por el significativo aumento de la violencia de las pandillas por el control del territorio», resume el informe de Global Initiative against Transnational Organised Crime. En Ciudad del Cabo, la tasa de homicidios se ha disparado un 60% desde 2009 y esta ya en 69 víctimas por cada 100.000 habitantes.

Más allá de la alarma por las notas rojas que copan las portadas de los medios, casi siempre con escenas ocurridas en las barriadas más pobres, la violencia de la droga tiene un impacto en la vida diaria de las comunidades, impidiendo el acceso a servicios básicos: algunas escuelas de los Cape Flats han tenido que cerrar semanas porque era demasiado peligroso caminar por los alrededores para los alumnos, mientras que hay zonas de la ciudad en las que la cobertura de las ambulancias depende de la tregua entre las pandillas.

«Aquí hay semáforos en los que es mejor no parar», resume Ronald Chigwida, un transportista de origen zimbabuense al que hace pocas semanas en una de esas barriadas de Ciudad del Cabo le abrieron la ventanilla del coche, le pusieron una pistola en la cabeza y se llevaron lo que llevaba encima.

El camino hacia Europa

Desde Mozambique, la ruta del sur tiene varios itinerarios hasta llegar a Sudáfrica. La más corta une por carretera Maputo con Durban y Johannesburgo. Suelen ser envíos de entre 20 y 100 kilos en vehículos 4x4; o de hasta 200, en furgonetas y camiones que tienen como destino principal City Deep, el mayor puerto seco del continente. La más extravagante, los barriles cargados con heroína que los narcos dejan caer cerca de la costa de Port Elizabeth y que son recogidos por submarinistas que los llevan a tierra firme.

Una vez que la droga está en el país, las redes del narcotráfico mueven la mercancía sin apenas presión policial. En julio 2017, las autoridades del Western Cape incautaron 963 kilogramos de heroína, uno de los mayores alijos de la historia de Sudáfrica, escondidos en 253 cajas de vino preparadas para la exportación. Era el primer decomiso de heroína en la zona de Ciudad del Cabo en cinco años. «Supuso un shock para las autoridades, que desconocían que esta región era un punto caliente del corredor del narcotráfico», señalan los expertos de Global Initiative against Transnational Organised Crime.

Durante el mandato de Jacob Zuma, se produjo una importante erosión en el funcionamiento de los servicios de Inteligencia, Policía y Administra- ción judicial cuyas consecuencias, remarca Haysom, son palpables hoy día con el «florecimiento del crimen organizado, en particular en el mercado de la heroína donde hay un importante número de jugadores que eran insignificantes hace una década y hoy tienen un alcance geográfico llamativo».

Aunque no se ha demostrado una vinculación directa de los capos de la droga con los líderes políticos más poderosos del país, no es menos cierto que el millonario negocio que genera el narcotráfico fluye en forma de sobornos, lavado de dinero y demás negocios ilícitos en los que familias próximas al Gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC), especialmente durante el mandato de Zuma, están involucradas.

«No se puede decir que la democracia haya provocado un aumento de los negocios ilícitos, pero sí dio lugar a una necesidad urgente de fondos para financiar campañas políticas y redes de influencia. Estos negocios ilícitos están vinculados estrechamente con su desarrollo», resume el informe sobre la Costa de la Heroína.

Con el permiso policial adquirido y la connivencia política, los actores del narcotráfico se mueven con tranquilidad en Sudáfrica. Los vuelos domésticos entre Johannesburgo y Ciudad del Cabo no hacen hincapié en los controles. Tampoco en los contenedores que desde City Deep, en cuyos alrededores se asientan las principales empresas exportadoras del país, van directos hacia el puerto del Cabo. Sin volver a ser inspeccionados, parten entonces rumbo a Occidente. Europa, Canadá y Australia son sus destinos más frecuentes.

Mientras las autoridades no intervengan, «mientras no pongan freno a la corrupción que facilita el tráfico de heroína», traduce Haysom, el papel de la ruta del sur en el narcotráfico mundial va a seguir creciendo. Habrá más dinero, más adictos y más víctimas colaterales. Habrá, sobre todo, más chavales en Hillbrow que seguirán pensando que ser Pablo Escobar es lo que único bueno que les puede pasar en vida.