Iñaki ZARATIEGI
Interview
YONI CAMACHO
CANTANTE FLAMENCO

«Nos sentimos más vascos que Olentzero y tocamos flamenco por ser gitanos»

Los guipuzcoanos Sonakay dan la cara a la dificultad y lanzan su segundo disco en plena crisis del sector musical y del mundo en general. Una reválida que acentúa el concepto ornitológico que marcó su versión aflamencada de «Txoria txori» y a la que han invitado hasta a catorce colaboradores. Revisan de nuevo alguna popular canción euskaldun y se adentran en rumbas o sonidos jazzeros latinos.

Con la alegría y el salero por montera y voz de ángel, el errenteriarra Jonatan “Yoni” Camacho Borja Amaya Jiménez es igual de vendaval defendiendo sus músicas sobre las tablas que explicándolas a corazón abierto cuando promociona “Sonakay guztiekin” (NO-CD Records). Así se titula la segunda grabación del grupo que comparte con David Escudero “Beltza” (primer guitarra), Ramón Vélez (segundo guitarra), José Luis Jiménez (bajo) y David Bernárdez (percusión).

Once composiciones detalladamente elaboradas con nuevas revisiones aflamencadas de populares canciones euskaldunes (“Xalbadorren heriotzean”, “Agur, Euskal Herriari”), material propio (“Izarrak”, “Utrerako espetxea”, “La tinta”, “Viejo castillo”, “Rumba txikitita”, “Tú siempre mientes”, “El sueño”) y versiones de Leonard Cohen/Enrique Morente (“Esa no es manera de decir adiós”) o Antonio Vega (“Se dejaba llevar por ti”). Y con amplio elenco de invitados: desde Urko («que poteaba con nuestros abuelos en Amara Zaharra») o Golden Apple Quartet a María Berasarte e Iñaki Salvador, el cantaor José de Pasaia, el vocalista cubano Omar González, el director de orquesta romaní Paco Suárez, Iker Lauroba o el trío Ketama como invitados de postín.

¿De dónde sale el nombre de Sonakay?

Significa oro en caló. Es también un concepto más general de riqueza. Con la y griega nos sonaba muy bien y la k podía resaltar el lado euskaldun, nuestra altxorra, que es defender el euskera a través de la música y llevarlo por el mundo. Un puente entre lo que significa el oro, el tesoro, para los gitanos y el euskara para los vascos.

En 2018 salió el primer disco y ahora su reválida. ¿Buen balance?

Para nosotros era algo inimaginable llegar hasta aquí cuando empezamos en un garaje cerca de mi barrio de Beraun, en Errenteria, donde nos entraba el agua cuando llovía y teníamos que quitar los amplis por si había un cortocircuito.

El centro operativo estaba en Orereta, pero el grupo tiene diferentes procedencias geográficas.

Sí, de Intxaurrondo, el Antiguo, Hernani e Irun. Nos relacionamos desde pequeños por la convivencia entre nuestros padres. El de David Escudero es mi padrino. Somos prácticamente familia, hemos crecido juntos.

¿Qué oficios tienen, alguien vive de la música?

Yo andaba a lo que saliera: repartidor, en la construcción, algunos años en el puerto de Pasaia… Lo dejé para dedicarme de lleno a la música. O me dedicaba en cuerpo y alma a esto o dejaba pasar el tren. Decidí vivir con menos porque la música no da para vivir. Mi mujer trabaja en una panadería, en vez de dos sueldos puede ser uno y medio con lo que salga de alguna actuación, pero vivo haciendo lo que me gusta, que es donde encuentras la felicidad. Beltza estaba en una empresa de reparación de electrodomésticos. David en una de ventanas de aluminio. Y el Tito Ramón tiene siete vidas: ha sido culturista, actor, estaba en una fábrica de alpargatas… Hemos sido muy currantes porque estudios, por desgracia, no tenemos y hemos trabajado desde bien pequeños.

 

¿Existen ‘euskaldun zaharrak’ en su entorno?

Yo conozco a los Etxeberria, los Berrio… Pero, sobre todo, a la familia de Beltza. Cuando fui de crío a su casa vi que su amona, su padre, su tío… hablaban euskara. Pero la mayoría somos de segundas o terceras generaciones aquí. Será un orgullo que con nuestros hijos, que son de ikastola, el apellido Camacho (¿Kamatxo?) se una a esos otros de gitanos euskaldunes.

Reivindican entonces ser pioneros del «flamenquito en euskara». ¿Hubo algún choque o prejuicio con Sonakay?

Sí, con los ortodoxos en general. Con el mundo “flamenkóliko”. Entiendo que tiene que haber gente purista, pero también gente que rompa moldes y cree cosas nuevas. Nosotros no intentamos forzar nada nuevo, ni fusionar cosas: nos sale lo que llevábamos dentro. Hemos nacido aquí, nos sentimos más vascos que Olentzero y tocamos flamenco porque somos gitanos y es nuestra otra cultura. Las culturas vasca y gitana tienen mucho peso y fuerza y mucho en común como la persecución que han sufrido con sus idiomas, que el pueblo gitano ha perdido. Pero el vasco ha mantenido con mucha lucha el tesoro del euskara, que decíamos antes.

Hay continuidad en la simbología. En el disco de debut había un petirrojo, por la centralidad de la versión de «Txoria txori». En este nuevo hay una bandada de pájaros.

Tenemos la suerte y el orgullo de que la gente nos relacione con el “Txoria txori” de Mikel Laboa por la versión flamenca que hicimos. Esa relación es el mejor regalo que nos ha dado la música y la gente y lo queremos mantener. Tras indagar en el mundo de las aves hemos asignado un pájaro diferente a cada artista invitado según su personalidad. Se explica en el libreto del CD con la magia diseñadora de Lara Iturain.

El disco conserva la idea central de unir lo flamenco con lo euskaldun, pero da entrada a sonidos como la rumba o aires jazzeros latinos y sobre todo a muchas colaboraciones.

En el primer disco veníamos del bombazo televisivo en “Got Talent” y fue un sin parar de salir en prensa y de actuar. Nos fichó la promotora Syntorama, nos propuso grabar e hicimos el disco en un mes porque éramos un boom sin nada grabado. Ahora hemos hecho algo mucho más trabajado. “Izarrak”, con Iker Lauroba, es la primera canción flamenca que se haya compuesto nunca en euskara y fue la que me encendió la luz: intentar grabar un trabajo bien hecho con mucha gente muy buena que teníamos alrededor.

Además del «Gora Euskal Herria», con Urko, han grabado «Xalbadorren heriotzean», que lo hacían en directo.

Es un tema mítico que se canta de mil maneras y lo hacemos a la nuestra, con nuestro arte. Pero no queremos encasillarnos en hacer versiones de temas euskaldunes porque funcionan. Tiene que ser algo que sale sin forzar nada. Vamos despacito, con lo que va surgiendo, como se hace en el flamenco. Ahí está “Utrerako espetxea”, que va a sorprender: una seguiriya (palo madre del flamenco con la soleá) con un tono como de akelarre con txalaparta.

¿El título estrella es «Se dejaba llevar por ti», de Antonio Vega, euskerizado y con Ketama?

Tener a Ketama es un plus de popularidad. Son el tótem del flamenco joven y de su progresión. Aparte de Camarón o Paco de Lucía hay mucho flamenco especial: Enrique Morente, Ray Heredia, Pata Negra... Mira, hay guitarristas que se comen el instrumento con un virtuosismo exagerado. Pero llega Josemi Carmona, mete un acorde, te entra entre la tercera y la quinta costilla y va directamente al corazón.

Han debido hacer la presentación en streaming, sin público. Parece muy valiente sacar un disco con esta crisis.

La música también ha cambiado, quizás ahora se escuchen más canciones tristes. Hicimos el disco antes de la pandemia y encierra sensibilidad, armonía. Sientes que se hizo con alegría cuando no sabíamos lo que iba a pasar. Escucharlo hoy es curativo, escuchas la ilusión y las ganas de presentarlo en concierto, en fiesta, entre abrazos, entre aplausos. Nada que ver con la realidad actual. Esperemos que alegre la fase terminal del coronavirus.