Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Un nuevo mundo»

Los hilos invisibles de las marionetas del poder

Llegamos al final de la Trilogía del Trabajo, y su autor Stéphane Brizé confesaba en una entrevista que ha sido posible gracias a la imprescindible aportación del coguionista Olivier Gorce, que es el que viene de una familia sindicalista y se ha ocupado de conseguir la documentación útil a la hora de abordar la problemática laboral en todas sus variantes. El tercer colaborador necesario es el actor Vincent Lindon, que se identifica con el punto de vista del director y ha sabido multiplicarse para hacer tres personajes distintos pero complementarios. En “La ley del mercado” (2015) fue un parado, en “En guerra” (2018) le tocó hacer de huelguista, y en “Un nuevo mundo” (2021) sube en el escalafón social para convertirse en el patrón.

Brizé ha tratado a sus tres protagonistas por igual, incluyendo al empresario, con el que no hace diferencias. Por lo tanto la suya no es una mirada irónica desde una ideología izquierdas como la de Fernando León de Aranoa, ni mucho menos penalizadora, sino que vuelve a guiarse en sus juicios por la defensa de la honestidad y la equidistancia. El jefe no deja de ser persona, y como tal le concede la oportunidad de redimirse, de intentar hacer algo por la comunidad y sus trabajadores, en un desenlace que por esperanzador resulta subversivo.

Este directivo tiene por encima suyo a otros directivos, que a su vez obedecen las consiguientes directrices. Todo un entramado corporativo que le sitúa al frente de una filial local perteneciente a un gran grupo extranjero. La película ilustra a través de la recurrente simbología del teatro de marionetas, el complejo telar de los miles de hilos invisibles que maneja el poder. De nada sirve que Lemesle mantega una justa relación de productividad con su equipo, si desde la central en EEUU ordenan una reducción de plantilla, apelando a simples intereses competitivos. Se enfrenta a los despidos y al sacrificio inútil de su vida de pareja y familiar.