Raimundo FITERO
DE REOJO

Sueños cumplidos

Debe ser una experiencia confusa lograr que tus sueños se cumplan. Si uno atiende al mundo del fútbol masculino va viendo cada año como unas docenas de jóvenes y maduros futbolistas han cumplido su sueño de toda la vida de fichar por un equipo u otro. Es un tópico, un latiguillo, una confesión forzada, una cláusula del contrato recién firmado, una maldita realidad, porque a muchos de ellos en pocos meses se les frustra el sueño, son despedidos o traspasados, cambian de patrón, de colores, escudo o equipo y en la nueva presentación vuelven a mostrar su supuesta satisfacción por haber cumplido su sueño desde niño de jugar en el nuevo equipo que, es muy posible, en unos meses, vuelva a dejarlo y marchar a otro club y así sucesivamente hasta convertir en un soñador al borde de un ataque de ansiedad por cumplirlos a ese ritmo que le ha dejado sin más esperanzas que la especulación inmobiliaria.

Los sueños cumplidos van cubriendo las posibles carencias emocionales, tejiendo un carácter a base de situaciones exitosas, de sentimiento de logro, de llegada, de fin y de triunfo. Pero nadie habla mucho de los sueños incumplidos que conforman una mayoría incalculable. Por eso escuchar a Carles Puigdemont que va a estar presente en la sesión de investidura a la que se someterá Salvador Illa, que tiene la convicción de que le van a detener y que así se cumplirá su sueño de ir a prisión, me estremece. Qué manera de sufrir, de aguantarse tantos años en Waterloo sin hacer algo para cumplir su sueño, lo que es algo solamente al alcance de pocos héroes patrióticos.