Mikel INSAUSTI
UN PASEO CON MADELEINE

Cada enfado envejece, cada sonrisa rejuvenece

A pesar de que los símiles culinarios están muy gastados, no encuentro mejor forma de definir “Un paseo con Madeleine” (2022) que tirando de uno de ellos. Hay recetas, de sobra conocidas, que están al alcance de todo el mundo, pero siempre hay alguien que la hace mejor que el resto. En el cine pasa exactamente lo mismo, y a Christian Carion le sale bordado un plato que ya han cocinado muchos otros antes. Su nueva película no deja de ser la versión parisina de “Paseando a Miss Daisy” (1989) o de “Tess y su guardaespaldas” (1994), y si supera a ambos precedentes, respectivamente firmados por el australiano Bruce Beresford y el estadounidense Hugh Wilson, es gracias a su mayor exquisitez. No voy a comparar a las parejas estelares de los tres títulos, porque Jessica Tandy-Morgan Freeman no se parecen en nada a Shriley MacLaine-Nicolas Cage, y menos aún a Line Renaud-Dany Boon. Y, sin embargo, posee una química especial en su realismo cotidiano con tipologías opuestas que no tienen las otras.

Esta es una bella historia de amistad en la que, al igual que sucede con los encuentros románticos, dos seres muy diferentes llegan a entenderse y a congeniar. Madeleine es una señora elegante que ha vivido mucho y posee experiencias únicas que compartir, mientras que Charles es un hombre de mediana edad agobiado por el trabajo y las facturas que, por unos momentos, va a encontrar a alguien con quien hablar en medio de la locura del tráfico parisino y las carreras con clientes malencarados en su taxi.

Con Madeleine es diferente, con ella merece la pena hacer un desvío y parar el contador. Así, sin prisas, da tiempo a viajar por el pasado y sus claroscuros, porque la anciana sufrió a un marido violento contra el que se rebeló hasta sufrir condena, y mereció la pena con tal de llegar a ser una gran mujer.