Carlos GIL ZAMORA
Analista cultural

Ese lugar común llamado vocación

A vueltas con las circunstancias, la profesión, el destino y la misión a cumplir. Se les pregunta a las artistas de todas las disciplinas los motivos que le llevaron a tocar el violín, bailar al suelto, pintar paisajes bucólicos o escribir poemas de amor. Se trata de comprender cómo alguien decide dedicarse a estas funciones marginales dentro de una economía de mercado. Existe un lugar común, se acaban las dudas metodológicas y comienza el conformismo, y es apelar a la vocación.

La vocación se la atribuyen a las actrices, los músicos y sobretodo a quienes entregan su vida a cualquiera de los dioses monoteístas que nos siembran la vida de piedras capitales. Porque mirando el desarrollo de las ciencias sociales en el estudio comparado de todas las artes, no queda claro que exista algo concreto, localizable, que se pueda detectar y utilizar procesos internos o externos para su aumento o disminución llamado vocación.

Es más, parece existir una determinación de cuantos se dedican a la formación en las distintas artes, que más que vocación lo que se detecta de manera generalizada es búsqueda de un prestigio social, de una distinción, de lograr un ascenso económico bastante rápido que escape a lo cotidiano y que no se basa en amor incondicional al arte que desarrollan.