Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «De Gaulle»

Desde la trinchera de Nicolas Chauvin

Tan solo una cosa se salva de este panfleto que hubiera provocado la envidia del muy patriótico Nicolas Chauvin: la sobresaliente y mimética caracterización que realiza Lambert Wilson de Charles De Gaulle. El resto no es más que una soflama tendenciosa y envuelta en papel de celofán en la que el protagonista asoma en cada plano como si fuera un héroe con más luces que sombras. Los guionistas no lo han tenido nada fácil a la hora de orquestar semejante argumento que pasa a hurtadillas por pasajes como Vichy y que recuerdan en cada momento el talento del general cada vez que se colocaba ante un micrófono o redactaba discursos. La habilidad de De Gaulle con las palabras es directamente proporcional a su perfil aguileño cada vez que asoma tímidamente desde la trinchera en la que se instaló un Estado francés que, bajo la bota alemana, tuvo que recurrir a la resistencia popular y a pesar de ese colaboracionismo que nunca aparece a escena.

El personaje central es diseccionado a través de dos perfiles, en cuanto luce el uniforme y alza esa nariz merecedora de los versos de Cyrano de Bergerac, De Gaulle se presenta como un héroe irreductible que nunca duda en mostrar su lado más prepotente y totalitario. Por contra, cuando el muy católico general se calza las zapatillas de casa, topamos con un personaje doméstico afable que ama apasionadamente a su esposa y a su hija con síndrome de Down.

Para llevar a cabo este producto de consumo interno, el director, Gabriel Le Bomin, recurre a un exasperante estilo academicista. En el tintero quedaron episodios como los de Argelia, las OAS y sus derivaciones pero eso forma parte de una historia que no tenía cabida aquí. Ojalá tengamos la ocasión de verlo y con Lambert Wilson repitiendo personaje.