Koldo LANDALUZE
donostia
«BARDO, FALSA CRÓNICA DE UNAS CUANTAS VERDADES»

El «YO» mayúsculo de Iñárritu

La última película realizada por Alejandro González Iñárritu saca a relucir la cara más autocomplaciente de un director que si bien es cierto que en anteriores ocasiones mitigaba su obsesión por sorprendernos gracias a la buena factura de los guiones, en esta oportunidad su desmesura técnica ha devorado por completo a su propio filme, que no es más que un ejercicio de reminiscencias autobiográficas que funciona de manera muy esporádica y que acaba siendo un juguete extravagante sacudido por la abracadabrante pericia técnica que siempre se asocia al autor de “El renacido”.

“Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades” no es más que Iñárritu ante su propio espejo y sobre él vierte todas sus neurosis y derivas existenciales.

A lo largo de tres infinitas horas, el mexicano pretende convencernos de la profundidad de sus pensamientos a través de secuencias inconexas que pretenden dotar de sentido a sus divagaciones en torno al peso de la fama y la relación que mantiene con ella, su concepto de la vida familiar, los demonios y ángeles asociados a la vida artistica y convencernos de que es un inmigrante condenado a trabajar en Estados Unidos, lejos de México.

Con semejante cúmulo de intenciones, lo único que logra el director es un efecto contrario al que -supuestamente- podría pretender porque no hay espacio para la empatía o la complicidad cuando de lo que se trata es de hablar de sí mismo a través de un “YO” mayúsculo.

Empachada de metáforas, la película intenta seguir la estela de la magia de Fellini cuando este plasmaba sus sueños, anhelos, miedos y vértigos en películas tan inalcanzables para Iñárritu como “Fellini, ocho y medio”, “Amarcord” o “La entrevista”.