Victor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

El invierno ya llegó

Después de un estreno limitado en salas de cine, llega a las pantallas de todo el mundo (de esto se trata con el VOD) una de las películas más potentes de la temporada. De hecho, se trata seguramente de uno de los títulos más importantes que se hayan estrenado (sea en el formato que sea) durante, pongamos, la última década.

Me refiero, por supuesto, a “El irlandés”, aquella cinta que corría el riesgo de tener que conformarse con el estatus de «maldita» (pues recordemos que tras el fiasco comercial de “Silencio”, ningún gran estudio parecía demasiado interesado en financiarla), pero que al final fue rescatada por Netflix... y que ahora tiene a buena parte de la comunidad cinéfila enfrascada, básicamente, en discusiones varias sobre cómo hay que hincarle el diente al mastodonte.

La cuestión (y esto ya lo sabíamos desde hacía tiempo) es que el film de marras dura la friolera de tres horas y media (minuto arriba, minuto abajo), y claro, no son pocos los que temen el empache, de tanto estar sentados ante una pantalla. Esta preocupación, por cierto y por ejemplo, no se detectó con tanta fuerza en el caso de “Vengadores: Endgame”, una cinta que también rondaba las tres horas de metraje. El caso es que una vez aterrizada en la famosa plataforma de Video On Demand, hay a quien se le ha ocurrido partir “El irlandés” en varios episodios. Este acercamiento del cine a las series televisivas (o sea, al formato ahora mismo hegemónico en la industria del entretenimiento audiovisual) no hace sino confirmar esa importancia a la que antes me refería.

Ya sea queriéndolo o de forma involuntaria, Martin Scorsese, a sus 77 años de edad, parece empeñado en no abandonar la vanguardia de un debate en el que resulta que está en juego ni más ni menos que el futuro del arte cinematográfico. Lo ha conseguido, irónicamente (y ahí está quizás el toque magistral del asunto), a través de una reunión de viejos rockeros... que aceptan la condición a la que les condena su edad.

Yendo en contra de la lógica hollywoodiense, Martin Scorsese, Robert De Niro, Al Pacino y Harvey Keitel deciden sentarse una vez más alrededor de la misma mesa. Pero no para proclamar que todavía les queda gasolina, sino al contrario, para admitir que la nostalgia, tal vez, ya no da para más, y que en estas circunstancias, lo mejor es seguramente retirarse de la manera más digna que nos permita la siempre indigna vejez.

De esto trata “El irlandés”, de afrontar el temido invierno vital teniendo en cuenta que este viene asociado a otra condena igualmente terrorífica: la intrascendencia. Scorsese es plenamente consciente de ello, porque esta misma consciencia es la que muestran, en todo momento, todos los personajes de esta su nueva obra maestra. Lo irónico (y aquello que, en última instancia, es motivo de mayor celebración) está en que aceptando este trágico destino, la propuesta logra superar el olvido al que parecía condenada. Cuantas más vueltas le damos, más crece su recuerdo. Tanto, que ni el visionado más fragmentado es capaz de empequeñecer su –eterna– magia.