Beñat ZALDUA
DONOSTIA
CRISIS DEL CORONAVIRUS

Semana 1: Alemania como destino deseado, Italia en el retrovisor

La primera semana en estado de alarma culmina con una expansión preocupante del coronavirus y un extemporáneo y vacuo discurso de Pedro Sánchez, que consiguió hablar durante una hora sin decir nada. De fondo, permanece viva la incógnita sobre la necesidad de aplicar medidas más drásticas, también en el ámbito del trabajo.

Hoy se cumple una semana del estado de alarma. Una semana en nuestras casas, cada uno en la suya y la sombra de la pandemia en la de todos. Una semana en la que los indicadores se han disparado, desde los casos confirmados hasta los fallecidos, incluida una primera profesional sanitaria. La semana nos ha enseñado que lo que viene puede ser largo y duro. Mientras las UCI siguen llenándose, Lakua aseguró ayer que trata de hacer lo imposible por lograr material sanitario –lo que es una forma de decir que no hay suficiente–, y en Nafarroa los profesionales llaman a la sociedad a que aporte lo que buenamente pueda. Italia, con 800 muertos en las últimas 24 horas, y casi 5.000 en total, es un espejo terrible.

La culminación de la semana permite poner las cifras en perspectiva –lean a Iker Bizkarguenaga– y saber cómo era la pandemia hace una semana. No hay errata. Eso es, más o menos, lo que conocemos ahora. Los que saben de esto lo explican utilizando el símil de las estrellas. Cuando observamos un astro en el firmamento, no vemos cómo es en el presente, sino cómo era cuando la luz que llega a nosotros partió de esa estrella. De ahí aquello de los años luz. A pequeña escala, una pandemia funciona de forma parecida. La cifra de positivos nos habla más de la cantidad de test realizados que de la expansión real del virus, y el número de hospitalizaciones –mucho más fiable para conocer la extensión– nos habla, en general, de la cantidad de contagios que hubo una semana o dos atrás; dado que los síntomas más graves no aparecen en un primer momento.

La única manera de acercar las estrellas son los test. Estamos muy pesados con ello. Quien esté aburrido puede saltarse los siguientes tres párrafos. Pero aviso, hoy no se habla de Corea del Sur, sino de Alemania. El país germano ha superado los 20.000 casos positivos, pero ayer apenas registraba 68 fallecidos. No hay una sola hipótesis que lo explique, pero la mayoría de las explicaciones pasan, de una forma u otra, por la realización masiva de test. El primer elemento a tener en cuenta es que detectaron el primer brote muy temprano, gracias a una gran cantidad de pruebas y diagnósticos. Esto ha permitido seguir la pista de los contagios mucho más de cerca, incluyendo a jóvenes y asintomáticos, pieza clave en la expansión del virus. Es por ello que la proporción de jóvenes detectados con coronavirus en Alemania es mucho mayor –la media germana es de 47 años, la italiana de 66–.

También hay que tener en cuenta factores culturales y demográficos que tienen que ver con la exposición al contagio. La conexión comunitaria y familiar en Italia –y en Euskal Herria–, por ejemplo, es más intensa que en Alemania; también la edad de emancipación. Son elementos que impactan sobre las cadenas de transmisión.

Los factores son diversos, y es posible, dado que el brote fue más tardío, que la ratio de letalidad alemana también crezca en los próximos días, pero parece evidente que la diferencia principal la marca la detección precoz. Es decir, las pruebas. Berlín garantizó gracias al Instituto Robert Koch –de titularidad pública– que desde el inicio podrían hacerse 160.000 test a la semana, lo que suponen dos por cada 1.000 habitantes. Según los datos actualizados ayer por Lakua, en la CAV se han realizado hasta ahora, semanalmente, 0,6 test por cada 1.000 habitantes. En Nafarroa e Ipar Euskal Herria no se conocen los datos.

Una semana castrense

A la hora de hacer balance, por tanto, el ejemplo alemán es la prueba de que también en Europa era posible haberse preparado mejor para la llegada del coronavirus. Así lo vino a reconocer, de hecho, la directora de Salud Pública de la OMS, María Neira, que en una entrevista en Catalunya Ràdio señaló ayer que la baja letalidad en Alemania tiene mucho que ver con la calidad de su sistema sanitario, pero también con una adecuada preparación previa.

Esto sirve tanto para el caso italiano, como para el vasco y el español –y probablemente el francés–. Tras tomar el mando centralizador, Madrid ha tratado de mantener las filas bien prietas poniendo al Ejército en primer plano. Esta ha sido, de hecho, la semana en que los militares han regresado de lleno a la vida pública del Estado español, de la mano del Gobierno más progresista que ha habido en Madrid en cuatro décadas.

En este sentido, la comparecencia de Pedro Sánchez, ayer por la noche, fue un alarde de militarismo y vacuidad. Ocupó más de una hora de prime time sin decir nada, pero envolvió ese vacío con un derroche de retórica militarista y patriotera –puso como ejemplo el homenaje de la Ertzaintza a la Guardia Civil–. Cabe recordar, sin embargo, que el Covid-19 no es un «enemigo» al que hay que «combatir» y «vencer», sino un virus que hay que tratar con medicina.

Sigue estando por demostrar, de hecho, que los militares aporten algo en el ámbito sanitario, pero lo que sí se sabe es que su presencia –y el lenguaje bélico comprado por Moncloa– difícilmente facilitarán una aproximación transparente a la crisis. No se olvide que la epidemia de 1918 se conoció internacionalmente como «gripe española» porque el español era uno de los pocos estados europeos en el que se hablaba de la epidemia. El resto de países seguía enfrascado en la Gran Guerra, y para mantener alta la moral de las respectivas tropas, la prensa tenía prohibido mencionar el estallido de gripe. Sobre la importancia de dicha transparencia, pasen al artículo de Fermin Munarriz.

En cualquier caso, el propio Gobierno español hizo ayer cierto propósito de enmienda, a su manera, al constituir un comité de expertos en el que incluyeron a un profesor de Harvard que denunció recientemente la tardía y blanda respuesta de Madrid a la crisis que venía.

¿Y la semana que viene?

Sánchez no quiso especular ayer con endurecer y alargar medidas. De hecho, evitó contestar a la pregunta sobre un parón en la producción aduciendo que no puede prohibir que los niños autistas salgan a la calle. Como suena. Eso de que los periodistas no puedan repreguntar es un lujo para los políticos. Se enorgulleció, eso sí, de que el Estado español esté en el Top5 de consumo de datos de internet.

El inquilino de la Moncloa, sin embargo, sí que subrayó que lo peor está por llegar. Y reconoció que no saben cuándo será. La semana que viene será crucial, por tanto, observar si la curva de hospitalizaciones y fallecidos empieza en algún momento a remitir. Si no lo hace, será difícil seguir resistiéndose a frenar la producción –sobre todo industrial– que no sea imprescindible y obviar lo que 70 científicos le pidieron ayer en un manifiesto: un confinamiento más drástico.

El vicepresidente de la Cruz Roja de China, Yang Huichuan, fue bastante elocuente en la rueda de prensa ofrecida el jueves en Milán, en la que reclamó de forma bastante desesperada medidas más drásticas para frenar la epidemia: «No sé en qué están pensando». A última hora de ayer, de hecho, Italia decretó la paralización de toda actividad productiva que no sea indispensable para frenar al virus.