Wagner al desnudo

Pocas veces se puede escuchar una interpretación tan desnuda y personal de la música de Richard Wagner como la que ofreció Pedro Halffter el pasado sábado en la Sociedad Filarmónica dentro del ciclo de recitales ABAO on Stage.
Si ya conocíamos de cerca su faceta como director –los aficionados aún atesoran en su memoria la maravillosa actuación de Sir Bryn Terfel en “El holandés errante” que Halffter dirigió para ABAO Bilbao Opera en enero del pasado año–, ahora ha sorprendido con su acercamiento pianístico a la obra del compositor de Leipzig.
Profundo conocedor de la música wagneriana, poseedor de una comprensión muy íntima de sus aspectos intelectuales, estéticos y filosóficos, Pedro Halffter se ha servido del piano como catalizador de la sugerente mística que envuelve siempre a la música de Wagner, despojándola de la densa complejidad de sus orquestaciones, diluyendo texturas, desvistiendo planos y descomponiendo colores hasta reducirla a poco más que unas leves melodías apenas iluminadas por sutiles armonías que transforman este gran mito compositivo en la música íntima de un hombre sencillo, tocado por la genialidad, desde luego, pero mucho menos pasional, abrumador y vehemente que como se nos presenta habitualmente en sus dramas musicales.
Las transcripciones de Franz Liszt –íntimo amigo y suegro de Wagner–, así como la inspirada transcripción del virtuoso Busoni sobre la Muerte de Sigfrido, ofrecen con sello de autenticidad la esencia de su música, bien reuniendo fragmentos concretos, como en el caso de La balada de Senta de “Der Fliegende Holländer” o la “Paráfrasis sobre Rienzi”, o simplemente su atmósfera, como en la “Fantasía sobre temas de Parsifal”, recogiendo la fuerza y la luminosidad de la orquestación original y reelaborándola al piano, instrumento romántico donde los haya, para lucimiento de su versatilidad y sus capacidades.
Pero Pedro Halftter va un paso más allá y, alejándose de lo conocido, alcanza una abstracción llena de dramatismo trascendente, flexibilizando tempos, que se vuelven elásticos en sus manos, y alargando la expresividad de los fraseos en una creciente tensión que parece hacerse interminable, como en su propia transcripción de la Muerte de Isolda, para relajarla después lentamente y terminar en un introspectivo final.
Como propinas, una etérea, transparente y algo brumosa Entrada de Elsa en la catedral, de “Lohengrin”, y el jazzistico “Preludio nº 5” de Kapustin, en una sensible y melancólica ejecución que, con toda seguridad, muestran mucho más del intérprete que de la música de Wagner.

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