Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Un duelo desigual

Dos años atrás, la Mostra se adjudicó la experiencia cinematográfica más alucinante de esa temporada. De la nada surgió, ¡por fin!, “El otro lado del viento”, cinta maldita de Orson Welles filmada en los años 70… y terminada casi cincuenta años después. Así, el pasado remoto (que nos hablaba desde la distancia de medio siglo) lució como un objeto cinematográfico inclasificable, de una modernidad salvaje; tan rematadamente genial, que nos acompañaría durante unos años más.

Y aquí estábamos ahora, en el estreno de otra película de este maestro de la inmortalidad. Fuera de Competición se presentó “Hopper/Welles”, pieza documental (por intentar ponerle una etiqueta) de poco más de dos horas de duración, consistente en una entrevista (ídem) entre Dennis Hopper y el propio director, Orson Welles. Este material debía ser una de las muchas escenas de “El otro lado del viento”, aquel film imposible, pero terminó convertido en un apéndice que respiraba, fumaba, bebía y hablaba con una autonomía casi insultante.

Y efectivamente, el encuentro se saldó en un duelo de titanes tan desigual como estimulante. Nosotros solo vimos la cara de Hopper; Welles quedó «relegado» a voz en off. A una especie de entidad omnipresente que atormentaba el ya de por sí atormentado espíritu de su invitado. El pobre creía que eso sería un encuentro cualquiera, pero no, en realidad era una encerrona: la excusa cinematográfica perfecta para acorralarle. Esto es “Hopper/Welles”, una habitación, dos hombres, docenas de gintonics e incontables temas lanzados al aire. ¿Qué implica hacer cine? ¿Quién es un director y quién es un actor? ¿Qué significa tener un pensamiento de izquierdas? ¿Qué podemos considerar como relación sana con nuestros padres? Y así. Esto no era una película, era un diván en el que se confundía la tortura con lo terapéutico… y en el que el mayor beneficiado fuimos nosotros, la audiencia.

Como cabía esperar, la Competición se contagió de estas vibraciones, proponiendo un programa doble donde una película se comió a la otra. Primero llegó Kiyoshi Kurosawa: el maestro nipón llegó con “La mujer del espía”, un ejercicio de suspense histórico (ambientado en el Japón a las puertas de la Segunda Guerra Mundial) cimentado en su característica conjunción entre lo clásico y lo moderno. A partir de un delicioso macguffin metafílmico, la intriga que debía entretenernos (y desde luego que lo hizo), terminó siendo mucho más efectiva como valiente puñetazo lanzado al tabú de las responsabilidades históricas del Imperio del Sol Naciente. Una jugada maestra.

A su lado, “Le Sorelle Macaluso”, de la italiana Emma Dante, quedó en la más bochornosa nada. Mérito de Kiyoshi Kurosawa, pero sobre todo demérito de una directora sin ganas de salir de la asquerosa zona de confort ofrecida por el sadismo hacia sus personajes. Ella solo quería filmar la descomposición mortecina de un núcleo formado por cinco hermanas, y lo hizo a través de un sostenido e insostenible ejercicio de cine de la náusea. Orson Welles, desde el más allá, no sabía si reír o si vomitar.