La vital supervivencia del relato y su aprendizaje

La contribución a la memoria histórica de la obra cinematográfica se manifiesta de lleno con “El informe Auschwitz” (2020), cuyo impacto dramático y visual va acompañado de unas muy oportunas y necesarias conclusiones didácticas. No en vano la sesión se abre con la imprescindible y conocida cita de George Santayana “Aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, y se cierra con audios de líderes políticos ultraderechistas que intimidan y preocupan, sobre todo las recientes proclamas del neerlandés Geert Wilders. Y es que el cineasta eslovaco Peter Bebjak nos traslada al mismísimo horror nazi a través de un viaje en el tiempo con desinto a 1944. Una vez en situación es más fácil comprender cómo en ese momento el mundo permanecía ajeno a la realidad del exterminio en los campos de concentración, y lo urgente que resultaba dar con un testimomio veraz en medio de la incredulidad y el negacionismo reinantes. El protocolo citado en el título fue el primero que aportó pruebas y datos directos destinados a demostrar aquellos crímenes en masa.
Alfred Wetzler pudo redactarlo por su condición de registrador de los ingresos de prisioneros en Auschwitz-Birkenau, a quienes les era robada su identidad para reducirla a números marcados a fuego en su piel. Pero para ello tuvo que protagonizar una angustiosa huida de regreso a Eslovaquia, atravesando Polonia, junto a su compañero de odisea Rudolf Vrba.
Las vivencias extremas dan pie a una narrativa intensa, acompañada de una estética escalofriante de tonos fríos y grises para los exteriores embarrados, mientras que los interiores se vuelven rojizos como antesala del infernal crematorio. Los ángulos de cámara son incómodos, en su objetivo de transmitir una sensación opresiva a la manera de como ya lo hizo el húngaro László Nemes en “El hijo de Saúl” (2015). En definitiva se trata de una película muy seria.
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