Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Apocalipsis veneciano

Un día más, el ángel exterminador de 2020 rugió desde el Festival de Venecia. Su 77ª edición se acerca a su fin, y como si dicha perspectiva le horrorizara, decidió arremeter con alguno de sus golpes más contundentes. Como si antes de echar la persiana de cierre intentara arrastrarnos al fondo de alguno de sus canales, en un último gesto de maldad que, como ya he dicho, debería adjudicarse al espíritu de este año tan apocalíptico.

El caso es que hoy la Competición echó a andar con uno de los artistas más potentes de esta Mostra. El mexicano Michel Franco, alto comandante del «cine de la crueldad», presentó “Nuevo orden”, brutal relato distópico en el que, evidentemente, todo se fue al garete. La cámara nos coló en la impresionante mansión de una familia adinerada, demasiado ocupada en la celebración de una boda para darse cuenta de que fuera de las murallas de su castillo, el mundo en el que ellos habían asentado su posición de poder, estaba viniéndose abajo.

Como si se tratara de “La máscara de la muerte roja”, de Edgar Allan Poe, una amenaza que tenía mucho de virus incontrolable (primer escalofrío) se fue introduciendo en dicha fiesta. Así, la pantalla fue tomada por el estallido de furia, caos y destrucción que siempre promete la presencia de este cineasta. De repente, tanto los interiores como los exteriores se convirtieron en campos de batalla; en círculos de un infierno donde Michel Franco cabalgaba desbocado. Dio miedo y algo de asco... y precisamente esta era la intención. “Nuevo orden” acabó ondeando, por todo lo alto, como una fábula no tanto de venganza social (al principio parecía que iba todo sobre las tensiones entre privilegiados y desamparados), sino más bien como tiránica reflexión en torno a los mecanismos con los que se ejerce una violencia que al final se descubre como la auténtica esencia de todo estado (segundo y letal escalofrío).

El listón quedó alto y, por desgracia, no pudo ser superado (ni tan siquiera alcanzado) por la siguiente concursante de la jornada. Pudimos ver “And Tomorrow the Entire World”, de la alemana Julia von Heinz, un disparate que podría llegar a ser peligroso... si no fuera porque no pasó de bobada intrascendente. La propuesta consistía ahora en seguir las supuestamente intensas aventuras de una joven universitaria decidida a combatir los incipientes (y virulentos) grupos de ultra-derecha de su país. El posible interés del film se quedó en la temática, a partir de ahí (es decir, desde el primer minuto), quedó la torpe ejecución de un thriller en el que la gravedad de su historia quedó peligrosamente disuelta como un chiste sin pizca de gracia.

Por suerte, siempre quedaría el consuelo del Fuera de Competición. Ahí estuvimos en compañía de Frederick Wiseman, maestro documentalista que con “City Hall” repasó, a lo largo de cuatro horas y media apasionantes, la acción gubernamental del ayuntamiento de Boston. El afinadísimo sentido de la observación de Wiseman adquirió tintes utópicos, concretando así un emocionante compendio de la buena praxis de la gestión pública; el mejor refugio posible de cara al fin del mundo.