Rebecca Guerra Pérez
Historiadora del Arte
KOLABORAZIOA

Las ruinas de una ampliación

Hace cien años la ciudad de Bilbao estuvo inmersa en un encendido debate sobre la conveniencia de construir un museo que atajara la problemática de espacio que entonces existía para la conservación y exhibición de las colecciones de arte de la Villa. Hasta la fecha, dicho patrimonio se custodiaba y exhibía en la antigua Escuela de Artes y Oficios del barrio de Atxuri, es decir, no existía en la ciudad una pinacoteca con una sede arquitectónica propia como la que hoy conocemos, cuyo origen se remonta a 1945.

Para atajar tal circunstancia, la Diputación Provincial de Vizcaya convocó en 1920 un concurso para la construcción de lo que se denominó “Palacio de los Museos”, que habría de situarse en el «ángulo terminal del parque del Ensanche de Albia». La convocatoria no tardó en concitar las más variadas oposiciones: la Asociación de Artistas Vascos y el colectivo de Arquitectos de Vizcaya consideraron injusto el carácter libre-restringido del concurso y manifestaron su desacuerdo con la iniciativa. Tampoco fueron menos problemáticas las circunstancias ligadas a la conformación de su jurado: uno de sus componentes, el pintor Ignacio Zuloaga, dimitió por su amistad con uno de los concurrentes, mientras que el encargado de sucederle, el también pintor Juan de Echevarría, no tardó en hacer lo mismo por sentirse disconforme con el emplazamiento del edificio, dirigiendo una carta abierta a la prensa en la que manifestaba que ni como bilbaíno ni como artista estaba dispuesto a responsabilizarse en un proyecto presupuestado en siete millones de pesetas para que una vez realizado «vengamos tal vez en declarar que se ha cometido una equivocación más, y de las más importantes en nuestra villa».

La considerable inversión que suponía aquel “Palacio de los Museos”, proyecto que terminó frustrándose, lo hacía en una de las mejores coyunturas económicas que vivía la provincia de Bizkaia, por lo que aquella conciencia colectiva en torno a la conveniencia de su construcción habría de ser interpretada en términos de proporcionalidad, es decir, de búsqueda de un equilibrio entre la necesidad real existente y la solución más oportuna. No en vano, una década después de lo relatado, Joaquín Zuazagoitia, muy apegado al ambiente cultural y artístico de la ciudad (de la que además sería alcalde) rememoraba aquel proyecto palatino en términos de innecesaria fastuosidad, reconociendo que, de haberse construido, se habría cometido el imperdonable error de dar más importancia al continente que al contenido.

El actual proyecto de ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao nos hace rememorar aquel episodio poco conocido de su historia, que, no obstante, forma parte del desarrollo de nuestra conciencia sociocultural. Al contrario que entonces, bajo el resistente fenómeno que el arquitecto catalán Juli Capella bautizó como “Ponga un Foster” en su ciudad, nos situamos ahora en un contexto de generalizada indiferencia social, no solo respecto a la necesidad real y la proporcionalidad del proyecto, sino también ante hechos tan preocupantes y flagrantes como la vulneración de las bases del concurso convocado para su realización, el incumplimiento del Plan General de Ordenación Urbana de Bilbao, la violación de leyes medioambientales y del Patrimonio Cultural e Histórico que protegen el edificio histórico de la pinacoteca (Monumento Histórico-Artístico desde 1962). Con la ampliación del Museo de Bellas Artes contemplamos, en definitiva, las ruinas de una conciencia perdida en la ciudad.