Las txapelas de la resiliencia
Resiliencia, un término tan en boga en estos últimos tiempos, que apela a la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador, le viene que ni pintado al Parejas no sólo más largo, sino más accidentado y agitado. La final no fue una excepción, pero Ezkurdia y Martija tuvieron paciencia y determinación para hacerse con el título.

OLAIZOLA-URRUTI. 13
EZKURDIA-MARTIJA 22
Joseba Ezkurdia y Julen Martija tendrán un capítulo aparte en el libro de la historia de la pelota por haberse hecho con la txapela más especial, la del Parejas más largo, el de la mascarilla, el de la pandemia que cambió nuestras vidas, el del covid 19 al que tuvo que hacer frente el zaguero de Etxeberri a mediados de octubre, el de la huelga de Baiko... un sinfín de contratiempos a los que han tenido que hacer frente a base de determinación y paciencia, dos de los factores de los que hicieron gala en una final que no se desvió demasiado de la trayectoria de un campeonato que comenzó hace ya más de un año y que concluyó ayer en un Bizkaia de nuevo vacío, donde la pareja de la Sakana mostró una solvencia a prueba de bombas.
Olaizola II-Urrutikoetxea se presentaron en la cancha de Miribilla con la idea firme de repetir su txapela de 2016, la obtenida en el último partido oficial de Juan Martínez de Irujo, presente ayer en ese mismo frontón en el que pegó su último pelotazo y que por momentos se vio mimetizado en un Joseba Ezkurdia que, lejos, muy lejos de aquel pelotari al que tanto le costaba competir en las grandes citas, se ha convertido en un especialista en finales, obteniendo su cuarto título, segundo del Parejas, en otros tantos intentos.
Un saque-remate de Aimar Olaizola –el único obtenido por el de Goizueta en jugada con la final todavía sin un rumbo determinado–, una falta de entendimiento de los manistas de Aspe y la primera de las cuatro pelotas que Martija envió arriba en todo el partido dieron una primera renta (3-0) a los veteranos, pero este primer imprevisto no apartó de los navarros del plan de partido que tan interiorizado habían traído de casa.
La pareja de Baiko había depositado todas sus opciones de victoria en la capacidad demostrada en rendir en las grandes ocasiones, esa que les permitió seguir adelante en el play-off para acceder a semifinales, la misma eficacia que les dio el pase al partido por la txapela –con un balance de 9 victorias de 19–, pero se toparon con un Martija muy sólido en su primera final.
A pesar que en general le pudimos anotar hasta seis errores, el de Etxeberri se comportó como un veterano, sobrio, seguro, exigiendo pelotas a su delantero y arrimándolas mucho a pared izquierda. Lejos de acusar la presión, llegó incluso a mandar, como ya hiciera el viernes en la semifinal ante Agirre-Albisu.
En ese sentido, se puede decir que esta semifinal jugada con tan poco margen de tiempo les vino hasta bien a los de Aspe, pues en cierto modo, el desarrollo de la final, con sus matices, se le pareció mucho.
Y es que el partido de ayer tuvo un comienzo muy igualado y peloteado, llegando a cruzarse 120 pelotazos en sus cinco primeros tantos. Fue otro inicio irregular, que presagiaba un duelo con errores por ambos bandos, una tendencia que sólo se extendió hasta el siete iguales, quinto y último abrazo en el marcador, momento en el que los de Aspe dieron un golpe definitivo al partido con un parcial de 0-9 en el que Joseba Ezkurdia se echó el peso de la pareja a la espalda y cambió el ritmo de la final a su favor.
Prisa y velocidad
El de Arbizu tuvo ayer en Bilbo esa capacidad no siempre sencilla de no confundir la prisa con la velocidad. En ocasiones, sin ir más lejos en el último precedente ante estos mismos rivales, Ezkurdia se precipitó al tratar de meter al partido ese ritmo con el que ayer pasó por encima de Olaizola II, pero esta vez tuvo el tino apropiado para jugar a aquello que más le interesó.
Mientras que el de Goizueta y el de Zaratamo se quedaron sin argumentos una vez que comprobaron que sus rivales no estaban en condiciones de regalar nada, –Olaizola II tuvo pocas opciones, pero en las pocas que tuvo también evitó el cuerpo a cuerpo ante un Ezkurdia crecido–, los de Aspe, con el voleísta de la Sakana como estilete, le pusieron una marcha más al partido, con la que pasaron por encima de sus rivales.
Y si el partido se alargó hasta la hora y media de juego, fue en gran parte por la enorme defensa que Mikel Urrutikoetxea mostró en la zaga. No se puede defender más que el de Zaratamo, que de zurda llevó pelotas imposibles con una facilidad pasmosa, pero la defensa del vizcaino terminó cediendo como la muralla de Jericó al son de las acompasadas trompetas de Ezkurdia-Martija.
Lejos de desesperarse ante la firmeza mostrada por el zaguero colorado, Martija siguió golpeando y fue Ezkurdia el encargado de poner ese extra con el que mover a Urrutikoetxea y terminar los tantos con remates de toda factura.
Sobrepasado y sin opciones, Aimar Olaizola sólo dejó constancia de su inagotable clase en contadas ocasiones como la dejada en el txoko del 9-17 o el gancho del 13-19. Para entonces, el de Goizueta había protagonizado el susto que, en una edición tan accidentada del Parejas no podía faltar en la final, al recibir un fuerte pelotazo en su cabeza en una escapada de Martija en el 11-18, en la que los jueces no quisieron dar vuelta, aunque diera la impresión de que la pelota pudiera ir a buena.
Pero ni la airada protesta de Ezkurdia por esta decisión, ni sus quejas por una estorbada posterior de Aimar que sí hizo que el tanto se repitiera, apartaron a los de Aspe de su camino a una txapela que no hace sino corroborar la enorme diferencia de potencial entre empresas.

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