Pablo RUIZ DE ARETXABALETA
«VALIENTES», COLOQUIO SOBRE EL DERECHO A DECIDIR LLEVAR VELO

EL HIYAB, EN LA VOZ DE LAS MUJERES MUSULMANAS

Voces de mujeres musulmanas fueron las que se escucharon a principios de mes en Gasteiz en el coloquio organizado por CEAR-Euskadi sobre el derecho a decidir llevar hiyab, un debate en el que frecuentemente no son escuchadas y donde rechazaron que se asocie con un símbolo de opresión. De hecho, en Occidente, esa identificación puede ocultar otros factores de opresión reales.

La abarrotada sala Plaza en el museo Artium de Gasteiz daba cuenta del interés del debate, bajo el título de «Valientes», sobre el derecho a decidir si llevar hiyab (velo) o no de las mujeres musulmanas. De hecho, una de las ponentes, Sumaya del Peral, de la Asociación de Mujeres Musulmanas Bidaya, subrayó la anomalía de celebrar un debate público sobre una opción personal. «Que el pañuelo tenga esta convocatoria nos tiene que hacer reflexionar», indicó, destacando que se habrá normalizado el día en que casi nadie acuda a un coloquio como este.

Otra de las participantes en el debate organizado por CEAR-Euskadi (Comisión de Ayuda al Refugiado), Ikram Bouzalmat, estudiante de traducción e interpretación en la EHU/UPV, también se cuestionaba «el hecho de ir a conferencias a hablar de algo tan personal», pero a la vez reconocía que «siente el deber de hablar de mí misma y de las demás mujeres musulmanas», porque el debate sobre las mujeres musulmanas en general o sobre el velo en particular, se suele producir sin su voz y «es hora de hablar con las mujeres musulmanas».

Maya Amrane, técnica de Intervención Comunitaria en Biltzen, el Servicio Vasco de Integración y Convivencia Intercultural, comenzó derribando el primer mito.

«El velo no es igual a opresión». La identificación de hiyab y opresión en Occidente oculta, a su juicio, los verdaderos factores de opresión y desigualdad. «En Occidente, el factor de opresión de la mujer musulmana no es el hiyab», advirtió.

Una prenda con múltiples formas de llevar y múltiples significados de una mujer a otra. Y no todas son categorías cerradas.

Múltiples significados

Así, explicó que quienes lo usan por convicciones religiosas pueden hacerlo como una decisión autónoma y sin que suponga sumisión a nadie. También pueden hacerlo, además, como una forma de dar a conocer la propia identidad de forma visible. «A veces de forma contestataria para criticar códigos de vestimenta occidentales», según Amrane.

Aunque también pueden sumarse a la convicción religiosa consideraciones patriarcales sobre la necesidad de tapar el cuerpo femenino. A estas categorías se suma el uso por convicción religiosa pero con una decisión tomada bajo presión, directa o indirecta. E incluso puede adoptarse en un principio de forma libre pero dar continuidad a su uso por una presión del entorno que fuerce a la mujer a no quitárselo.

Y no son estos los únicos significados sociales del hiyab. Incluso sin la convicción religiosa, la mujer puede llevar el pañuelo por decisión estratégica para ganar más libertad en entornos familiares o comunitarios o para entrar en círculos profesionales.

Mencionó también el uso por solidaridad y contestación como el caso de mujeres que no lo llevaban pero decidieron utilizarlo cuando el Estado francés, en 2004, prohibió el uso del pañuelo en centros escolares.

Igualmente, el uso puede estar ligado, sin convicción religiosa, a tradiciones con consideraciones patriarcales sobre el cuerpo femenino o hasta puede llevarse por moda.

Un espectro tan amplio, en el que muchas veces unas cuestiones se mezclan con otras, aleja todo intento de simplificar el uso del hiyab.

En cuanto a las presiones, la técnica de Biltzen subrayó que son más difíciles de superar cuanto más sutiles sean, tanto en Occidente, en cuanto a la obligación de quitárselo, como en las comunidades musulmanes, en relación a la obligación de usarlo. En ambos casos se ha visto como un símbolo de «musulmaneidad» al que «se le ha dado más importancia de la que tiene».

«Soy responsable ante dios de si me lo pongo o no. Nadie tiene derecho a decírmelo», incidió Amrane.

Del Peral remarcó que tomó dos decisiones valientes. La primera, utilizar el pañuelo durante ocho años cuando adoptó el islam como religión. La segunda, dejar de usarlo ocho años más tarde.

«Al principio fue horroroso», por ser continuamente blanco de críticas, relató, aumentadas por el hecho de ser conversa. «Allí donde iba me recordaban que llevaba pañuelo» y se empezó a cuestionar «por qué tenía que ser juzgada por deshonesta», como las sospechas cuando entraba en los centros comerciales. Cuando se quitó el pañuelo «fue una experiencia vital que me corriera el aire por el pelo, sentir el calor del sol...». A la vez, reflexionó que «dios quiere que esté bien, que sea feliz, que viva con esas sensaciones que nos regala».

Ahora, en algunas reuniones le preguntan si su marido le deja ir sin pañuelo, una evidencia de esa creencia de que «cuando lo usas es porque te lo han mandado y cuando te lo quitas, también».

Por ello, recomendó a sus dos hijas que se lo pensaran bien porque con velo o sin él, «tienes que estar dando explicaciones constantemente, justificándote».

Una de ellas vive hoy en Londres. «Se ha tenido que marchar. Aquí era imposible, no lo soportó». Le ofrecían trabajo pero le exigían que se quitara el pañuelo.

Una joven confirmó este rechazo, al denunciar que grandes marcas que utilizan el hiyab como marketing, luego impiden trabajar a las jóvenes que lo portan.

Entre las numerosas participantes en el coloquio se apuntó también que «España está más atrasada en el respeto a las vestimentas que otros lugares del mundo».

En Gran Bretaña, «la normalidad es que te evalúen por tu capacidad», afirmó Del Peral, que envidia que hindúes, musulmanas o mujeres de diferentes orígenes utilicen sus vestimentas con normalidad. «El día que lleguemos a ese nivel hablaremos de otra cosa», consideró.

Sin velo, afirmó, «no me siento menos musulmana». Se lo ha puesto en Egipto porque se sentía más cómoda y se lo ha quitado en Dubai con normalidad. «Tenemos que superar prejuicios y tener otra visión de las mujeres. Que nadie nos diga cómo vestir», concluyó.

Una opción personal

Ikram Bouzalmat sí se cubre el pelo y «como mujer que vive en Europa, en una sociedad diferente a la de su origen (Marruecos) cada día me supone enfrentar retos y aveces encontrar situaciones incómodas».

«El hecho de definir el hiyab como un problema dificulta nuestro proceso de integración. No irradia un sentido negativo, es algo personal, tampoco atenta contra la libertad del otro. A la única persona a la que le pertenece hablar de este tema es a la mujer musulmana», defendió.

Y criticó que «llegar al extremo de leyes que impiden llevarlo impiden la integración de la mujer musulmana en la sociedad. No es justo en absoluto, atenta contra nuestros derechos. Desde las prohibiciones no se soluciona nada, sino desde el debate y la comunicación».

Cuando Bouzalmat llegó a Córdoba con 16 años se encontró perdida en un entorno desconocido, «sin conocer la lengua, sin comunicarme» a lo que se sumó sufrir la presión social del profesorado. «Me hubiera gustado tener su apoyo», pero lo que obtuvo fue un acoso continuo.

«Mi madre me dijo que para integrarme más me lo quitara y así ahorría problemas».. Se lo quitó. «Pero no. El racismo sigue, los comentarios ofensivos, siguen, la mirada hostil, sigue».

Relató una experiencia en particular, con un profesor de Filosofía que en cada clase le hablaba del hiyab. «Un día me regaló un libro de una feminista marroquí y subrayó en rojo todas las frases donde estaba en contra del hiyab, por si acaso no lo veía bien», ironizó. «El hiyab es una cárcel y tú te tienes que liberar de esa cárcel», le decía.

Acabó ante la dirección del centro por sospecha de estar «radicalizándose» tras la proyección de una película sobre violencia de género, «por bajar la mirada por pudor en una de las escenas». «Por un hecho tan simple, porque no me permito ver esas cosas, no voy a ir al Estado Islámico», destacó.

Agregó que «el islam no tiene problemas con la mujer, es la cultura patriarcal la que lo tiene» y en ocasiones esa cultura previa al islam se ha mantenido con un gran impacto. «Una mujer musulmana americana no vive lo mismo que una mujer musulmana en Afganistán –explicó–. A veces la cultura prevalece sobre la propia religión».

«El hiyab forma parte de mí, es un acto de fe. No veo justo hacia mi persona renunciar por acceder al trabajo o por integrarme más. Que cada mujer elija lo que quiere ser», concluyó.