Amaia EREÑAGA
BILBo
Interview
ETXAHUN GALPARSORO
HISTORIADOR Y AUTOR DE «BILBAO EN MAUTHAUSEN»

«Lo de los deportados vascos en Mauthausen fue un genocidio»

Historiador y técnico del centro de documentación Lazkaoko Beneditarren Fundazioa (LBF), especializado en la historia contemporánea vasca, ha documentado y dado voz a su tío, Marcelino Bilbao, superviviente del campo de Mauthausen.

Etxahun Galparsoro (Donostia, 1980) no quiere convertir a su tío Marcelino Bilbao Bilbao (Alonsotegi, 1920-Châtellerault, 2014) en un personaje de novela, aunque podría serlo debido a lo azaroso de su vida; nacido de padres desconocidos –de ahí el doble Bilbao de su apellido– y acogido por una familia pobre, trabajadora y socialista de Alonsotegi, Marcelino respondió al golpe de estado franquista alistándose en el bando republicano, primero con los anarquistas y luego con los comunistas. Vivió la lucha, la batalla de Teruel, la huida en masa desde Catalunya al otro lado de la frontera –«el mayor éxodo que se ha dado en la península nunca», en palabras del historiador–, los duros campos de concentración franceses, el trabajo agotador de la línea Maginot y el abandono de todos, fuesen aliados o no, de aquellos luchadores, aquellos «rojos» republicanos y miembros del bando perdedor de una guerra nunca rematada. Menos, incluso, para quienes la vivieron.

Marcelino Bilbao fue también el preso 4628 de Mauthausen, el primer campo de concentración nazi y el último en ser cerrado por los aliados, un infierno sádico donde los republicanos españoles fueron llevados para ser exterminados a golpe de agotamiento, picar piedra, inyecciones letales, experimentos médicos –Marcelino fue cobaya del «doctor muerte» de Mauthausen, Aribert Heim–, mucha hambre y violencia extrema. No es un personaje, es cierto, es una de las voces en una historia que no puede caer en el olvido.

Desde que tiene uso de razón, Galparsoro recuerda cómo su tío contaba una y otra vez historias que los adultos escuchaban en silencio. Una y otra vez, de forma casi compulsiva, en forma de anécdotas con fondo del humor. Galparsoro tiene otros dos tíos que han pasado por campos de concentración, uno de ellos José María Aguirre, a cuya hermana Marcelino conoció cuando la familia Aguirre le acogió en París tras ser liberados de Enbesee, uno de los campos «satélites» de Mauthausen.

Por cierto, la mujer de Marcelino, de 95 años, y sus dos hijas han venido a Bilbo a la presentación de “Bilbao en Mauthausen. Memorias de supervivencia de un deportado vasco” (Crítica), un libro necesario, trepidante, duro, repleto de personajes de carne y hueso como el bilbaino Angel Elejalde, un gudari animoso de 105 kilos al que Marcelino no reconoció dado su estado famélico, o los miembros de las Brigadas Internacionales que se suicidaron tirándose luchadores desde lo alto de la cantera de Mauthausen.

El niño que escuchaba aquellas historias, al hacerse adulto, supo que tenía que grabar, investigar y recuperar los recuerdos en forma de manuscrito dejados por aquel hombre y, con él, de las personas que escaparon del horror. Para que no se repita.

¿Cómo está viviendo esta gira de presentación? Supongo que con sentimientos encontrados, hasta con algo de tristeza porque su tío no esté aquí.

Por un lado, está siendo muy intenso y, por otro, se me hace muy raro porque estoy dando una explicación sobre mi tío, no sé si académica, pero sí orientada a hacer comprender lo que era aquello, y entonces la única visión que transmito de él es como un poco lejana.

Hay poca historiografía y además los nazis intentaron sistemáticamente borrar lo que hicieron en los campos. Por eso, conseguir testimonios de primera mano como este, cuando la mayoría ya han muerto, es importante.

Los republicanos españoles fueron más de 10.000, de los que creemos que solo quedan vivos tres. Sí que hay mucha información en Europa. En España hay algo y lo de Euskal Herria es sangrante. Bueno, en Iparralde, en su momento, como ciudadanos franceses, sí que obtuvieron el reconocimiento y homenaje público que merecían, pero en Hegoalde, primero por el franquismo y luego por una serie de circunstancias, la historiografía vasca no se ha ocupado de este tema, ni de los deportados ni de los cientos de víctimas del nazismo que hay de otro tipo: desaparecidos, fusilados, muertos en combate, muertos por tortura en la cárcel a manos de la Gestapo… Hay un montón de casuísticas y no hay ni una línea sobre toda esta gente de Hego Euskal Herria que fue víctima del nazismo.

Dice que está siendo «frío» con el recuerdo de su tío, y ¿cómo era? Usaba el humor para hacer frente al recuerdo.

Yo creo que era un mecanismo de defensa. En casa, cuando contaba todo esto lloraba, pero de forma muy disimulada. Te decía: ‘Te voy a contar una muy buena’, y era de cómo asesinaron a no sé quién o cómo despeñaron a otros….Te lo contaba a carcajadas, pero también lloraba. Los últimos diez segundos se ponía serio y te decía muy grave que aquello fue una barbaridad.

La reacción más normal parece callarse, intentar olvidar.

A causa del trauma, claro. Yo tuve tres tíos en los campos: Jean Rochers, que nunca habló del tema; José María Aguirre, que al final de su vida se dio cuenta de que era importante contarlo, y el propio Marcelino, que era justo lo contrario: tenía una necesidad imperiosa de contar. Pero ha sido muy difícil, quiero decir no solo en el caso de Marcelino sino también en el de todos los deportados, porque todo esto ha sido una carga o una mochila que han tenido soportar sus familiares. Nadie se acuerda de ello, pero sé que las familias de los deportados han sufrido. Hay que tener mucha paciencia para escuchar una y otra vez historias que has oído mil veces.

Y también han tenido que sobrellevar la falta de reconocimiento. De hecho, hasta agosto del pasado año no se han publicado los datos en el BOE con la cifra de los republicanos muertos en los campos de concentración, 4.427.

En 2006, el Ministerio de Cultura publicó un censo de deportados, por orden del Gobierno de Zapatero, con el objetivo de conocer cuántos deportados hubo. Es curioso que lo hiciera el Ministerio de Cultura, pero, bueno, el censo era muy bueno. Respecto al publicado del año pasado, yo no estoy nada de acuerdo. A ver cómo lo decimos [reflexiona]. Se ve que el Gobierno quiere hacer algo al respecto, pero es que han publicado un censo con datos de 1954, hiperdesfasados… No tiene no tiene ni pies ni cabeza. El Gobierno lo ha vendido como un gran descubrimiento cuando, por ejemplo, yo ya los tenía. Es decir, no estoy de acuerdo con este censo pero lo puedo ver de una manera positiva, porque el Gobierno dice que es un comienzo para inscribir a toda esta gente en el registro civil y si con esto a las familias se les ayuda a obtener algún tipo de documento oficial que tenga alguna repercusión en la solicitud de ayudas...

¿Y sobre el reconocimiento?

Pasa una cosa muy curiosa, que es que en enero pasado Gogora sí que hizo un pequeño acto, pero en Hego Euskal Herria nunca se ha hecho nada. Y es curioso porque, desde 2013, en el Parlamento vasco el 27 de enero, Día Internacional del Holocausto, porque coincide con el aniversario de la liberación de Auschwitz, a instancias de las Naciones Unidas se enciende un pebetero. Cosa que es muy loable sobre el suceso más grave de la historia de la Humanidad. El problema está en que el Holocausto no tiene nada que ver con nuestros deportados, y me explico: el Holocausto es el exterminio de los judíos, por eso yo no hablo de holocausto con los deportados vascos, hablo de genocidio. El Holocausto se produce a partir de 1942, cuando se inventan las cámaras de gas y, en grandes centros como Auschwitz o Treblinka exterminan a seis millones de judíos nada más descender del tren y los llevan a la cámara de gas. Pero eso es a partir del año 42 y nosotros, con nuestros deportados, estamos hablando de 1940: el primer deportado llega a principios de agosto el 40, y el proceso del exterminio es totalmente diferente. En ese momento el campo de concentración más severo que había en el Tercer Reich era Mauthausen, Auschwitz solo era una especie de cárcel. La forma de matar no tenía nada que ver, porque en Mauthausen mataban a base de un desgaste acelerado o extremo. Los de las SS sí que mataban a base de tiros, pero dejaban la labor sucia en manos de los kapos, para que mataran a base de palizas o como les diera la gana a los demás prisioneros. Pero, sobre todo, el duro trabajo en la cantera, un trabajo improductivo solo destinado a desgastar al prisionero, combinado con el clima y una serie de enfermedades, hacían que el prisionero falleciera de agotamiento: de estar normal, en cuatro o seis meses, a fallecer.

En la primera fase, dos de cada tres morían. Muchos se suicidaban, pero no se rebelaban.

Se suicidaban y luego había otro fenómeno, el de los muselmann, que es el típico esqueleto viviente que asociamos con campos de concentración. Estos ya perdían toda noción de sí mismos: se encontraban tan mal que toleraban los golpes sin resistencia y, lo más terrible, que decía Marcelino y él también sufrió esta situación, es que se dejaban llevar al matadero sin resistencia. Si entraba el médico a la enfermería y decía ‘poneos en fila, que os voy a dar la inyección’, nadie se rebelaba. Eso es ya cuando el cuerpo se alimenta de sí mismo y esos cadáveres vivientes la mente ya la tienen tan perdida que les da igual, aceptan con indiferencia lo que les hacen.

Marcelino fue uno de los pocos que quedaron vivos tras pasar por las manos del doctor Heim, el «doctor muerte». ¿Qué le inyectó, benzeno?

No se sabe muy bien, pensamos que fue tifus, para experimentar con vacunas para los soldados alemanes que se encontraban en el frente. Este experimento lo hicieron con treinta personas: quince soviéticos y quince republicanos españoles. Sobrevivieron siete.

Está claro que es más necesario que preservemos su memoria.

Pensamos que es un tema del pasado, pero me han llegado un puñado de emails de gente que está buscando a sus familiares o que quiere obtener información. Creemos que es un tema del pasado que se zanjó en 1945 y eso está muy lejos de la realidad, porque los traumas se heredan. Por mucho que el que haya desaparecido haya sido un hermano del abuelo, igual a lo mejor solo sabes su nombre, pero ese trauma se hereda.

Y no hay que olvidar, sobre todo en estos tiempos de vuelta del fascismo.

Suelo comentar mucho estos días que Marcelino no era analfabeto. Solo sabía leer y escribir, lo justo. Pero leía mucha prensa y se informaba con criterio y luego, en consecuencia, actuaba. Si él consideraba que había una manifestación que coincidía con sus reivindicaciones o si se le pedía la palabra, lo hacía y se indignaba por cosas que pasan al otro lado del mundo porque veía que la lucha, ni de lejos, había terminado.