Ramón SOLA
A los leones

Catalanes y vascos buenos... en Madrid

Los jóvenes que escuchen las perlas de Jaime Mayor Oreja se preguntarán cómo pudo ser ministro del Interior no hace muchos años: en la respuesta hay que incluir necesariamente que era vasco. Sus reflexiones entre la mística y el absurdo solo parecen comparables a las de otro que llevó la misma cartera, Jorge Fernández Díaz, nacido en Valladolid pero criado en Barcelona y con carrera allí. Si se hace memoria de los ministros del Interior más impresentables no tardará en aparecer otro vasco, José Luis Corcuera.

El label explica en gran parte que los actuales cabezas de lista del PSOE en Bizkaia y Araba hayan llegado a presidente del Congreso y portavoz del Gobierno: en Euskal Herria Patxi López es el advenedizo que llegó a lehendakari por la trampa de la ilegalización y vio pasar la historia en un tren, e Isabel Celaá, una consejera de Educación de aprobado raspado. A Alfonso Alonso lo elevó Rajoy a portavoz del PP en el Congreso, pero a la vuelta se ha revelado como lo que es: el responsable del fiasco de quedarse sin diputados en la CAV. A su paisano Maroto también lo encumbró Génova por vasco, pero ha acabado en Sotosalbos.

Sin haber nacido en Sodupe Rosa Díez nunca hubiera llegado a crear UPyD. Sin ser de Amurrio Santiago Abascal no estaría mañana en prime time. A Narcís Serra le lanzó ser barcelonés para alcanzar la vicepresidencia y la cartera de Defensa, como a Josep Piqué ser de Vilanova i la Geltrú para hacerse con la de Economía, o a Carlos Solchaga haber nacido Tafalla. De otro Josep, Borrell, ni hablamos. Rivera empezó a encandilar por llamarse Albert.

No hace falta seguir para certificar que venir de las naciones irredentas es un plus para medrar en el páramo jacobino de Madrid. Otra cosa es el camino de vuelta. Que se lo pregunten a Manuel Valls, que soñó con conquistar Barcelona por haber sido primer ministro francés y hoy pena con una concejalía que solo le da para el trapicheo.