Aitor Zabaleta muere apuñalado por un neonazi del Atlético

A las tres de la madrugada del 9 de diciembre de 1998 falleció Aitor Zabaleta en la madrileña Clínica de la Concepción. El donostiarra había sido hospitalizado de urgencia después de recibir una puñalada en el corazón a manos de un cabeza rapada. El ataque había tenido lugar en un bar cercano al Calderón, donde ese día Atlético de Madrid y Real Sociedad jugaban la vuelta de su eliminatoria de la Copa del Rey. Le habían acuchillado un miércoles por la tarde.
«Esto es solo fútbol. ¿Estamos locos o qué? ¿Cómo puede haber un criminal de mierda suelto por ahí, una panda de hijos de puta que pueden andar sueltos con navajas, con palos, con cadenas, agrediendo a los autobuses a pedradas?», se lamentaba con rabia Iker, hermano de Aitor, el día del fallecimiento.
Zabaleta había acudido a Madrid a animar a su equipo. Su autobús, fletado por la peña femenina Izar, había llegado un poco antes que el resto de los aficionados txuriurdines. Le acompañaba Verónica Olivenza, su novia, que fue testigo de la agresión.
Como habían sido las primeras en llegar y conscientes de la peligrosidad de la hinchada del equipo rival, algunas de las integrantes de Izar consultaron con un policía a qué local podrían acudir para estar tranquilas hasta que comenzara el partido. El agente les recomendó el bar Alegre.
Ya en el establecimiento y sin protección policial, un camarero les conminó a marcharse, pues este era un local frecuentado por miembros del Frente Atlético. Zabaleta no llevaba ningún distintivo realista. Su pareja, una bufanda. Al marcharse de allí, se desencadenó todo.
«Cuando salíamos del bar, iba con mi madre hablando en euskera y una chica me dijo: ‘Hija de puta vasca, habla en español’», rememoraba dos décadas después Maider Gorostidi en GARA. Ella, con 20 años, había sido la organizadora del autobús.
Este grupo de neonazis comenzó a increparles hasta que les dio caza. Aitor trató de separar cuando iban a por su pareja, momento en que uno de los navajeros le apuñaló tres veces en el lado izquierdo del pecho, buscando el corazón hasta acertarle.
Gorostidi lo recuerda así: «Estaban muy organizados. Nos tiraron al suelo y, al día siguiente, teníamos moratones que no sabíamos cómo salieron. Fue horroroso, solo veíamos gente alrededor que venía sin que nadie provocara. Aitor lo único que hizo fue pedir tranquilidad y separar cuando insultaron a su novia».
Gracias a la abundancia de testigos presenciales, no solo se logró identificar al autor material de las puñaladas (Ricardo Guerra, 24 años), sino también a varios de sus acompañantes, hasta un total de once, contra los que se abrió un proceso penal que se alargó nueve años.
Enseguida se supo que, como sospechaban las chicas de Izar, se trataba de un grupo estructurado. Eran integrantes de una escisión radicalizada del Frente Atlético que se denominaba Bastión 1903. La facción había nacido meses atrás.
Uno de los testigos que declararía posteriormente en el juicio los describió como cercanos a la ideología neonazi TNT y dijo que destacaban porque les gustaba lucir símbolos hitlerianos y portar armas.
Pronto surgieron, además, otros elementos que apuntaban que el ataque no tuvo nada de fortuito, sino que se trató de una acción premeditada.
Apenas dos semanas antes, el 24 de noviembre, en el partido de ida que enfrentó a Real Sociedad y Atlético de Madrid en Anoeta, Bastión 1903 desplegó una pancarta y provocó a los locales realizando saludos nazis. A la vuelta, su autobús fue apedreado.
Jesús Gil, presidente del Atlético de Madrid, defendió el mismo día del fallecimiento que no se trató de una acción fortuita. «Es un grupo de catorce cabezas rapadas con antecedentes penales que han sido denunciados a la Policía con reiteración por el Atlético. La acción fue premeditada porque son unos cazadores baratos y cobardes que se volvieron a casa con el deber cumplido».
FRUSTRACIÓN JUDICIAL
El Movimiento contra la Intolerancia, la organización antifascista de Esteban Beltrán, lo entendió de igual manera, y se sumó a la acción penal que, lógicamente, también ejerció la familia de Zabaleta, muy conocida en la capital guipuzcoana por ser los propietarios del asador Aratz.
Los tribunales, sin embargo, negaron que se tratara de una acción premeditada. Por este motivo, el único castigado fue el autor material de la muerte, que fue condenado a 17 años de prisión, quedando libres el resto de los autores de la cacería (solo se les condenó por meros desórdenes), pese a que agentes de la Policía habían identificado a varios de ellos como los miembros más violentos de Bastión 1903.
En cuanto a Zabaleta, su figura trascendió y pasó a convertirse en un símbolo del club. Su rostro, normalmente coronado con un gran gorro blanquiazul, se sigue reproduciendo en pancartas. Cuenta, además, con un monolito en las cercanías del estadio, a cuyos pies se dejan flores.
El pulmón de Anoeta es hoy la grada Aitor Zabaleta. Su nombre, un canto de ánimo para su equipo. Lo corean con más fuerza cuando se enfrenta al Atlético de Madrid. Todos los equipos vascos, de hecho, cuando se enfrentan al Atlético cantan «Aitor, Aitor, Aitor Zabaleta». Porque hay cosas que no se olvidan nunca.
[1977] Sale de la cárcel el último preso vasco tras la Ley de Amnistía
Después de días esperando lo que se llamó «el telegrama de la libertad», Fran Aldarondo salió de Martutene el 9 de diciembre de 1977. Fue el último preso vasco en ser liberado y “Egin” le entrevistó el mismo día en que recuperó su libertad. «No importa que sea el último preso político. Quedan todavía muchos presos sociales, los marginados, falta la amnistía laboral y la seguridad para la vuelta de los exiliados. Seguiré luchando dentro de las Gestoras y del Comité de Apoyo a la Copel hasta conseguir la amnistía total, la liberación total, la independencia y el socialismo para Euskadi», señaló Aldarondo a los reporteros del diario. El expreso se mostraba muy crítico con el alcance de la Amnistía, advirtiendo de que a los presos comunes se les había dejado fuera y que los franquistas ni siquiera habían pedido perdón. Aldarondo se negó en ese momento a contar cómo había sucedido las muertes de Nicolás Mendizabal y Sebastián Goikotexea, que estaban con él cuando los mató la Guardia Civil. Era demasiado pronto, dijo. Dos años después, el mismo instituto armado lo mató a tiros el 17 de octubre de 1979 en un caserío de Izaskun.

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