Cenosilicafobia crónica
Cada vez más, conforme la temperatura media se estabiliza en cifras donde la poética se convierte en filípica y sobran los remedios y las maldiciones, aumenta en individuos propensos a la dislexia social el miedo al vaso vacío. Se acaba un vaso de horchata y se siente una imperiosa necesidad de llenarlo de nuevo, para inmediatamente dejarlo vacío y volver a sufrir un episodio de cenosilicafobia. Si nos situamos en una terraza a la sombra, una jarra de cerveza vacía es un tormento, una crisis de ansiedad hasta que vuelve a rebosar de espuma. Y sigue el círculo interminable, se vacía, se siente como las fibras responden de una manera inquietante a los gritos sordos de la cenosilicafobia hasta que se vuelve a llenar la jarra o el vaso, lo que nos devuelve la serenidad y el deseo imparable de libar su contenido y volver a empezar todo el proceso hasta la extenuación.
La ciencia reconoce esta fobia, la tiene documentada, pero resulta que los fabricantes de cervezas y los bodegueros han dado con un impulso propagandístico cargado de trampas y nos vienen a insinuar que combatamos los posibles brotes incontrolables de la cenosilicafobia llenando sin parar las copas de vino, de refresco o de cerveza, cuestión que un número considerable de nuestros conciudadanos hace sin haber sido diagnosticados, simplemente siguiendo una rutina de socialización y de combate a la inseguridad emocional transitoria. Sin olvidarnos de las dudas que provocan la cantidad de oferta de cervezas de toda índole y graduación, incluidas unas tostadas 0,0 que tienen un gusto perfecto.

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